Nagore Belastegi

Una mirada de largas pestañas, bidai on KL!

Koldo Landaluze, con Nagore Belastegi y su trabajo conjunto, ‘Zirriborroak’.
Koldo Landaluze, con Nagore Belastegi y su trabajo conjunto, ‘Zirriborroak’. (N.B.)

No me gustan las despedidas, pero este texto lo es. La mía y la de Koldo fue una de esas amistades improbables. Nos conocimos hace mucho. Yo era una redactora en prácticas y a GARA se le ocurrió dar bombo a nuestros críticos de cine por Zinemaldia, porque ellos lo merecían. Fui a la sesión de fotos a decirles cómo posar, como si yo tuviera alguna idea. Ese día puse cuerpo (porque cara hacía mucho que se la había puesto en las páginas) a Mikel Insausti, Iratxe Fresneda y Koldo Landaluze. Trío de oro. Una pringada como yo frente a esos gigantes, que escribían tan bien y sabían tanto.

Koldo Landaluze, con Mikel Insausti e Iratxe Fresneda en Zinemaldia. (Gorka Rubio | Foku)


Hubo una especie de conexión entre Koldo y yo porque teníamos cosas en común; en definitiva, era un poco friki. Solía recomendarme películas, series y cómics. A diario me tocaba leer y corregir sus textos, aunque más que corregir, lo que había que hacer era cambiarle las comillas. No se llevaba bien con ellas. Me solía agradecer tener paciencia, algo de lo que carezco pero que por alguna razón él destacaba. Para mí, era un placer leerle.

Koldo era un artista en muchos sentidos, y además también dibujaba. Cuando puse en marcha mi pequeño proyecto de relatos ilustrados, al ser algo tan íntimo, quería que las imágenes las hiciera alguien conocido. Mi amigo ilustrador no estaba disponible, y no sabía a quién más pedírselo, hasta que un día frío de diciembre, tras cruzar algunos emails con él, se me ocurrió que era buen candidato. Me conocía lo suficiente como para hacer suyos los textos. Se lo pedí con vergüenza, y enseguida me dijo que sí, que le hacía ilusión. Y poco a poco, muy despacito, fuimos creando algo que pasó de ser mío, a ser nuestro.

Nuestro bebé literario se gestó casi a la vez que mi segunda hija. En una visita a Zumaia él me propuso que en lugar de 11 textos, debían ser 13. El número de la mala suerte, dicen, pero que a nosotros nos parecía mágico y especial. Durante los meses dedicados a nuestro libro tuve mis momentos de pánico escénico, de «no puedo publicar esto, es demasiado íntimo, ¿y si no le gusta a nadie?», pero él siempre me apoyaba, me decía que confiara en mí, y que ya era demasiado tarde para echarme atrás, que él ya se había enganchado. Gracias a su apoyo conseguí cumplir mi sueño.

‘Zirriborroak’ nació en septiembre de 2023. Yo estaba en uno de mis momentos personales más dulces, pero Koldo lo estaba pasando regular. Aún así no me falló, y estuvo conmigo. Habíamos quedado en cenar un bocadillo que me gusta, pero se le hizo tarde y se tuvo que marchar. Estuvo firmando e ilustrando ejemplares durante más de una hora, hasta la última persona en la cola, hasta que empezó a ver chiribitas, y todo el rato con una sonrisa, aunque seguro que no fue fácil.

Solía ponerse nervioso cuando le miraban dibujar. Una tarde le puse de tarea firmar los ejemplares para mis familiares, y lo hizo en un momento, pero dubitativo, entre caladas a su cigarro, tragos a su cerveza y miradas al vacío. Miradas con esas pestañas largas que tenía. Me gustaban sus ojos, me parece que contaban mucho, igual que sus trazos de acuarela.

En nuestra última quedada ya éramos cuatro en la familia. La idea era comer con él, presentarle a la txiki y ponernos al día sobre cómo habíamos pasado las navidades, pero las curvas del río Urola, que recorremos de inicio a fin, resultaron en un mareo importante que nos obligó a que la parada fuera justita y caótica. Habíamos quedado en que cuando empezara el buen tiempo nos visitaría otra vez para probar el bocadillo aquel, que se quedó con las ganas. Y ahora soy yo la que se ha quedado con las ganas.

Estas cosas no se deben decir cuando alguien se va, es mejor hacerlo en persona, y me congratulo de haberlo hecho. Él sabía lo agradecida que estoy por todo lo que aprendí cuando solo era mi compañero de trabajo, pero sobre todo por los últimos meses, en los que se convirtió en mi socio y amigo. Le voy a echar de menos, y será imposible olvidarlo porque ha dejado poso en mi vida y arte en las paredes de mi casa. Bidai on, KL!