Pello Guerra
Redactor de actualidad / Aktualitateko erredaktorea

Toda, la excepcional reina de Iruñea que protagonizó un viaje insólito para ayudar a un nieto

Hace 1.100 años fallecía al caerse de su caballo el soberano de Iruñea Sancho Garcés I, lo que propició que terminara de emerger la excepcional figura de su esposa, la reina Toda, que marcó la política de la Corona vascona durante décadas y que protagonizó un viaje insólito.

Retrato idealizado de la reina Toda que aparece en una genealogía de los reyes de Portugal.
Retrato idealizado de la reina Toda que aparece en una genealogía de los reyes de Portugal. (WIKIPEDIA)

En 2025 se están recordando los 2.100 años de la fundación de Pompelo, la Iruñea romana, y los seis siglos de la muerte del rey Carlos III el Noble. Pero también hay un tercer aniversario: el del fallecimiento de Sancho Garcés I, primer soberano de la dinastía Jimena y que murió en el año 925, hace 1.100 años. Su inesperada muerte hizo que terminara de emerger la figura de su esposa, la reina Toda, que marcó la política de la Corona vascona durante décadas.

Nacida en el año 876, aunque algunos historiadores retrasan la fecha hasta el 890, Toda era hija de Aznar Sánchez y de Oneka, hija de Fortún Garcés, último monarca de los Aritza, la dinastía fundadora del reino.

Su matrimonio con Sancho propició la fusión de su linaje con el de los Jimenos e incluso sirvió para legitimar al nuevo soberano, que no está claro si alcanzó el trono mediante un golpe de Estado o por decisión de Fortún, que habría renunciado a la corona para ingresar como monje en el monasterio de Leire.

Fuera como fuese, con Sancho Garcés I, el reino de Iruñea se consolidó y expandió a costa de los territorios de los Banu Qasi, los familiares y antiguos aliados de los Aritza, lo que le supuso sufrir la ira del califa de Al Andalus, Abd al-Rahman III, que, curiosamente, estaba emparentado con Toda, ya que era nieto de Oneka y, por lo tanto, sobrino de la monarca iruindarra.

Pese a la devastación que sembró el califa en su reino en varias ocasiones con sus temidas aceifas, Sancho Garcés I siempre consiguió sobreponerse y fue incrementando su prestigio. A ello contribuyó la política matrimonial aplicada por Toda con sus cinco hijas, que les permitió emparentar con los líderes de la cristiandad peninsular.


Escultura de Sancho Garcés I en Monjardin. (NAIZ)


Proteger los derechos del heredero

Estando en el cénit de su popularidad, el rey falleció el 11 de diciembre del 925 al caerse de su caballo. Le sucedió su único hijo varón, García Sánchez, que solamente tenía 6 años en el momento de la repentina muerte del soberano.

En vista de la juventud del heredero, los principales caballeros del reino decidieron que Ximeno Garcés, hermano del rey difunto, ocupara el trono durante la correspondiente regencia y aparece citado como soberano y ayo de su sobrino García. Se daba la circunstancia de Ximeno estaba casado con Sancha, hermana de Toda, por lo que era cuñado de la reina madre por partida doble.

Ximeno falleció el 29 de mayo del 931 y en ese momento se produjeron unos sucesos no muy claros en los que estuvo implicado su hermanastro Eneko Garcés, que habría intentado hacerse con la regencia, ya que García todavía tenía 13 años.

Pero Eneko no contaba con las habilidades de la reina madre, que se las ingenió para impedir sus planes, de tal manera que en el 933, García Sánchez ya figuraba como rey de pleno derecho, aunque bajo la supervisión de la sagaz Toda.

Negociación con el califa

Un año más tarde, el califa Abd Al Rahman III lanzó una aceifa contra el rebelde señor de Zaragoza, territorio que no llegó a conquistar, aunque se hizo con el control de la zona. A continuación, decidió llevar la guerra a los reinos cristianos y se lanzó contra Iruñea.


Retrato del rey García Sánchez I realizado para la decoración del salón del trono del Palacio de Nafarroa. (NAIZ)



Consciente de que nada podía contra el ejército de Córdoba, Toda envió mensajeros para anunciar al califa que se sometía a su obediencia y le pedía paz. Abd al Rahman III le citó en Calahorra, que acababa de conquistar, y allí se presentó Toda con su hijo García.

El califa tenía claro quién dirigía la política del reino y negoció directamente con Toda, a la que exigió la completa sumisión del reino y que se desligara del resto de monarcas cristianos. A cambio, reconocía a su hijo como rey de Iruñea.

La reina se plegó a las exigencias de su sobrino musulmán, aunque ese pacto de no alianza con otros cristianos fue roto unos años más tarde, ya que la monarquía vascona se acercó cada vez más a Ramiro II, rey de León.

Abd Al Rahman se sintió traicionado y lanzó una aceifa en el año 937 que le permitió conquistar Zaragoza. A continuación inició una campaña contra el reino de Iruñea en pleno diciembre que asoló la zona de Lizarra.

