
Pero antes, la diminuta sala Buñuel acogía uno de esos encuentros que la falta de límites del Festival de Cannes posibilita: una clase magistral entre Guillermo del Toro y Alexandre Desplat, con escenas en work in progress y un piano con el que ilustrar. A diferencia de la templada intervención de JR y Robert de Niro, Del Toro ha brillado en sus titulares. “La cámara es la primera nota de la música. Alexander empieza hablándome de la cámara, y cuando estábamos haciendo ‘La forma del agua’, me dijo, ‘la cámara se mueve como una ola. Tenemos que capturar esa sensación’. Porque la película intenta hablar. Se mueve sola, intenta comunicar. Su voz llega con la música, allí donde empieza la composición. Creo que cuanto mayor te haces como cineasta, más aprendes a callar y escuchar. Y eso es lo que haces con un compositor”.
Añadía, al poco: “La composición musical es el único momento en que me sorprendo al hacer una película. En la sesión de grabación te conviertes en espectador de tu propia obra. Yo cocino para todos. Todo el día, todos los días. Y cuando salgo [al comedor], Alexander ha puesto la mesa mesa, el carácter final de la película”. El tándem ha reconocido haber arrancado ya en la composición de ‘Frankenstein’, y han compartido que si la ocasión se presta, bien podría acabar siendo un musical.
Wes Anderson simplifica en ‘La trama fenicia’
Aunque no escatime en la cantidad de props, disfraces y caras conocidas, y la susodicha trama fenicia involucre tantas de las habituales descargas de jerga apenas-comprensible, en su nueva película a Competición el “aristogato” del Festival sí opta por un arco sencillo, emotivo y celebratorio. Si en ‘Asteroid City’ emulaba la tristeza de Hopper, y en ‘La crónica francesa’ abría un intricadísimo órgano, ‘La trama fenicia’ vuelve sobre los pasos de una historia sencillísima: el lugar del perdón entre un padre insensible y la hija que ha negligido, dentro de un arco positivo de aventuras.
Benicio del Toro borda delicioso las maneras de la distinción, guardando su fragilidad para conmover –de veras– al final de un film ágil y que no deja nadie atrás. Luego está Mia Threapleton, hija de Kate Winslet, coprotagonista deliberadamente plana y guiñolesca en un film que, más que nunca, es puro baile de máscaras. Ahí queda el tercer personaje recurrente, el hipertrofiado entomólogo y tutor Michael Cera, de excentricidad menos graciosa de lo que se cree. En fin: viaje cosido a retazos, y pegado de postizos, la familia de estrellas de siempre (Scarlett Johansson, Tom Hanks, Benedict Cumberbatch...) vuelve como recuerdos tras una road-trip placentera y libre, más amable incluso que las fábulas del primer Anderson.
‘O agente secreto’, crónica en minúscula que huele a Palma
Kleber Mendonça Filho (‘Bacurau’) escribe los últimos días de un agente encubierto durante el pico de las desapariciones en Brasil. La tranquilidad de Recife, pueblo fetiche de Mendonça Filho, se traduce en el corrompido cadáver que espera tapado bajo unos cartones: un desaparecido que, como todos los desaparecidos, no lo es. En la distancia entre lo que sabemos y lo que vemos descansa el corazón de ‘O agente secreto’, primero el escaparate hasta simpático para un reparto de secundarios, algunos de los cuales se desvelarán lobos. Hay que escuchar con atención para desmenuzar el calibre real de lo que se dice en este tapiz colorista y muy dialogado.
Hay que confiar en la intuición, y en las propias imágenes, marcadas por la tristeza más honda, así como por una tranquilidad extraña. Fernando –así llamaremos al agente protagonista, un descomunalmente humano Wagner Moura– encuentra refugio en la gente íntegra que sí sigue ahí a pesar de todo. A pesar de la Historia oficial que niega su existencia. Personas con historias en minúscula, aquellas que admiten el testigo a pie de calle y la leyenda urbana (una pierna peluda protagoniza algún episodio sorprendentemente gracioso entre la tensión). Aquellas que se guardan en grabaciones caseras, que no en enciclopedias. Muy aplaudida, ‘O agente secreto’ es firme candidata a la Palma.

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