Periodista / Kazetaria
Elkarrizketa
Bruno Galindo
Periodista y escritor

«Reivindico a quienes apuestan por que su vida tenga algo de aventura»

En su nuevo libro, ‘Nadie nos llamará antepasados’ (Libros del K.O.), Bruno Galindo (Buenos Aires, 1968) persigue la epopéyica travesía de Guillermo Larregui, quien cruzó Argentina a pie y sin más compañía que su carretilla.

El escritor y periodista Bruno Galindo.
El escritor y periodista Bruno Galindo. (Cristina ESPERANZA)

Cuando Guillermo Larregui, iruindarra que emigró a Argentina en 1900, aceptó la apuesta de –tras perder su trabajo en el sector petrolífero– atravesar a pie y junto a su carretilla el país latinoamericano, nació la leyenda de ‘El vasco de la carretilla’. Un extenso peregrinar que dejó un rastro perseguido y desempolvado ahora por Bruno Galindo. Un ejercicio de espeleología literaria, a medio camino entre el libro de viajes, la investigación histórica o el relato intimista, que en paralelo se significa como el descubrimiento de un árbol genealógico del autor sobre el que en sus ramas se suspenden intrigantes capítulos. Un mapa repleto de sorprendentes coincidencias y encuentros que guían el paso de un fascinante y sobrecogedor recorrido repleto de vías secundarias que sacuden unas páginas que ejercen de memoria individual y colectiva.

¿En qué momento la figura de Guillermo Larregui, que había escuchado en boca de su familia como parte de una frase hecha, se convirtió en el objeto de una novela?

Desde niño siento fascinación por el personaje del que, como bien dices, me hablaba mi abuela (que solía decir: ese caminó más que el ‘Vasco de la Carretilla’). Siempre pensé que antes o después me metería con esa figura en un libro. Para mí era una cuenta pendiente, un proyecto que tenía en la recámara. Más o menos en la pandemia pensé en escribir un ensayo sobre el nomadismo (que modestamente en comparación con él yo había practicado) y la idea romántica que tenemos de ‘lo salvaje’. Al final junté ambas cosas —y alguna más—en este libro de viajes en el que recorro, casi un siglo después, las cuatro grandes rutas de Larregui por Argentina.

La recreación, y seguimiento del rastro, del viaje realizado por Larregui es también la narración de su propia historia familiar. ¿Siempre tuvo clara esa doble misión o surgió de manera imprevista?

Esa es la otra historia que sustenta el libro, la de mi familia. Que se cruza, por cierto, con la del propio Larregui. Por este motivo tenía claro que iba a hablar de ella… pero no de un modo tan marcado. Siempre que escribes algo se abren nuevos caminos; en mi caso se impuso la historia de mi árbol genealógico de un modo que, sorpresa, sirve de espejo y contrapunto a la experiencia ‘larreguiana’. 

Un espejo que se aplica también a la determinación que durante una época asume usted de ejercer ese mismo espíritu nómada. ¿A veces la huida es una buena forma de encontrarse?

Permíteme que lo diga al revés, Dios me libre de equiparar mi escapada —un par de años largos sin domicilio fijo— con la aventura a vida o muerte de Larregui, viviendo a la intemperie durante 14 años y caminando más de 22.000 kilómetros por desiertos, cordilleras y selvas. A mí lo que me ocurrió es que, después de una mala experiencia laboral que me dejó roto e incapaz de dar un paso, recordé su historia, me deshice de todo o casi todo lo que tenía, piso de alquiler incluido, y me dejé inspirar por él.

Al igual que él, usted en su viaje se deshace de casi todo lo material para recuperarlo posteriormente, ¿hay en los objetos una carga sentimental que nos define?

Sí, claro, los objetos tienen una carga psicológica invisible pero muy poderosa. A nuestras cosas las otorgamos la capacidad de definirnos. Pero luego, quizás por eso mismo, nos resulta liberador deshacernos de ellas. Soltar lastre nos permite jugar a ser otros, incluso serlo de verdad en cierto aspecto.

Todo el libro es una confrontación entre nomadismo y sedentarismo, ¿no hay manera de entendimiento entre ambas actitudes?