En el año 939 emprendió una nueva expedición de castigo contra los reinos cristianos, en la que sufrió una de sus mayores derrotas en la denominada batalla de Simancas. Tuvo lugar entre el 6 y el 9 de agosto, en dos fases, y sus tropas fueron aplastadas por el rey iruindarra, el soberano leonés y el conde de Castilla Fernán González.


Representación de una batalla medieval del Beato de Urgel. (WIKIPEDIA)



El propio Abd Al Rahman III tuvo que huir, abandonando su cota de malla de oro y un precioso ejemplar del Corán que siempre llevaba consigo en campaña. García Sánchez persiguió a ese ejército en retirada hasta Medinaceli. La rabia del califa fue tal que, al llegar a Córdoba, crucificó a 300 oficiales de la caballería musulmana.

La fama de esa batalla traspasó fronteras, pero el único nombre que recogieron las crónicas del centro de Europa respecto a lo ocurrido fue el de la reina Toda, lo que da una idea de su influencia.

Animado por ese éxito, en el año 942, García Sánchez intentó conquistar Tutera con la ayuda del conde de Castilla, pero los musulmanes consiguieron repeler su ataque.

De esta manera se llegó a una especie de empate técnico. Los cristianos no conseguían avanzar en territorio musulmán y las tropas del califa se dedicaban a contenerlas, sin que Abd Al Rahman III tuviera intención de realizar nuevas aceifas después del desastre de Simancas.

Adelgazar para recuperar el trono

En esta época de relativa tranquilidad tuvo lugar el insólito viaje de la reina Toda y su hijo el rey García Sánchez a Córdoba. ¿Qué empujó a los monarcas vascones a desplazarse a la capital de su pariente y enemigo declarado? El motivo fue la obesidad de su familiar Sancho el Craso o el Gordo, rey de León.

Sancho era hijo de Ramiro II de León y Urraca, una de las hijas de la reina Toda. Subió al trono leonés en el 956, pero dos años más tarde fue suplantado por su primo Ordoño IV el Malo.

El Craso se refugió en la corte de su abuela, quien, en una demostración más de su carácter resolutivo, decidió tomar cartas en el asunto con ese nieto que a causa de su elevado peso, se calcula que tendría unos 240 kilos, ni siquiera podía montar a caballo. De hecho, esa circunstancia había hecho que perdiera el apoyo de parte de la nobleza, porque le veía incapaz de defender el reino.


Cuadro de Dionisio Baixeras que recrea la corte de Abd al-Rahman III. (WIKIMEDIA)


Si quería recuperar el trono, había que hacer adelgazar a Sancho sí o sí, y Toda recurrió al médico judío Abu Yusuf Hasday, el galeno de la corte de Córdoba y uno de los embajadores de Abd al-Rahman III. Hasday se presentó en Iruñea, reconoció al destronado rey de León y le aseguró a la soberana que podía hacer adelgazar a su nieto, pero ella, García Sánchez I y el mismo Sancho tenían que presentarse en Córdoba ante el califa. Una vez allí, se aplicaría el tratamiento.

Toda aceptó sus condiciones, a pesar de que entonces rondaría los 80 años y el viaje era una auténtica aventura. Tras semanas de ruta, la comitiva alcanzó la capital del califato andalusí, donde los vascones fueron tratados con gran deferencia por su familiar el califa, a pesar de que habían sido grandes y enconados enemigos.

Un método draconiano

Hasday cumplió su palabra e hizo adelgazar a Sancho recurriendo a los métodos más expeditivos. Le cosió la boca, dejándole un pequeño orificio para que durante 40 días tomara únicamente las infusiones de unas misteriosas hierbas con la ayuda de una pajita. Le obligaba a hacer ejercicio continuamente, a tomar baños de vapor para que sudara y hasta le ataban de pies y manos a la cama para evitar que comiera nada.

Tras reducir su peso a la mitad, ya estaba en condiciones de regresar a su trono y el califa le apoyó en ese empeño a cambio de que le entregara varias fortalezas. Con el respaldo de Córdoba y de su abuela, Sancho el Craso logró recuperar su corona en el año 959, aunque murió siete años después envenenado.

La incansable reina Toda no llegó a ver el regreso al trono de su nieto, ya que habría fallecido el 15 de octubre del 958, aunque otras fuentes sitúan su muerte en el año 965 y en ese caso, sí que habría disfrutado de ese triunfo.

Con independencia de cuál fue la fecha, fue enterrada en el monasterio de Suso, en el actual territorio de La Rioja, pero que entonces pertenecía al reino de Iruñea, y donde todavía se conserva su tumba.

En ese lugar descansa una de las reinas más reconocidas y emblemáticas de Nafarroa, y a la que desde el año 2001 recuerda una calle en el barrio iruindarra de Arrotxapea.


Placa de la calle dedicada a la reina Toda en el barrio iruindarra de Arrotxapea. (NAIZ)