‘La Masacre del Circeo’, violencia machista y de clase en Roma hace ahora medio siglo
Entre el 29 y el 30 de septiembre de 1975 tres jóvenes fascistas de familias acomodadas secuestraron a dos jóvenes de la periferia romana: una falleció tras ser violada y torturada, la otra sobrevivió de milagro y pudo contarlo todo después de haber fingido estar muerta.

Hay lugares que meten miedo. Mejor dicho, que infunden terror. Son lugares reales donde no es que se viva mal, pero ocurrió algo tan espeluznante que sigue provocando escalofríos.
En Italia uno de estos en San Felice Circeo, una espectacular bahía a mitad de camino entre Roma y Nápoles, que entre el 29 y 30 de septiembre de 1975, ahora hace medio siglo, fue escenario de un episodio que trascendió el carácter de simple hecho criminal: de hecho, se le llama «la Masacre del Circeo».
Tres chicos de buena familia (y fascistas) secuestraron, torturaron y violaron a dos jóvenes, matando a una y dejando viva de milagro a la otra, que se salvó haciéndoles creer que estaba muerta.

Todas las mayores abyecciones en un mismo acto, que dejó durante un tiempo ‘grogui’ a la sociedad transalpina: ¿se podía llegar a un nivel tan extremo de odio? Evidentemente, sí.
Rosaria y Donatella
Aquel 1975 fue un año clave para entender los cambios que se estaban produciendo en Italia, un país donde se podía morir en peleas callejeras y donde por ejemplo el cine estaba trasladando una visión melancólica de la sociedad.
En el epicentro estaba el odio generado entre la extrema derecha y la extrema izquierda. Organizaciones armadas en colisión y sectores del Estado que inflaban esa rabia de manera discreta pero evidente, alimentando una espiral de tensión continua.
Rosaria Lopez y Donatella Colasanti eran dos jóvenes amigas que tenían menos de 20 años y vivían en La Montagnola, un suburbio de Roma. Era una de aquellas urbanizaciones que habían sido construidas desde la nada durante el fascismo, pura especulación inmobiliaria para acoger a los nuevos habitantes, sobre todo proletarios. Lugares ‘pasolinianos’, en una palabra.
Como todas las jóvenes de su edad, Rosaria y Donatella habían superado la adolescencia soñando seguramente con una opción de ascenso social, una posibilidad de salir de la periferia hacia nuevos horizontes. Porque Roma es una ‘ciudad eterna’, desde luego, pero sobre todo enorme.
Y así, un día en un bar del cercano barrio del Eur se les acercaron dos chavales, con buena presencia, vestidos a la moda, inicialmente con buenas intenciones. Rosaria y Donatella se lo tomaron con ilusión; sería al menos una ocasión de pasarlo bien.
Lopez y Colasanti no sabían que aquella pareja, un poco mayor que ellas, estaba formada por dos criminales, Angelo Izzo y Gianni Guido. Izzo, sobre todo, había estado ya en la cárcel por haber violado a una menor, aunque se había salvado de una condena mayor gracias a su estatus social.
Lopez y Colasanti no sabían que aquella pareja que habían conocido en un bar eran criminales (Izzo ya había estado preso por violar a una menor), además de fascistas
Izzo y Guido eran más concretamente dos representantes de la llamada ‘Roma bene’, una expresión que se utiliza en Italia para definir a las familias de la alta burguesía, ricas y protegidas. Y ambos, además, militaban en la extrema derecha post-fascista. Vivían en barrios céntricos y pijos, Parioli y Trieste, otro mundo respecto a La Montagnola.
El caso es que tras conocer a Rosaria y Donatella las invitaron a una fiesta en la costa, en una gran villa propiedad de otro amigo. Las chicas aceptaron, sin intuir que aquella iba a ser su condena a muerte o a un final atroz, en San Felice Circeo.
La película de horror
Circeo, sur de Roma, en la frontera con la región de Campania: un nombre que viene ni más ni menos que de ‘La odisea’, porque allí se dice que vivía la hechicera Circe, quien transformaba en cerdos a quienes no le obedecían. Y en cerdos, animales nobles en sí pero representación de la suciedad, se convertirían los tres chavales: Izzo, Guido y el tercer protagonista de esta película de horror, Andrea Ghira, colega y cómplice de los otros dos. Otro hijo ‘bene’ de esta Roma dividida claramente en varios estratos sociales, donde los de arriba odiaban, en este caso, a los de abajo.
Cuando Rosaria y Donatella llegaron a esta mega-villa con Izzo y Guido, enseguida empezaron las señales de violencia, y más cuando se les se juntó Ghira, dueño de la casa y líder carismático de la «manada». Hijo de un constructor que había sido medalla de oro en waterpolo con Italia en 1948, se hacía llamar Jacques Berenguer, como el jefe de la mafia marsellesa que por aquel entonces tenía intereses en Roma. Y así fue presentado a las chicas, que empezaron a sentirse incómodas, percibiendo una trampa.
Primero fueron tortazos, puñetazos, abusos mentales y sexuales. Luego aparecieron las pistolas y los cuchillos; las chicas se habían convertido en meros objetos para el placer de estos tres criminales. Una espiral que solo detendría la muerte. Lopez fue agarrada por el pelo y ahogada en una bañera. Colasanti perdió el conocimiento después de las torturas, oyendo claramente frases como «Pero ¿cuándo va a morir esta?». Y mientras tanto patadas en la cara, en el pecho, en la cadera, los gritos de la amiga que de repente se habían apagado... Donatella, en sus últimos momentos de lucidez, tuvo una idea que le salvó la vida: fingirse muerta. De esta manera la violencia acabó, pero no el horror.
Ghira, Izzo y Guido metieron los dos cuerpos en el maletín de un Fiat 127 blanco y se dirigieron hasta Roma, la noche del 30 de septiembre, para cenar. Durante el viaje todavía tomaban el pelo a las chicas: «Mira lo bien que duermen estas», «Cállate, que hay dos muertas aquí». Dirección, el coqueto y pijísimo barrio Trieste, en el centro de Roma, donde iban a comer algo y luego tirar a los cuerpos en algún lugar en que asegurarse de que nadie podría culparles.
La secuencia entera delataba el odio de aquella juventud post-fascista hacia ‘los rojos’, los proletarios, a los que se deseaba la muerte. Rosaria y Donatella no sabían realmente nada de política, pero según el punto de vista de los tres criminales cualquier persona que vivía en una urbanización como la suya no podía ser más que comunista y merecía un castigo.

