Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Elkarrizketa
Joseba García Celada
Traductor de ‘Luchar por tierra extraña’

«En África, los prejuicios los imbuyen los colonizadores»

Funcionario jubilado, exsubsecretario del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 del primer Gobierno de coalición, Joseba García Celada (Sestao, 1958) ha traducido ‘Luchar por tierra extraña’, un clásico casi desconocido, aunque parezca una contradicción, de la literatura africana.

Joseba García Celada posa en Areeta, con el puente colgante de fondo.
Joseba García Celada posa en Areeta, con el puente colgante de fondo. (Marisol RAMIREZ | FOKU)

‘Luchar por tierra extraña’ (Txalaparta) solo tiene 135 páginas, incluidas dos introducciones y un epílogo y, pese a su pequeña extensión, resulta apasionante. Como hace la buena literatura, te empuja a escarbar más allá de lo que se cuenta en sus páginas.

Primera novela escrita en tigriña y posiblemente la primera escrita en una de las lenguas vernáculas de África –aunque el ‘título’ lo tenga ‘Todo se desmorona’ (1958), el clásico en inglés del nigeriano Chinua Achebe–,  Gebreyesus Hailu (1906-1993) la escribió en 1927 y no fue publicada hasta 1953, más de diez años después de la salida de los italianos de Eritrea. Está traducida al inglés, al italiano, al castellano ahora y, esperemos, algún día al euskara.

«Nadie pregunta por qué traduces un libro de literatura inglesa y eso muestra cuál es la mentalidad sobre la cuestión africana»

Teólogo y vicario general de la Iglesia Católica en su país, asesor del Ministerio de Información, la propia biografía del autor habla del descubrimiento de la conciencia del colonizado que plasma en una novela en cuyas páginas se escucha la poética voz de la literatura oral africana, para contar el viaje de los áscaris, soldados locales reclutados por los italianos para luchar contra las guerras de liberación. Los áscaris eritreos lucharon con los ocupantes contra Libia y Somalia (1910-1930) y Etiopía (1935-1941).

Este es un clásico desconocido en Europa y África. ¿Seguimos con mentalidad colonialista, verdad?

Exactamente. Solo es conocido en el ámbito eritreo, porque aquí el idioma está reforzado además por un alfabeto distinto que lo hace todavía más inasequible. A mí me hace gracia, porque alguno me ha preguntado: ‘¿Por qué lo has traducido?’. Nadie pregunta por qué traduces un libro de literatura inglesa y eso muestra cuál es la mentalidad sobre la cuestión africana. Al fin y al cabo, Eritrea tiene más población que Noruega o Islandia, y, por supuesto, que Euskal Herria.

He mirado en internet y ¡hay una  televisión en tigriña!

Es tan poco conocida que hasta el diccionario de la Academia de la Lengua Española no lo recoge.

Estuvo prohibida por los colonizadores italianos. Y eso nos lleva al euskara, ¿verdad?  

Hay muchos paralelismos. Suena a lengua minoritaria, pero es hablada por 3 millones y pico de hablantes y es también una cultura antiquísima. Lo que cuenta en el epílogo Laura Chrisman [especialista en literatura africana] es que durante mucho tiempo se piensa que la literatura africana empieza después de la descolonización, poniendo el énfasis en la literatura que utilizaba las lenguas de la metrópoli. Es curioso, porque la Universidad de Ohio [editora en inglés de esta novela en 2012] afirma, por ejemplo, que en un determinado momento ha habido un cierto boom de hispanohablantes, refiriéndose a Guinea Ecuatorial... ¡Entonces, busca una novela en la lengua de Guinea Ecuatorial! Si son creadores literarios, se expresarán mejor en su lengua materna, pero si quieren tener una mínima capacidad de venta, tienen que hacerlo en la lengua colonizadora.

García Celada ha recuperado el texto de Grebeyesus Hailu. (Marisol RAMIREZ / FOKU)


Se lee como una novela de aventuras: Tuquabo y los áscaris reclutados por el ejército italiano para combatir en Libia contra las fuerzas que luchan por su libertad viven una epopeya en el desierto.

Es la historia de la segunda hornada de reclutas eritreos que los italianos mandaron a Libia. Porque hubo una hornada anterior, que fue a la guerra de Libia y estuvo más tiempo, y de ahí volvieron, entre comillas, victoriosos e incluso los llevaron a Roma. Pero esta segunda hornada es la que más les duele a los eritreos, porque estuvieron pocos meses y murieron muchos.

