Aritz Intxusta
Redactor de actualidad
Elkarrizketa
Francisco Villar
Experto en prevención de conductas suicidas

«Cuando conectas a un niño a una pantalla, le desconectas de la vida»

Villar lleva 13 años en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona atendiendo a menores que han tratado de quitarse la vida. Doctor en Psicología y especializado en suicidio, es autor de los libros ‘Morir antes del suicidio’ y ‘Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos’, editados por Herder.

Francisco Villar, psicólogo clínico del hospital Sant Joan de Déu.
Francisco Villar, psicólogo clínico del hospital Sant Joan de Déu. (Monika DEL VALLE | FOKU)

La iniciativa Altxa Burua ha celebrado en Eibar su primer encuentro general. Entre los ponentes, una de las voces más duras –lo notarán enseguida– contra el uso de los móviles. Porque Francisco Villar se las ve a diario con la faceta más oscura oculta tras la pantalla.

¿Por qué se activó usted contra el uso de las pantallas en menores de edad?

Por lo que me decían los chicos en el hospital. Soy psicólogo clínico, llevo 13 años acompañando a chicos o familias de menores de edad que han decidido acabar con sus vidas. Mira, yo me manejaba al principio con eslogans, aunque no era consciente de que lo eran. Me creía que la digitalización traía bondades, que fomentaría la cooperación, que facilitaría que los niños encontraran amigos... Eran eslogans publicitarios. Los especialistas también somos permeables a la publicidad, somos parte de la sociedad. Todo era falso.

¿Dónde está la falsedad?

Los adolescentes me contaban algo muy distinto de los móviles. Llevo tiempo suficiente en esto. He visto cómo han mejorado los recursos en salud mental, en prevención del suicidio en los últimos años, pero la realidad es que el suicidio se incrementa año tras año. Primero entendí que ahora hay más formas de exposición a situaciones de acoso o que generan dolor a los adolescentes. Luego, otra cosa comenzó a preocuparme todavía más: el vaciamiento de habilidades que me iba encontrando en los chicos.

«He visto cómo han mejorado los recursos en salud mental, en prevención del suicidio, pero la realidad es que el suicidio se incrementa año tras año».

¿De qué están vacíos?

Cada vez llegan con menos relato, más desregulados y con menor tolerancia a la frustración. El deseo de acabar con la propia vida se incrementa y crece también su capacidad para ejercer violencia hacia otros y contra sí mismos. Las autolesiones se propagan. Esto es lo que comencé a notar en mi práctica diaria. Poco a poco, fui dando con más elementos. Supe de la existencia de comunidades prosuicidio, porque me las enseñaron ellos. «Aquí hay otro que lo pasa mal como yo», me contaban. Entré en esas comunidades y vi su contenido, vi cómo llegaba todo eso. Entendí cómo se propagan cánones de belleza imposibles y el malestar que les genera no alcanzarlos. Y cómo esa sensación les atraía hacia esos segundos grupos que recogen ese malestar, ese sentirse aplastados por el mundo. Todo esto son elementos nuevos que los profesionales nos estamos encontrando a la vez en todas las partes del mundo. La psicología está despertando a todo eso. Y parte de la culpa es nuestra, porque hay cosas que ya sabíamos.

¿De qué se olvidaron los psicólogos en estos años?

Nos vendieron que vinculación es conexión, cuando son competidoras. Si estoy todo el rato conectado, no vinculo. Los psicólogos sabíamos de esta teoría, pero la olvidamos. Ahora la estamos corroborando en las consultas. Nunca me han relatado sensaciones de soledad absoluta como ahora. En 2016, la Sociedad Americana de Pediatría empezó a advertir deterioros físicos: mayor obesidad, miopías, falta de movimiento... Ahora la sensación es de que todo ha explotado en el plano de la salud mental. Iba a fuego lento y explotó con la pandemia. Algunos salieron del confinamiento con una marca irreparable.

Usted habla de pantallas. ¿Son todas iguales?

En esencia, sí. Lo que importa es que cuando conectas a un niño a una pantalla, le desconectas de la vida. Y el tiempo de los niños es fundamental. Sabemos que los niños no tienen recursos, porque han nacido hace relativamente poco. Los tienen que desarrollar. A veces se usa un lenguaje confuso. A los niños no hay que «darles recursos», sino que hemos de darles oportunidades para desarrollarlos. Si un hijo te pide algo de un escaparate que solo le va a entretener cinco minutos, te da una oportunidad fantástica para hacer un ejercicio de tolerancia a la frustración. El niño hará el ritual de la pataleta. Es molesto, pero ningún niño va al psicólogo por tener pataletas, va cuando no las tiene. Ese aprendizaje emocional le servirá más adelante para aguantar esperas, para ser paciente. Porque son habilidades que se entrenan con el hábito. El niño debe lidiar con el aburrimiento. Combaten el aburrimiento con el juego, al menos, hasta que no desarrolla la capacidad lectora. Si tú le distraes, no dejas que realice su propuesta de juego, le robas un aprendizaje fundamental. Hace más de 40 años que sabemos esto.

