«El derecho al retorno es sagrado»
De 750.000 han pasado a ser más de cinco millones. Su territorio es hoy mucho más pequeño que el que la ONU le asignó al futuro Estado palestino en la partición de 1947. Y, con todo, los refugiados de la antigua Palestina británica tienen una cosa clara: «El derecho al retorno es sagrado».

Las palabras de Fadel Ayub, que tenía unos 8 años cuando el recién creado Estado de Israel expulsó a su familia de su aldea en Galilea a lo que entonces era Transjordania (hoy Cisjordania ocupada), resuenan en el salón de su casa en el campamento de refugiados de Beit Ilma, junto a la ciudad de Nablus.
La expulsión y huida de cientos de miles de palestinos de sus hogares tras la guerra de 1948, hace 77 años, se conmemoró ayer en toda Palestina como el día de la Nakba, «catástrofe» en árabe.
El campamento de Beit Ilma está gestionado por la Unrwa, que administra otros 18 en toda la Cisjordania ocupada, y decenas más en Líbano, Siria, Jordania y Gaza.
Sus habitantes refugiados (10.000 personas, la gran mayoría descendientes de 300 familias expulsadas de localidades como Haifa o Tel Aviv) tienen derecho a regresar a sus hogares o a recibir compensación, según la resolución 194 de la ONU.
Recuerdos de guerra
Ayub recuerda bien los años de la Nakba. Después de sobrevivir por los pelos a una ejecución colectiva en la aldea de Majd al-Krum a comienzos de la guerra de 1948, su padre decidió trasladar a la familia a Líbano mientras durasen los combates.
«Yo tenía sarampión y estaba muy débil», recita de memoria el octogenario. «Mi padre me llevó en brazos durante todo el camino», dice, orgulloso.
Pero cuando la familia trató de volver, los israelíes metieron a todos en un autobús y los enviaron a Yenín, que había pasado a formar parte del Reino Hachemita de Transjordania.
A pesar del dolor de sus recuerdos, asegura que «hay espacio suficiente» para judíos y árabes en Palestina. «Pero ellos no quieren», lamenta.
«Una vez nos permitan ejercer nuestro derecho al retorno, entonces tal vez podamos vivir con los judíos», matiza Ahmed Shama, refugiado palestino.
Fadel Ayub, que escribe poesía romántica y política, aprovecha para recitar uno de sus poemas sobre la causa palestina. La poesía, para él, es una forma de mantener vivo el anhelo por la tierra perdida para las generaciones más jóvenes.
Pero para los más jóvenes de Nablus, que han nacido y crecido en Cisjordania, el derecho al retorno no tiene ningún sentido sin lograr antes la independencia para lo que queda de Palestina. «Sin independencia, el derecho al retorno es imposible», dice Baraa, un estudiante de Enfermería de 21 años.
Familia Jordaniara, aita kartzelara
Fadelek ondo gogoratzen ditu Nakbaren urteak. 1948ko gerraren hasieran Majd al Krum herrixkan exekuzio kolektibo bat izan ondoren, aitak familia Libanora eramatea erabaki zuen, borrokek irauten zuten bitartean. Baina familia itzultzen saiatu zenean, israeldarrek denak autobus batean sartu eta Yeninera bidali zituzten, zeina Transjordaniako Hachemita Erresumaren parte izatera igaro baitzen. Aitak bi urte preso eman zituen Israelgo kartzela batean, Haifatik hurbil, itzultzen saiatu izanagatik.

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