Luego el otro paralelismo del libro, si lo ves un poco sutilmente, es que lo que Gebreyesus Hailu cuenta sobre el viaje en barco de los áscaris refleja su vivencia de cuando él fue al Vaticano a formarse. En paralelo, sus compatriotas fueron a combatir en Libia.

«Yo conocí en el Sáhara mucho a uno, que ya se ha muerto, que estuvo en la Guerra Civil con los tiradores del Rif. Para ellos era una especie de juego de guerra, pero luego cuando vuelven y les nace esa conciencia, se dicen: ‘¿Pero, entonces, nosotros qué hemos hecho?’»

Esta es una novela de autodescubrimiento, porque el protagonista reconoce su papel de opresor.

Se dan cuenta de ello al ver que están haciendo la guerra de otro, un otro a quienes ellos mismos, en cambio, les abrieron las puertas. Eso es lo que ocurre en muchos entornos coloniales de África: algunos es verdad que pasan a sangre y fuego y otros, como en Guinea Ecuatorial, por seguir el ejemplo del Estado español, o en el propio Sáhara, hay mucho de entrada que no es necesariamente a sangre y fuego.

La vivencia de ese reconocimiento es muy fuerte.  

Y de los prejuicios que tienen hacia otros pueblos, porque el autor reconoce que, desde los negros sudaneses hasta los árabes, tienen esos prejuicios imbuidos en buena medida por los colonizadores. Si lo vemos desde el punto de vista libio, son las tropas mercenarias que vienen a atacarlos.

Eran reclutados de forma semiforzosa, porque también el autor reconoce que entre los grupos con tradición guerrera, el poder ir a una guerra tenía su atractivo. Pero vemos desde dentro cómo se sienten ellos. De hecho, aquí, cuando se habla de las tropas moras, ¿qué veía esa gente arrancada de su sitio, utilizada primero en las guerras coloniales en el Rif y luego llevada a combatir a la Guerra Civil?

Fueron  los más sangrientos.

Totalmente. Claro que fomentaban eso, pero, al mismo tiempo, ¿cómo se veía a sí misma esa gente? Yo conocí en el Sáhara mucho a uno, que ya se ha muerto, que estuvo en la Guerra Civil con los tiradores del Rif. Todo eso se va a perder, porque ese hombre se ha muerto. Él tendría 14-16 años, era muy jovencito y lo utilizaban de correo. Después fue suboficial de las Tropas Nómadas y por eso tuvo una pensión militar.

Pero luego fue uno de los primeros pro independencia del Sáhara, son muy paralelas ambas historias, y acabó siendo uno de los procuradores que tenía Franco en la Yemaá. Para ellos era una especie de juego de guerra, pero luego cuando vuelven y les nace esa conciencia, se dicen: ‘¿Pero, entonces, nosotros qué hemos hecho?’.

¿Este es un proyecto de jubilación?

Sí, porque ahora tengo más tiempo, pero ya antes de jubilarme había traducido alguna cosa. Es una historia muy poca conocida de Rossana Rossanda [Pula, 1924-Roma, 2020], una persona muy relevante  de la izquierda italiana, que se titula "Un viaje inútil" [Tirant Humanidades, 2021]. En este caso también me sorprendió que no se conociese. A Rossana Rossanda la manda el PCI al Estado español en la segunda mitad de los 60, para intentar hacer un congreso de la oposición del Estado español en Italia.

Ella contacta con diversa gente, hace palanca sobre todo en Donostia y Barcelona, y está con Javier Pradera e intelectuales de esa órbita. La verdad es que también era muy curioso que esto no tenga más difusión, porque, además de una imagen muy curiosa de cómo se interrelacionan, la parte abertzale está muy marginada.

En su introducción, hace usted también un alegato por la lucha saharaui y las luchas de los pueblos.

Sí, es solidaridad militante dede hace cuarenta años. Además, entendida no en los términos de cooperación en una sola dirección, sino que para nosotros son la familia y los amigos. Hemos tenido tres como hijos y tenemos nietos. Además, me parece que es un ejemplo, en los tiempos que corren, de cómo puedes tener la razón, puedes tener el derecho... y esto va para los 50 años. Es absolutamente increíble cómo están en esa situación.