‘Chistes contra Franco’, la obra que recupera el humor de resistencia
Por los 50 años de la muerte del dictador, el artista Eugenio Merino creó junto al director de Revista Mongolia, Darío Adanti, una «acción teatral» en el madrileño Lavapiés que reivindica la memoria histórica y el aguante de la opresión desde la gracia popular que proliferó en aquellos años oscuros.

«Un español que ha pasado varios años fuera de España -por la guerra o por otra causa- vuelve al cabo del tiempo. Charla con un familiar: ¿Y por aquí cómo estáis? No nos podemos quejar, responde. Entonces bien, ¿no? No, no: ¡que no nos podemos quejar!».
Este es uno de los tantos chistes que durante las largas décadas de dictadura y Transición se contaban en el Estado español, muchas veces en voz baja y con alerta de quién era el interlocutor. Era una pizca de humor, clandestino y rebelde, ante el cerrojo a la libertad de expresión y a la creatividad que significaba el franquismo.
Aquella humorada es una de las muchas que se recuerdan en ‘Chistes contra Franco’, una «acción teatral», según la descripción de su creador, el artista Eugenio Merino, que desde noviembre pasado está en el Teatro del Barrio, en la zona madrileña de Lavapiés (sí, el mismo teatro en el que se fundó Podemos hace más de una década).
Su idea es hacer una representación por mes hasta que se cumpla el aniversario del medio siglo del fallecimiento del dictador, y las funciones son cada día 20 del mes. En julio, sin embargo, han elegido cambiar la fecha y hacerla el día 18 por ser aniversario del golpe de Estado («levantamiento nacional», para los filofranquistas que abusan de los eufemismos).
La estética de la obra es muy peculiar: todo de negro, incluida la vestimenta de sus dos protagonistas, que están de pie durante los 55 minutos que dura, frente a un atril típico de orquesta clásica, y que son iluminados por dos fuertes focos de luz blanca. Allí estarán el escritor y dibujante Darío Adanti, director de Mongolia, y la actriz y periodista Ana Alonso.
Adanti, con inconfundible acento argentino (nació en Buenos Aires) será el encargado de interpretar los chistes con algunas introducciones, mientras que la madrileña Alonso, haciendo gala de una voz de radio potente y solemne (es directora de podcast en Cadena SER) leerá fragmentos de libros de historiadores para dar un marco cronológico a lo que iba sucediendo durante las cuatro décadas que se repasan con sus matices (desde la posguerra de hambruna y miseria, que retratan con una lectura de testimonios de diplomáticos británicos, hasta el final del dictador, con referencias a su avanzada edad y la decadencia del régimen).
«Catarsis y resistencia»
El artífice de ‘Chistes contra Franco’ es el madrileño Eugenio Merino, quien tuvo la idea de la realización y es el director de la acción teatral, aunque dice no considerarse un director sino un «artista del campo contemporáneo». En conversación con NAIZ, comenta cómo fue el origen de la obra.
«Ideé esta acción en el teatro como una acción política, simbólica, de conmemoración y celebración de la muerte de Franco y de memoria histórica. Darío y yo desarrollamos un guion, que está pensado para ser escenificado en un teatro pero también se puede hacer en festival de performance. [La obra] es un camino intermedio, siento que es un híbrido que puede moverse en otros términos. Al escribir el guion nos pusimos en contacto con varios historiadores y el planteamiento fue a partir de ese archivo de chistes que encontramos en varias fuentes, por ejemplo en el libro ‘Cuando nos reíamos de miedo‘, de Gabriel Cardona, entre otros», explica.
Merino señala que si bien los chistes son calificados de humor «popular», su voluntad es reivindicarlos como «antifascistas»
Merino señala que si bien los chistes son tachados de humor «popular», su voluntad era «reivindicar que esos chistes no eran populares, sino antifascistas y que se contaron en el momento de la represión, representan una lucha contra el sistema, contados en forma clandestina, de boca en boca, y que no estaban controlados, como sí lo estaba el humor gráfico, que tenía censura». Según él, tanto las bromas como los relatos de historiadores «conforman una realidad que de alguna manera cuestiona estos relatos que la extrema derecha pretende imponer para negar la dictadura».
La Fundación Franco denunció dos veces a Merino cuando era colaborador de la Revista Mongolia. Recalca que el hecho de que los chistes sigan causando risa hoy es prueba de que «el contexto en el que nos estamos moviendo evidentemente permite que sea así».
Otra curiosidad es que en su trabajo de investigación advirtió que los mismos chistes se contaban en todas las regiones del Estado español «solo con algunas alteraciones, pero la gente los compartía y se reía de lo mismo».
La obra es un ping pong de risas y de amargura que recuerda la penuria de la sociedad y su asfixiante falta de libertad. Entre la decena de historiadores mencionados están algunos clásicos de hace décadas como otros de trabajos recientes, como Alfredo González Ruibal, citado para hablar por su libro sobre la arqueología del Valle de los Caídos, o Pablo Alcántara Pérez, traído al texto por su investigación sobre las torturas de la BPS en la Real Casa de Correos (ambos entrevistados recientemente por NAIZ).
Sobre el porqué de la puesta en escena tan negra, Merino responde que quería «jugar con el componente simbólico del color, de una España negra. Y que quien esté hablando sea iluminado por la luz solo cuando habla (luego quedan en oscuridad), también por una concepción minimalista de lo que debe ser la transmisión de la idea de la vivencia de una represión muy dura».
«La risa es una vía de escape. En el teatro se tiene que sentir lo que era la dictadura y lo que era la posibilidad de la risa, y que te denunciaran por ello. El humor también fue resistencia. Bertolt Brecht decía que las dictaduras no se combaten, se ridiculizan. Contar estos chistes era hacer una pequeña revolución, una resistencia al sistema, junto con el placer de la catarsis del humor», reflexiona.
Alonso, la voz femenina de la obra, fue convocada porque le dijeron que ella encajaba perfecto al ser «actriz y periodista. Bueno, y de izquierdas», recuerda entre risas (además es graduada en Filología Hispánica). «Lo que más me llamó la atención del proyecto fue su compromiso con la memoria histórica y antifascista. Aunque no tengo familiares en cunetas y nací después de la dictadura, tengo mucho interés como ciudadana, desde lo político. Fue un proceso de mucho estudio, los textos de los historiadores trato de irlos descifrando, los mastiqué mucho para escenificarlos y que lleguen bien a la gente», comenta a NAIZ.
La obra estará en cartel hasta noviembre aunque Merino dice que su deseo sería «que durara 40 años, como la dictadura»
La actriz dice disfrutar esa «tensión» que se crea «entre las risas del público por los chistes y las cosas» que cuenta sobre los períodos históricos, como cuando lee el comunicado de ETA tras la muerte de Carrero Blanco.
Le sorprende ingratamente la cantidad de gente joven que tras ver la obra se le ha acercado y le ha admitido que le han dicho que no sabía «que las cosas habían sido así; muchos no son conscientes de la tortura». Así que se congratula de participar de este «ejercicio de reconstrucción histórica».
La obra estará en cartel hasta noviembre aunque Merino dice que su deseo sería «que durara 40 años, como la dictadura». Sobre el final, Adanti culmina trayendo al auditorio al presente. Cincuenta años después, remata el chiste final sentenciando: «Ya parecía que las cosas no iban a cambiar tanto».

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