Sabemos todo esto, claro está, porque Donatella no estaba muerta y consiguió salir de aquel maletín mientras sus torturadores estaban cenando. Empezó a chillar, a dar golpes a la capota, hasta que llegó un policía. Este hombre, creyendo inicialmente que se trataba de un gato, no le dio mucha importancia al ruido, pero cuando los gritos se hicieron más fuertes pidió refuerzos y descubrió el horror: en el maletín había un cuerpo muerto y una chica viva, totalmente en shock, sangrando. Los fotógrafos también llegaron y recogieron para siempre la imagen de Donatella Colasanti, su mirada al vacío.
Un final turbio, con Melilla y Donostia
Se abría un proceso en que no iba a ser fácil hacer justicia, sobre todo por la capacidad de presión de los imputados, con abogados que situaron el caso como ‘la palabra de Donatella contra la de los demás’. Había unas cuantas evidencias, claro está, unas cuantas pruebas, pero ni Lopez ni Colasanti tenían ventaja verdadera vista la mentalidad de la época. Porque las miradas hacia estas dos chicas era más acusadoras que favorables por haber aceptado la invitación a una fiesta por parte de unos desconocidos.
Asociaciones feministas afortunadamente tomaron parte en el juicio, que acabó en primera instancia con cadena perpetua para Izzo, Guido y Ghira, y en segunda con 30 años para Guido, por haberse arrepentido.
Ghira se fugaría de Italia e ingresaría en la Legión, en Melilla. Consta que circuló con normalidad por territorio estatal e incluso estuvo en Donostia
Una cadena perpetua muy relativa, porque Izzo se escaparía de la cárcel y sobre todo Ghira se marcharía directamente de Italia, desapareciendo del mapa. El destino de ‘Berenguer’ sería Melilla, y más concretamente la Legión Extranjera, hasta morir por una sobredosis en 1994. Una muerte turbia, extraña, con dudas sobre la identidad real de aquel cadáver encontrado en una habitación sucia, aparentemente intentando llegar a un teléfono.
Según una entrevista de un excompañero de la Legión en el periódico ‘Corriere della Sera’, Ghira había podido moverse tranquilamente por territorio del Estado español, hasta el punto de encontrarse con una hermana en Donostia para recibir dinero. Ghira ya no se hacía llamar ni con su verdadero nombre ni con el seudónimo de Jacques Berenguer, sino Massimo Testa de Andrés.
Donatella Colasanti pasaría toda la vida recordando a su amiga Rosaria Lopez y a aquella pesadilla que le había devastado la vida. Un dolor perpetuo, eso sí, concretado en un cáncer de mama que en 2005 la llevó a la tumba con apenas 47 años. Y la ‘Masacre del Circeo’ quedó como un «nunca más», o un momento que todavía hoy mete miedo.

Diez bandas navarras rinden homenaje al trovador Fermin Balentzia con un disco tributo

El Patronato del Guggenheim abandona finalmente el proyecto de Urdaibai

«Espainolisten oldarraldiaren aurrean» independentziaren alde agertu dira ehunka gazte Bilbon

La autopsia confirma el crimen machista en Barakaldo; detenido un hombre de 27 años
