«Salir del infierno de Al-Hol»
En el campo sirio de Al-Hol, miles de personas capturadas tras la caída del Estado Islámico, en 2019, siguen encerradas. Recientemente se han acelerado las repatriaciones a Irak y Siria. Pero el destino de las mujeres extranjeras sigue en el aire y mantiene la tensión en el campo.

Perdido en el limbo del desierto sirio, a pocos kilómetros de la frontera con Irak, el campo de desplazados de Al-Hol es una herida que el tiempo no ha podido cerrar. Tras las gruesas vallas de protección, y bajo la mirada de guardias kurdos armados hasta los dientes, un mar de tiendas de colores indefinidos satura el horizonte. Entre ellas, en los polvorientos callejones de este rincón del mundo, se entrecruzan y entremezclan siluetas: mujeres envueltas en niqabs de colores oscuros, niños y niñas arrancados de su infancia por la guerra.
Aquí, los fantasmas del «califato» autoproclamado por el grupo Estado Islámico (ISIS) en junio de 2014 siguen acechando, siete años después de la derrota del grupo yihadista. Nos remontamos a 2019, en la aldea de Baghouz, donde se habían atrincherado decenas de miles de personas. Combatientes obstinados, pero también sus mujeres y demasiados niños.
Las imágenes dieron la vuelta al mundo. A falta de un mecanismo judicial funcional, y mientras los perfiles más peligrosos eran trasladados a prisiones improvisadas en el noreste de Siria, las familias de los yihadistas eran transportadas en camiones y hacinadas en este campo de desplazados. La mayoría aún sigue allí, prisionera de un laberinto infernal donde imperan la miseria, la inseguridad y la desesperación.
«El Daesh sigue vivo en Al-Hol»
Cihan Hanan, de 32 años, dirige la parte civil de Al-Hol desde los tiempos de las primeras llegadas procedentes de Baghouz. «Hoy en día, todavía hay unas 32.000 personas viviendo aquí, repartidas en varios sectores según su nacionalidad: iraquíes, sirias y, además, 6.000 extranjeras de 47 nacionalidades diferentes», explica.
Si Hanan conjuga los verbos en femenino, no es por una elección ideológica, sino porque, según ella, el 95% son mujeres y niños. Cifras difícilmente discutibles. En el pasillo central que une los sectores iraquí y sirio, en el interior de un inmenso mercado improvisado, se agolpan por miles, con el rostro y el cuerpo completamente ocultos bajo velos negros. Sus abayas descoloridas dejan ver a menudo miradas tan evasivas como agotadas. En medio de un ruido ensordecedor, los niños deambulan, a veces tirando con fuerza de carritos destartalados en los que venden artículos recuperados de ONG. A su alrededor se mezclan puestos de fruta cubierta de polvo, pollos aún vivos, ropa, perfumes y una gran variedad de productos, todos ellos importados de los pueblos de los alrededores. Al-Hol se ha convertido en una ciudad-prisión.

