INFO

Desengancharse y volver a vivir tras sufrir agresiones sexistas

«Es posible volver a ser una misma» después de haber sufrido agresiones sexistas. Aunque sea difícil dar el paso, con apoyo, las protagonistas de esta historia han conseguido rehacer sus vidas y volver a ser felices. Ahora apoyan a otras mujeres que necesitan ser escuchadas.


El alivio que se siente es tal que es como volver a vivir, volver a ver el sol, volver a bailar, a cantar... es una pasada», comenta llena de energía la bilbotarra Yolanda Ruiz, que pasó 28 años junto a un hombre que la agredía. Hace siete años le dejó definitivamente y consiguió «desintoxicarse de la adicción emocional» que sentía por él. «Cuando entré en la terapia dije que me sentía una yonky de él, porque necesitaba de él a pesar de saber que me estaba matando», explica. Actualmente, a sus 56 años, es una mujer feliz. Dice que no olvida pero, a su manera, perdona y eso le ha ayudado a seguir adelante con su vida. Hace cuatro meses que se volvió a casar.

«No quería morir sin saber lo que era el amor, porque yo sí amé a este hombre pero él a mí no. Quería saber lo que era sentirse deseada, querida, respetada. He conocido por primera vez el amor verdadero», afirma.

Ruiz cree que inició su anterior relación con el hombre equivocado a causa de la educación que recibió, «machista y franquista». Su madre falleció cuando tenía solo tres años y medio, y su padre se quedó con tres hijas a las que no valoraba por el simple hecho de que eran mujeres.

«No nos veía capaces para nada, solo de que nos mantuviera alguno». Con 21 años conoció a su ex marido: «En ese momento no lo vi, pero éramos como un enchufe: yo iba buscando cariño y protección y él a alguien a quien supuestamente proteger».

Cuando comenzaron las agresiones, a ella no se le pasó por la cabeza separarse porque la educación que había recibido «decía que debía defender a la familia». Por otro lado, se sumaron las dificultades con las que se encontró cuando acudió a comisaría. «Le ponían arresto domiciliario, hablaban con él y, aunque me vieran hecha una mierda, me decían que pusiera la cena y habláramos al día siguiente. No teníamos muchas oportunidades. Los vecinos se hacían los locos y la familia nos rehuía. Al final la avergonzada eras tú. Gracias a que la sociedad y los medios de comunicación se empezaron a implicar yo me sentí respaldada, supe de Emakunde y acudí a ellas», rememora Ruiz.

En 2002, dio el primer paso para salir de esa relación y se separó de su marido. Se fue de casa pero pronto volvió diciendo que estaba enfermo. Tanto Yolanda como sus hijos lo acogieron. «Le diría a cualquier mujer que no haga eso, porque volver con alguien por pena es lo peor que puedes hacer. Los últimos cuatro años fueron los peores», confiesa. Se dio cuenta de que tras 28 años todo seguía igual quitando esos momentos que llama de «Luna de Miel», porque le hacía creer que todo había cambiado, se mostraba arrepentido y conseguía que se volviera a «enamorar»: «Lo saben hacer muy bien, el maltrato no es todos los días porque si no escapas antes». El día que dio el paso definitivo, su ex llegó a casa y comenzó a insultarla y le agarró del cuello. El hijo mayor acudió a socorrerla y su padre le tiró al suelo. «Me salió un demonio de dentro y empecé a pegarle. El pequeño llamó a la Ertzaintza. Fue cuando me vine abajo ¿mis nietos también van a ver esto?».

Consiguió salir adelante gracias a las agrupaciones de mujeres, que le apoyaron y le abrieron las puertas de las vías que podía tomar. «Necesitaba perdonarme a mí misma para perdonar a los demás. Me conocí. Ha sido muy positivo ver que había más mujeres como yo, que no era yo porque me lo mereciera. Ninguna se lo merece».

Ahora es ella la que asesora y escucha a las mujeres que lo necesitan en la asociación Haize Berria: les entienden, algo «todavía no es tan fácil en la sociedad actual».

Las mujeres de la asociación se conocieron en terapia y Lakua les llamó para realizar un anteproyecto sobre violencia machista. «Por primera vez nos dieron voz a nosotras», recuerda Ruiz. Finalmente, el anteproyecto no se aprobó y como les daba pena que todo quedara ahí montaron la asociación. «Les animamos a dar los pasos que tienen que dar y les acompañamos, o nos quedamos con sus niños si hace falta. No tenemos ni dinero ni local, pero tenemos unas ganas enormes. Eso también nos cura la herida a nosotras, ojalá hubiera habido asociaciones en mi época».

