Alberto PRADILLA

El futuro del «obradorismo», bajo el riesgo de la ruptura interna

El triunfo de Claudia Sheinbaum en el proceso interno de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) la sitúa como próxima presidenta de México y sucesora de Andrés Manuel López Obrador. Ante la falta de opciones de la oposición, el único riesgo para el oficialismo está en la ruptura interna.

El exministro de Exteriores mexicano Marcelo Ebrard.
El exministro de Exteriores mexicano Marcelo Ebrard. ( Alfredo ESTRELLA | AFP)

La próxima presidenta de México será una mujer. Claudia Sheinbaum, exjefa de Gobierno de la Ciudad de México y sucesora del actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador; y Xóchitl Gálvez, senadora y futura candidata de la alianza entre PRI, PAN y PRD (partidos rivales hasta hace cinco años), se medirán en las urnas en julio de 2024. La elección será histórica ya que será la primera vez en la que una mujer lidere el país norteamericano.

Los próximos comicios también son claves porque medirán el apoyo popular del obradorismo sin su carismático líder. Todas las encuestas vaticinan una aplastante victoria del movimiento que López Obrador (conocido como AMLO) bautizó como “Cuarta Transformación”. Aunque nadie garantiza que el partido llegue unido a los próximos comicios.

En la práctica casi es más decisivo el proceso interno de Morena que las elecciones. Todas las encuestas dan a esta formación una ventaja de más de 20 puntos sobre sus rivales, por lo que se daba por hecho que quien se impusiese en la pugna interna lideraría el país. La elección interna no ofreció sorpresas. Desde hacía meses prácticamente nadie dudaba de que Claudia Sheinbaum se impondría al resto de los aspirantes, entre quienes destacaba Marcelo Ebrard, excanciller y fiel operador de López Obrador desde hace más de dos décadas.

Quizás Ebrard era el único que no veía la obviedad: que el apoyo implícito de López Obrador a Sheinbaum era suficiente para que esta se hiciese con la sucesión. Por eso, cuando el 7 de septiembre se anunciaron los resultados, el canciller se negó a darles validez y amenazó con la ruptura. Desde entonces, Ebrard lleva un camino errático. Amaga, pero no termina de marcharse. Aunque ha hecho críticas que hacen difícil su permanencia, como asegurar que Morena cada vez se parece más al PRI, el partido que gobernó México de forma ininterrumpida durante 80 años y que ahora está casi desaparecido.

Los críticos con Sheinbaum la desprecian por su supuesto seguidismo de AMLO. Pero una cosa es lo que alguien dice antes de llegar al poder y otra cómo lo ejerce.r problemas que no han desaparecido, como la violencia, la desigualdad y la corrupción.

¿Dónde puede ir Ebrard? No lo tiene fácil. Se especuló con su marcha a Movimiento Ciudadano, el único partido de oposición que no se suma al bloque ligado al antiguo régimen, pero tampoco se decide a dar el paso. El 18 de septiembre presentó el Movimiento Progresista, una plataforma para aglutinar a sus seguidores, pero no llegó a anunciar su marcha de Morena. AMLO y su formación están en uno de esos momentos de gracia en el que da igual lo que haga, que siempre será mejor que regresar al pasado. Así que fuera de la formación guinda hace mucho frío, al menos de cara a 2024.

Hay que recordar que Ebrard ya renunció a ser candidato a presidente en 2012, cuando cedió el puesto a López Obrador, que terminó perdiendo contra el priísta Enrique Peña Nieto. Así que, con 64 años ya cumplidos, estos comicios eran su oportunidad. Hay analistas que consideran que una ruptura pondría las próximas elecciones en una clave de tres tercios: un tercio con Sheinbaum, otro con Ebrard y un tercero con Gálvez. El abrumador apoyo que tiene AMLO hace difícil creer tal posibilidad y más parece que el excanciller se rebela contra la realidad. El resto de aspirantes (y sus aliados y asesores) ya ha encontrado acomodo en la estructura de la futura candidata.

Haya o no ruptura, los comicios marcarán el futuro del «obradorismo», a falta de una alternativa creíble en una oposición demasiado lastrada por la corrupción y la violencia. Los críticos con Sheinbaum la desprecian por su supuesto seguidismo de AMLO. Pero una cosa es lo que alguien dice antes de llegar al poder y otra cómo lo ejerce.

Quizás uno de los movimientos más interesantes está siendo el reacomodo generalizado ante la hegemonía obradorista. El viernes, en Sinaloa, Sheinbaum se presentó con medio centenar de exintegrantes del PRI, defendiendo que no impoarta el origen de sus aliados, sino su objetivo. Pero hay sapos difíciles de tragar. Por ejemplo, el de Omar García Harfuch, candidato a la alcaldía de Ciudad de México y el tercero de una saga de policías represores. A él se le ubica en Iguala, Guerrero, días después de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, aunque él niega haber tenido responsabilidad en establecer la «verdad histórica» que se demostró un fraude. La política mexicana es un espacio líquido con expertos camaleones con gran capacidad de supervivencia.

A día de hoy, lo único que se puede vaticinar es que Sheinbaum será la próxima presidenta de México, la que tenga que aborda