Y aunque todas las mujeres que aceptan ser entrevistadas aseguran que ya no tienen ningún vínculo con el ISIS, los guardias kurdos que nos escoltan permanecen muy atentos. «Al-Hol es sin duda el lugar más peligroso de Siria», afirma el general de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) Cani Ahmed, responsable de la seguridad del campo.
Y tiene mucho trabajo por delante: «El Daesh [ISIS] sigue vivo en Al-Hol. Algunas mujeres siguen entrenándose para el combate, la policía islámica sigue sembrando el terror y a menudo se incautan armas. En la última operación, encontramos en unas galerías subterráneas varios kalashnikov, un lanzacohetes desmontado y material para fabricar minas. Sabemos que, gracias a una red de traficantes bien organizada, y favorecida por la corrupción, las mujeres siguen huyendo y las armas siguen entrando».
Si bien todos los sectores de Al-Hol son escenario de situaciones difíciles, el reservado a las mujeres extranjeras está «fuera de control». De hecho, es imposible entrar en él. Pero, ¿es realmente necesario para comprender el drama que se vive allí?
El infierno del sector 6
Definitivamente, no. En su lugar, las fuerzas kurdas nos invitan a dar una vuelta por los alrededores de esta zona. A los pocos segundos de comenzar la patrulla, decenas de niños y niñas surgen de la nada con bolsas llenas de piedras en las manos. Durante 15 minutos, desde el otro lado de la valla de seguridad, persiguen al convoy; los proyectiles y los insultos se suceden sin cesar. Algunos levantan el dedo índice al cielo, en señal de lealtad al ISIS, y sus voces, apenas audibles gritan «Allah es grande» hasta que estas se pierden en el ruido. «Estos niños están totalmente adoctrinados por sus madres, son víctimas, pero a la vez auténticas bombas de relojería», se desespera Hannan.
Al-Hol parece un pozo de horror sin fondo, donde cada información es a menudo más sórdida que la anterior.
Con frecuencia, las fuerzas del campo, tanto civiles como militares, dicen encontrarse con niños muy pequeños, nacidos evidentemente de forma clandestina. «Hubo un tiempo en el sector 6 en el que sacábamos a los niños que habían alcanzado la pubertad y los enviábamos a centros lejos de sus madres. Tras las protestas de las ONG, tuvimos que dejar de hacerlo. No cabe duda: algunas adolescentes son utilizadas por otras mujeres para procrear, con el fin de perpetuar el califato», explica mientras muestra la foto de un recién nacido, encontrado por casualidad durante una operación. Y continúa: «Todos los niños menores de 7 años que ves han nacido aquí y, en su mayoría, no tienen existencia legal».
Aunque la red de internet y la telefonía están cortadas por motivos de seguridad, estas mujeres están al corriente de la caída del régimen de Bashar al-Assad, que tuvo lugar el 8 de diciembre. «Esto ha provocado un periodo de inestabilidad y ha cambiado las cartas sobre la mesa», comenta la directora. Las sirias se negaban a ser repatriadas por miedo al régimen, pero ahora desean regresar a sus regiones. Las iraquíes, por su parte, temen que Ahmed al-Sharaa, encarcelado en Irak en el pasado, se vengue de ellas y quieren volver a su país pese al riesgo de ser encarceladas. En cuanto a las extranjeras, creen firmemente que pronto serán liberadas por el nuevo poder establecido en Damasco, con el que consideran tener afinidades ideológicas. Esperan su momento.
¿Hora de regresar?
Para las autoridades locales, el repentino cambio de postura de Bagdad, que ha decidido de improviso readmitir a sus ciudadanas tras años de inmovilismo, es casi providencial. Un verdadero soplo de aire fresco: desde hace varios meses, todos los jueves, varios autobuses sacan del país a decenas de residentes y a sus hijos.
En una sala de espera con vistas a los vehículos, las más afortunadas se impacientan. La tensión es palpable y la delegación gubernamental iraquí está nerviosa. Con los niños y las bolsas con sus pertenencias bajo el brazo, están a punto de abandonar este infierno. Al otro lado de la valla, otras iraquíes se desesperan: sus nombres no figuran en la lista de exfiltración.
Latifa, de 45 años, es originaria de la provincia de Al-Anbar. Acompañada de sus cuatro hijos, extiende su expediente médico con el brazo extendido y grita: «¡Estoy enferma! ¡Tengo que volver! ¡Estoy lista, mis cosas están ahí!». En vano. Los autobuses partirán sin ella.

Para Hanan no hay duda: si bien algunas de las mujeres de Al-Hol siguen radicalizadas, muchas otras fueron arrastradas a la vorágine de la guerra por maridos que, por diversas razones, decidieron unirse al ISIS: «Esto es especialmente cierto en el caso de las iraquíes, muchas no tuvieron más remedio que seguir a sus maridos, que a menudo seguían a sus jefes tribales».
Como las buenas noticias nunca vienen solas, en las últimas semanas han sido las nuevas autoridades sirias las que han viajado hasta aquí. Hannan participó en una cumbre con la delegación de Damasco. «El nuevo poder ha decidido asumir sus responsabilidades y se ha comprometido a repatriar progresivamente a las mujeres sirias detenidas. No ponemos ningún obstáculo. Algunos sirios estaban muy inquietos, pero el ejemplo iraquí los ha tranquilizado», asegura.
A pocos metros, Dounya Hamid, una siria de 27 años, se ha acercado a los guardias del campamento para pedirles ayuda. Ella y sus seis hijos fueron abandonados por su marido, considerado no peligroso y autorizado a vivir en la zona siria del campamento: «Nos abandonó, se volvió a casar y vive con su nueva mujer en otra tienda. Estoy sola, desesperada, quiero olvidarlo y volver a Alepo. Mis hijos solo han conocido este campamento, es inhumano dejarnos aquí. Queremos salir del infierno de Al-Hol».

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