No somos parte de una sociedad nómada, pero creo que nuestra vida es demasiado sedentaria. Cada vez estamos menos obligados a salir a buscar cualquier cosa que necesitemos, porque la tenemos a golpe de ‘clic’. Se nos va pasando la vida entre cuatro paredes. A veces, incluso, ni siquiera tenemos esas cuatro paredes.

La emigración es un elemento común en todo el libro, ¿hay en él, en tiempos donde se condena y señala a quienes tienen que dejar su tierra, un intento por dignificar a todos ellos?

Sí, absolutamente. El libro, de hecho, está dedicado a los que emigran. Me da tristeza y vergüenza el modo inhumano en que estamos tratando a los emigrantes. No nos damos cuenta de que podríamos estar en su piel mucho más fácilmente de lo esperado. Y, por supuesto, no tenemos memoria sobre cómo nosotros, nuestra sociedad, hemos tenido que ir de aquí para allá. Todos en mi familia, en por lo menos tres generaciones, han sido emigrantes. Siendo una niña, en la Argentina de los años cincuenta, mi tía cantaba en espectáculos a beneficio de los ‘pobres de Europa’, porque aquí, después de la Segunda Guerra Mundial, estaba todo destrozado. Me descorazona la insensibilidad hacia los emigrantes y observo que nadie –con la sorprendente excepción del Papa entrante– da muestras de humanidad y solidaridad.

En la narración llegan a compartir espacio sus familiares, Larregui y nombres como Luis Mariano, el mariscal Tito o Soros, ¿fue necesario tirar de ficción para enhebrar esas coincidencias?

Y por completar la lista de personajes de tu pregunta, también la familia Perón, Muhammad Ali o Margot Robbie. Son apariciones totalmente justificadas. No hay ficción en el libro. Todas las historias que aparecen son reales.

(Cristina ESPERANZA)

Larregui en un momento dado enfrenta el reto de cruzar Argentina como una manera de lograr que los récords no sean solo posesión de ilustres deportistas, ¿es también el libro una reivindicación de los personajes anónimos?

Reivindico al menos a los idealistas, a los que apuestan por que su vida tenga algo de aventura, a los que se niegan a seguir el guion que parece haberse escrito para ellos. Guillermo Larregui me parece un personaje muy contemporáneo al que prestar atención en la actualidad: vive lo mejor de su vida más allá del trabajo, vive en sus días esa vida en contacto con la naturaleza que es para nosotros una fantasía post (y pre) pandémica, y todo ello lo hace caminando, que es algo que nosotros parecemos haber redescubierto últimamente.

En un momento dice que ‘un suceso histórico decide por ellos’, ¿somos hijos inevitablemente de nuestro tiempo?

Ahí estoy hablando de mis padres, que salieron de la noche a la mañana de la Yugoslavia de finales de los años sesenta por la entrada de los tanques rusos a Praga. Un suceso histórico que causó una conmoción en todos los países cercanos y que hoy en día tiene un curioso reflejo si pensamos en el conflicto entre Rusia y Ucrania.

El recorrido en busca de esta historia de sus antepasados está llena de secretos y episodios turbulentos, ¿el legado familiar está condenado a marcarnos queramos o no?

Sí, eso es lo único seguro. Todos tenemos dos familias (la paterna y la materna) con antepasados con cuyas historias nos identificamos o queremos desvincularnos por completo. Yo creo que no hay término medio. No siempre nos damos cuenta. Por eso tendemos a repetir la historia, aunque podemos oponernos a esa repetición. Tenemos las dos capacidades.

En un momento dice que todos intentamos reescribir nuestra historia, evitar los conflictos, usted ha hecho un ejercicio en dirección contraria, ¿se sintió tentado alguna vez de esquivar ciertos episodios?

Como dice Patricia Highsmith, en los libros buscamos los conflictos y en la vida huimos –unos más, otros menos– de ellos. Yo creo (y sobre esto trataba mi última novela, ‘Remake’) que dentro de ese triple anhelo del hijo, el árbol y el libro, respecto a este último, queremos dejar nuestra historia escrita. Y más concretamente reescrita, limpia de todo eso que no salió como queríamos. En este libro me he quitado todas las capas y he ido a buscar la verdad, aunque me estrellara frontalmente contra ella. Podría estar engañándome yo también, pero es lo que creo. He sentido terror escribiendo este libro, pero ahí está.