Milei despliega su «motosierra» con la realidad como cortapisa
El primer aniversario de la victoria de Javier Milei en Argentina arriba con algunas buenas noticias en el ámbito de la macroeconomía, con un coste social altísimo. Las Cámaras del Parlamento, los sindicatos y la Judicatura han sido el dique de contención a la agenda radical del presidente.

El 19 de noviembre de 2023, Javier Milei se convertía en el presidente con más votos de la historia de Argentina (14,6 millones) al enfrentarse en el balotaje con Sergio Massa. En proporción no sería el más votado: Juan Domingo Perón y Cristina Fernández lo siguen superando en porcentaje respecto al total.
Pero que un outsider con tres años de trayectoria llegara al poder sigue siendo un hito a estudiar y que solo se entiende por el hartazgo visceral de un segmento mayoritario de los votantes con el peronismo.
Un recordatorio: Alberto Fernández tuvo en su último mes de mandato un 12% de inflación en un mes, y un 160% interanual. Eso junto a su gestión de la pandemia, con el segundo confinamiento más largo del mundo, las fiestas privadas en la residencia presidencial y la entrega de vacunas a amigos del Gobierno, no había mejor caldo de cultivo para que llegara lo más parecido a un Jóker que ha habido hasta ahora en la Casa Rosada.
El histrionismo y agresividad verbal, con desparpajo y salidas constantes de lo políticamente establecido, hicieron a Milei mundialmente famoso y cautivaron a una porción nada despreciable de los argentinos, especialmente de los hombres menores de 40, entre los que su apoyo es masivo.
Aquel triunfo, prometiendo un ajuste billonario a la «casta» con una motosierra en la mano, resultó sorprendente al ser más abultado en las regiones más pobres y postergadas del interior, que solía votar peronismo. Pero a los pocos días de la segunda vuelta, Milei chocaría con la realidad: con tan solo 40 de los 257 diputados de la Cámara baja y 10 escaños entre los 72 del Senado, iba a tener que negociar.
Así fue como con su DNU (decreto de necesidad y urgencia, similar al real decreto ley español) inauguraba su agenda legislativa, que seguiría con la conocida como «ley ómnibus» que implicaba cambios de decenas de leyes y desregulaciones y una veintena de privatizaciones.
Ambos paquetes acabaron siendo aprobados en ambas Cámaras, pero con importantes recortes.
En once meses, Milei ya firmó 46 decretos, utilizando una herramienta que la Constitución prevé para casos puntuales y que el Congreso puede derogar solo si cuenta con el voto negativo de ambas Cámaras. Así fue con el DNU que buscaba aumentar los fondos reservados del servicio secreto, convirtiéndose en el primero en la historia en ser tumbado por el Parlamento.
Estos meses han sido una cascada constante de ajustes, anunciados con algarabía y muchas veces contestados en la calle. También debe decirse que otros tantos son aplaudidos por la mayoría del electorado, que ve al Estado argentino como un elefante ineficiente y prebendario.
Milei canceló todas las obras de infraestructura desde diciembre, recortó el 100% de fondos extrapresupuestarios a las provincias y devaluó las pensiones y los salarios de funcionarios otorgando aumentos por debajo del IPC.
Lo de las universidades fue quizás la línea roja más nítida: Milei vetó la ley de financiamiento aprobada por el Congreso para mejorar los salarios docentes y amenazó con recortar sus presupuestos, y se encontró con una de las mayores manifestaciones de las últimas décadas, con más de un millón de personas en Buenos Aires y otros tantos en las capitales del interior. Hasta varios dirigentes de la centroderecha cercana a Mauricio Macri y aliada parlamentaria de Milei marcharon en contra, y muchos influyentes periodistas simpatizantes del líder anarcocapitalista lo dejaron solo en su embestida contra las universidades públicas, que en Argentina son 100% gratuitas y sin matrícula, incluso para extranjeros, por mandato constitucional.
En política exterior también hay hitos: el más surrealista es que es la primera vez desde el regreso de la democracia que un presidente argentino se haya reunido con su par de Brasil, el principal socio económico. El giro diplomático trumpista fue brutal: alianza acrítica con Israel, relación más distante con China y Rusia, e impulso a un TLC amplio con la UE.
Contra varios pronósticos, también debe decirse, Milei llega a su primer año sin grandes sobresaltos, no solo gracias a sus alianzas parlamentarias, sino al apoyo popular de casi la mitad de los votantes. Su política de represión de la protesta social ha hecho casi desaparecer los piquetes en autopistas (vieja tradición que desquiciaba a no pocos), y su hachazo a varias dependencias de la Administración consideradas superfluas despiertan mucha simpatía y lo sabe capitalizar, aunque muchas de sus privatizaciones encuentran resistencia en los sindicatos.
Todavía sin presupuesto para 2025, Milei empieza a exhibir algunas buenas señales de la economía, con la inflación más baja en dos años, un tipo de cambio estable y una incipiente activación del crecimiento económico, que por el ajuste caerá 4% este año. En octubre habrá elecciones parlamentarias y sabe que la paciencia de la gente tiene un límite. En 2025, seguramente, la «motosierra» tendrá un reposo táctico.

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