En un paréntesis de su cobertura en terreno, Juan Navarro García habla con NAIZ sobre la tragedia de la que está siendo testigo preferente: los feroces incendios en León y Zamora. Sumado a lo que está ocurriendo en Galiza o Extremadura, en pocos días se han quemado nada menos que 300.000 hectáreas en el Estado español, además de millonarios daños materiales, víctimas fatales y 30.000 personas desalojadas.

El combo es mortífero: en un agosto impiadoso, con una de las olas de calor en el centro y sur peninsular de las más largas desde que hay registros según Aemet, los fuegos se han cebado con el oeste del Estado en un año que se ubica en el más catastrófico en cuatro décadas según el sistema de vigilancia satelital Copernicus, que cifra en 350.000 hectáreas las superficies quemadas en total en lo que va de 2025.

Navarro ha escrito ‘Los rescoldos de la Culebra’ (Ed. del KO, 2024), una crónica desde la primera línea de fuego de los incendios que azotaron el noroeste zamorano en 2022, que dejaron cuatro víctimas y la quema del 6% del territorio provincial (una superficie equivalente a la ciudad de Madrid). En ese trabajo de campo, el periodista habló con bomberos, afectados directos, voluntarios y hasta con un grupo de psicólogas que dio asistencia a los que lucharon contra el fuego y quedaron con secuelas emocionales.

«El libro se nutre de las crónicas que hice. Fui percibiendo cuáles eran las claves y vi que había que hacer un desarrollo más amplio. Volví al lugar más de un año después para hablar con las personas, recoger más testimonios y obtener más información. Pude ver el lío, la acción en sí misma, los bomberos totalmente desbordados, la gente ayudando como podía... y, tiempo después, las consecuencias», explica a NAIZ desde Valladolid, donde reside, aunque por estos días circula por León y Zamora.

«Siento que ahora se repite la historia, ¿cómo va a cambiar algo si las políticas siguen siendo las mismas?»

Los de 2022 fueron en realidad dos incendios, «uno en junio y otro en julio, pero en la misma zona, por lo que se pueden entender como un gran incendio», recuerda. «Si se le hubiera prestado la justa atención, seguramente no estaríamos viviendo esto ahora, sin dudas. Se podría haber hecho un mejor trabajo de prevención y tomado nota de lo del 2022. No se iban a eliminar de un plumazo los incendios pero hubiera hecho que todo estuviera mejor condicionado, con mejores métodos de atención. Siento que ahora se repite la historia, ¿cómo va a cambiar algo si las políticas siguen siendo las mismas?», se pregunta.

Voluntad política y despoblación

Preguntado por la lección que le dejó aquella experiencia de hace tres años, señala que, sin dudas, «no hay medios suficientes, no hay inversiones en bomberos ni en dispositivos eficientes».

«¿Pueden evitarse los incendios? No, pero sí resolverse mejor. No hay vocación política de hacerlo y se une al problema de la despoblación. Son territorios abandonados con muchos campos sin estar trabajados, hay poco músculo social, personas mayores abandonadas, con malas infraestructuras. Ese es el sentimiento general que tienen allí cuando se les pregunta: abandono», añade.

Según un informe de la Cadena Ser que cita fuentes del Ministerio de Transición Ecológica, las comunidades autónomas y ASEMFO, la inversión pública en prevención de incendios se ha desplomado un 51%. Sobre si el problema es de financiación, de mala gestión o de ambos, Navarro recalca que se trata de «las dos cosas».

«Hay desidia en la gestión, en pueblos con poca población que son poco rentables electoralmente. Se deja estar, se asume que está amortizado, que no compensa»

«Cuanto más recursos sería mejor para todos, y los recursos que hay no están bien administrados. Yo he visto estos días bomberos inactivos y hay bomberos con muchísimo trabajo, desbordados. Es un absurdo. Y en Zamora he presenciado algo muy parecido, con bomberos que no dan de sí y no les llega comida».

«Y también hay desidia en la gestión –continúa–, en pueblos con poca población que son poco rentables electoralmente. Por arrastre, se deja estar, se asume que está amortizado, que no compensa hacerlo», reflexiona.

Además de las pérdidas materiales y las víctimas, los fuegos feroces dejan secuelas. Navarro entrevistó a un grupo de psicólogas voluntarias que se centraron en los bomberos que sufrieron situaciones muy complicadas en Zamora: «Ellos vieron morir compañeros, estuvieron desbordados y es un mundo muy masculino, cerrado a las emociones. Las psicólogas intentaron ayudar para que se pudieran desatascar y atendían a unos 20 bomberos que decían sufrir angustia, pesadillas, sentimientos de culpabilidad y sensación de frustración».

La Junta de Castilla y León, que tiene las competencias como toda comunidad autónoma en el combate y prevención del fuego, tampoco estuvo a la altura. Con respecto de lo ocurrido en Zamora hace tres años, Navarro recuerda que el Gobierno de Fernández Mañueco (PP) «prometió dinero y recursos y algo hubo pero no ha llegado ni a todo el mundo ni son sustanciales, no hacen la diferencia. Fue todo muy estético».

De aquellos días, Navarro tiene recuerdos estremecedores, de ver ancianos llorar, de gente joven diciendo que no había futuro, de personas que vivían de la sierra y que tras el fuego ya no iban a tener medio de manutención, y «muchos diciendo lo mismo, mayores o jóvenes, profesionales formados o gente común; repetían que esto ellos sabían que iba a suceder, que era evidente y previsible, por las sequías, por el abandono y por los escasos recursos de los bomberos forestales».

«Mayores o jóvenes, profesionales formados o gente común, todos repetían que sabían lo que iba a suceder, por las sequías, el abandono y los escasos recursos»

Azuzado por la ultraderecha y los negacionistas climáticos, en redes sociales y por parte de algunos dirigentes de Vox y el PP, irrumpe en la conversación pública la noción de si lo sucedido no tiene que ver con las regulaciones de la Agenda Verde europea y lo que ellos llaman un «fanatismo climático», de excesiva regulación.

La brecha entre la ciudad y el campo

Preguntado al respecto, Navarro señala: «Ese debate es un poco complicado. Hay una  queja general y que suele estar acertada, que es que para poder cortar una rama y todo eso, hay que pedir mucho papeleo. Sí, eso es verdad pero ese escenario está un poco exagerado. Existe una brecha enorme a partir de lo que se decide sobre el campo en la ciudad y la gente del campo se queja de que la gente que decide en un lugar con moqueta no entiende la situación, y acaba habiendo desafección con las instituciones. Muchos pueblos se han visto afectados por el fuego porque no están reforzados. Alrededor del núcleo debería haber protecciones, deberían estar limpios, pero son terrenos privados la mayoría, así que acaba dependiendo de cada uno».

En ese sentido, enfatiza que son los ayuntamientos los que tienen competencias para exigir que se limpien los montes. «Pero no se hace por dejadez, por no meterse en problemas. Hay parcelas limpias y sucias, y si hay un incendio salta de la que está más dejada a la que está bien», subraya.

En solo 13 días ha ardido en el Estado español casi tanto como todo lo que se quemó en 2022, que ya estaba considerado como el peor año desde 1994. Por ello, 2025 se perfila como el peor en las últimas décadas. En estos días ha ardido una superficie del tamaño de Bizkaia. Aquel infierno de la Sierra de la Culebra, que muchos deseaban no volver a ver, desgraciadamente ya se ha quedado corto respecto a la actualidad.