«El niño debe lidiar con el aburrimiento, combatirlo mediante el juego. Si tú le distraes, no dejas que realice su propuesta de juego, le robas un aprendizaje fundamental»

Sin embargo, ahora sí que parece haber un consenso, entre pediatras, psicólogos, familias de que hay que retrasar lo máximo cualquier tipo de pantalla.

Me parece más que entendible que las familias nos tiren de la oreja a los profesionales por no advertirles de lo que pasaba. Pero eso ahora ha cambiado. Los pediatras, los psicólogos, las leyes que prohíben el uso de ciertas redes, todos decimos lo mismo. Estamos siendo claros, nítidos: no les des un teléfono a tus hijos hasta los 16 años como mínimo. ¿Qué más quieres? El Gobierno ha asumido que permitir redes sociales a los 14 años fue un error y proponen elevarla a los 16.

¿Ni un minuto de pantallas?

Desde el punto de vista de la salud, lo mejor es ninguno, pero no es lo mismo fumar tres cigarros que un paquete, o dos cubatas que ocho. Hay gente que defiende que a sus hijos le ofrece solo 20 minutos de no sé qué pantalla, la que menos nociva le parezca. Yo les he preguntado: «¿O qué?». Y esa pregunta les resulta incómoda. ¿En esos 20 minutos, qué estarían haciendo sin pantalla? Cualquier cosa que estuvieran haciendo sería más nutritiva a nivel de puro desarrollo. Partiendo de ahí, entenderás que un móvil con menos de 16 años constituye una barbaridad.

Y sin embargo, los móviles se dan y muchas familias los van a seguir dando.

Sí, pero eso no se entiende ni se puede explicar. Esos críos crecerán y pueden preguntar: «¿Oye, y por qué me diste un móvil sabiendo que no debías? ¿Es que no me querías?». Esos padres podrán decirle que tenían miedo de dejarles solos, esas autojustificaciones que se escuchan ahora. Pero ese discurso es falso también. Porque un niño con un móvil juega al Roblox, donde sabemos que hay pederastas buscando, igual que en Instagram. O tendrá abierta una ventana al ciberacoso. Esas plataformas siempre están diciendo que van a poner controles, pero la realidad es que nunca los ponen, porque su negocio depende de cuántas horas de ser humano haya detrás de esa pantalla. No hay control real, son anuncios calmapadres para que no les quiten el móvil.

«Esas plataformas siempre están diciendo que van a poner controles, pero la realidad es que nunca los ponen, porque su negocio depende de cuántas horas de ser humano haya detrás de esa pantalla»

También existe presión social, el miedo a que los chavales queden fuera del grupo de amigos.

¿Y qué es la presión social? ¿De qué va la adolescencia? ¿Acaso no es la etapa en la que se aprende a afrontar la presión social, a no doblegarse? Ahí lo que necesita un hijo es un ejemplo de carácter y de valentía. Y si lo ve en casa, cuando alguien le diga «tómate esto», él responderá más fácil: «Perdona, pero eso te lo tomas tú».

Le he leído hablando sobre un sesgo de género. Sostiene que las menores sufren más.

La presión social siempre es mayor sobre la mujer. Piensa en la presión estética, por ejemplo. Era bárbara y se ha vuelto salvaje. Tenemos a niñas de 9 años luchando contra la vejez antes de la juventud. Las vemos ponerse cremas en vídeos que suben sus padres. Se ha desarrollado toda una industria de cremas faciales para menores. Y luego, esa necesidad de cumplir con patrones imposibles hace que me las encuentre yo en prevención del suicidio. Si hablas con compañeros que están en el área de los trastornos alimentarios, te dirán que se les han multiplicado por cuatro. ¿Me hablas de presión social? La presión social es esto. Y si quieres, hablamos del porno.

Adelante, hablemos del porno.

¿Quién sufre el desastre que está suponiendo la incorporación del porno en las vidas de los adolescentes? Las chicas. Los chicos están teniendo problemas de deseo sexual y los estímulos que les ofrece su compañera sexual no son suficientes. Los chavales llevan desde los ocho años accediendo al porno, porque sus padres les pusieron una pantalla delante. Ahora, los estímulos de su compañerita no le generan siquiera una erección. Y lo que busca ahora es incrementarlos, mete agresividad, etc. Y todo eso lo sufren las chicas. Ellas también ven porno, sí, pero lo hacen principalmente para ver qué se espera de ellas.