Kazetaria / Periodista

Budapest Festival Orchestra: Personalidad y carácter

BUDAPEST FESTIVAL ORCHESTRA. Iván Fischer, director. Patricia Kopatchinskaja, violín. Obertura sobre temas hebreos Op. 34 de S. Prokofiev, Concierto para violín y orquesta n.2 SZ. 112 de B. Bartók y Sinfonía n.7 en re menor Op. 70 de A. Dvořák. Donostia, Kursaal. 17/08/2024. Quincena Musical.

La extravagante violinista moldava Patricia Kopatchins saluda al público.
La extravagante violinista moldava Patricia Kopatchins saluda al público. (MUSIKA HAMABOSTALDIA)

Que la Budapest Festival Orchestra es una formación de gran nivel no es ningún secreto y que Ivan Fischer es un director con gran carisma, tampoco; pero no es lo mismo saberlo que presenciarlo en directo en un concierto singular, como sucedió el sábado 17 en el Auditorio Kursaal dentro del marco de la Quincena Musical.

Como sorpresa inicial, la orquesta estaba colocada en su orden alemán-europeo –con las cuerdas dispuestas de la izquierda del espectador a la derecha en el siguiente orden: violines primeros, violonchelos, violas y violines segundos, con los contrabajos en una hilera al fondo de la orquesta– en lugar del habitual orden americano –violines primeros, segundos, violas, cellos y contrabajos detrás a la derecha–. No debería ser esto algo reseñable, salvo porque la manera en la que se distribuyen los instrumentos en el escenario influye en la acústica del espacio y en la experiencia del oyente, y esta disposición ‘desconfigura’ completamente el recuerdo que de una obra tenga un espectador experimentado, como a muchos les habrá sucedido con la sinfonía de Dvořák.

Comenzó el concierto con una obra no demasiado habitual, la Obertura sobre temas hebreos de Sergei Prokofiev, una pieza de claro corte festivo judío a la que no le faltó un clarinete klezmer para darle el toque de autenticidad –bravo por el clarinetista de la orquesta, que avanzó hasta la posición de solista junto al podio del director para interpretar con maestría estos pasajes–.

Esta breve pieza de apenas ocho minutos está repleta de gradientes dinámicos y variaciones rítmicas y grandes bloques sonoros que sirvieron, como si del abstract de una tesis se tratase, para enunciar todo lo que se podría escuchar a continuación durante el concierto y que demostraron un control absoluto por parte de Fischer y una compenetración con su orquesta casi intuitiva.

Para la segunda pieza del programa, el Concierto para violín n.2 de Bartók, fue necesario el concurso de la violinista moldava Patricia Kopatchinskaja, una instrumentista extravagante, excéntrica y algo histriónica a la que sus manías y aspavientos eclipsan en demasiadas ocasiones sus dotes interpretativas y técnicas.

PatKop –como le gusta hacerse llamar– comenzó el concierto con un sonido áspero y agresivo, cargando el arco con mucho peso sobre las cuerdas, que evidenció el sonido grave y ancho de su violín. Sin embargo, pronto alternó este sonido con otro mucho más lírico y liviano, aunque también adornó este sonido en algunos pasajes con una forma quejosa de arrastrar las notas, muy afín a su acusada personalidad.

El carácter impetuoso de la obra se vio reforzado por el genio y el innegable virtuosismo de la violinista, cargado de fuerza expresiva, pero también por la destreza de Fischer quien, como si de un arquitecto se tratase, había diseñado un plan preestablecido de construcción de la pieza, que llevó a cabo con absoluto control y dominio.

Tras una merecida ovación, Kopatchinskaja obsequió al público con una curiosa propina, muy acorde a su peculiar carácter: el Presto en do menor de Carl Philip Emmanuel Bach… para piano, que interpretó con delicados pizzicati junto al solista de violonchelo de la orquesta.

En la segunda parte de este largo y exigente programa se pudo disfrutar del sonido puro de la orquesta, sin distracciones, con la Sinfonía n.7 de Antonín Dvořák, que cerraba un repertorio muy cohesionado, de claro sabor a la vieja Europa. La Budapest Festival Orchestra sonó rotunda, empastada, con un sonido muy elaborado que buscaba una tímbrica y un cromatismo concreto para cada sección, dando mucho protagonismo a voces concretas en cada pasaje –imposible en este punto pasar por alto el sonido poderoso, redondo y vibrante de la cuerda de trombones y la sensación de dolby surround que producían los contrabajos al fondo de la colocación orquestal–.

Esta sinfonía, la más trágica y triste de las del compositor checo, sin embargo, a pesar de su dramatismo, no tiene excesos ni dramas; se trata más bien de una música contenida, profundamente íntima, conmovedora, intensamente expresiva, nunca asfixiada por el sentimentalismo, aunque Fischer eligió para ella un sonido muy romántico –tanto en sentido estético como histórico–, con mucha más fuerza y pasión  de la necesaria que, junto a la poco habitual disposición de la orquesta, aportó una escucha muy infrecuente y poco ortodoxa de la obra.

Iván Fischer dirigió la que es su orquesta desde su fundación hace más de cuarenta años, con gesto sencillo y comedido que transformó en un ademán enérgico, acompañado de una elocuente corporalidad cuando consideró necesario, obteniendo un excelente pero también desbordante resultado.

Tras una calurosísima acogida por parte del público, la formación húngara sorprendió con una propina, también de Dvořák: el cuarto de los Duetos Moravos, ‘Hoře’, interpretado por un doble cuarteto de cuerda y un coro de voces blancas formado por las violinistas de la orquesta –un recurso insólito y simpático que, sin embargo, ya utilizaron en mayo en el Auditorio Nacional de Madrid cantando ‘Abendständchen’, de Brahms–, dejando claro que Fischer domina a su orquesta hasta el punto de hacerla cantar o bailar con los ritmos klezmer. Veremos qué nos depara el segundo programa de la Budapest Festival Orchestra, con la Sinfonía n.38 ‘Praga’ de Mozart y su famoso ‘Requiem’ interpretado por el Orfeón Donostiarra y si el concierto incluye alguna otra llamativa sorpresa.