Cuando las agresiones no dejan marca

También pertenece a Haize Berria María (nombre ficticio), que hace cuatro años salió de una relación en la que se sentía humillada. En su caso, las agresiones no eran físicas sino sicológicas. El hecho de que su ex pareja la empujara en una ocasión fue clave para que obtuviera una orden de alejamiento, «si no se habría quedado en nada». Comenzó con su pareja cuando tenía «23 o 24 años, era una jovencita alegre y feliz». Según María, «al principio de la relación todo iba bien aunque él solía reprocharme que todas las mujeres se arreglaban menos yo».

Cuenta que las agresiones se intensificaron cuando se quedó embarazada y empezó a coger peso. «Cuando salimos del hospital después de tener al niño me lo quitó y no me dejaba acercarme a él, me decía que iba a ser para él». María trabajaba, se ocupaba del niño y de la casa, pero a su pareja «le parecía que no hacía nada bien». «Cuando el niño me empezó a decir que mi ex pareja me llamaba `puta' fue un choque emocional. Caí en una depresión muy grande, no sabía lo que me pasaba». Ella no lo sabía y nadie a su alrededor se percató de lo que le ocurría, excepto su tía: «Me decía que yo ya no era feliz». Eso le abrió los ojos y tomó la decisión de separarse.

La sicóloga de la asesoría Sortzen Norma Vázquez trabaja con mujeres maltratadas cada día y afirma que ese sentimiento de no saber lo que pasa es normal. «Muchas de ellas no se reconocen a sí mismas como mujeres que están sufriendo violencia, sino como mujeres que están teniendo problemas. El simple hecho de reconocer que son víctimas de una situación de violencia ya les cuesta. Es una posición muy estigmatizada, hay una idea de que las mujeres que sufren violencia son sumisas o no tienen recursos, y muchas veces ellas no se identifican con esa imagen», explica la experta. Según ella, la violencia machista ya no es un tabú en la calle, pero es un tema que está lleno de prejuicios. «Sigue habiendo esa idea de que igual algo hicieron, también suele ser frecuente la idea de que si realmente quieren salir de esa situación pues que lo dejen y ya está», y no es tan sencillo. Además de la dependencia emocional que mencionaba Yolanda Ruiz, también existen los miedos, miedo a las amenazas, a un futuro económico incierto...

Cada vez se realizan más denuncias de violencia, lo que no significa algo negativo, según Vázquez. «El hecho de que emerjan es un hecho positivo, aunque sigan siendo más los casos que no se conocen», sostiene la sicóloga, que cree que la gente joven denuncia antes y no aguanta tanto.

«No voy a decir que no existe la violencia en mujeres jóvenes porque existe, pero las jóvenes rompen antes con esta situación siempre que tengan los apoyos necesarios. Aunque las estadísticas hay que cogerlas con pinzas, me atrevería a decir que la mayoría no se quedan enganchadas», estima.

Los hijos, las otras víctimas

El camino de María en los juzgados no fue fácil porque, aunque tuvo todo el apoyo de su familia, se ha encontrado con numerosas trabas. «Se supone que eres una víctima, pero ha pasado en varios casos que vas a denunciar y te convencen para que no lo hagas. Recomiendo ir a la asistente social del pueblo porque te va a informar de los servicios disponibles. También hay una ayuda a la mujer maltratada, un pago único, que sirve mientras buscas trabajo. Eso no lo pone en ningún sitio». Finalmente, tuvo «la suerte» de que su ex pareja dijo que él era quien había sido agredido, por lo que ambos se sometieron a «un test que determinó lo que había pasado». Así, él fue condenado a dos años de cárcel, aunque no entró en prisión y cumplió la pena realizando trabajos comunitarios.

Respecto a ella, acudió al sicólogo y a unos talleres que le han ayudado. Se siente feliz porque está volviendo a ser ella misma. «Me siento realizada porque tengo proyectos», afirma. Actualmente tiene otra pareja con la que convive junto a su hijo, de ocho años. Su lucha es su bienestar porque, «si bien es cierto que un hombre puede ser maltratador pero buen padre», ella cree que su ex pareja «actuará con su hijo de la misma forma» que lo hizo con ella. «Es una pelea que tenemos todas las mujeres porque eso no lo refleja la ley».

Yolanda Ruiz también menciona a los hijos y subraya que también son víctimas. «Nosotras elegimos a ese hombre, pero ellos no». Las leyes actuales protegen a las mujeres durante un corto periodo de tiempo, mientras los agresores están en la cárcel, pero con una orden de alejamiento o cuando ya están en libertad nada impide que les vuelvan a agredir. Ruiz es partidaria de que se intensifiquen las condenas. «Esto tiene que cambiar. Que el maltratador piense que no es tan fácil levantarle la mano a una mujer, y que cuando lo haga se le caiga el pelo», exclama. La sociedad es tan importante como la justicia porque si tener una conducta agresiva implica que se señale a esa persona, se lo pensará dos veces antes de hacerlo.

La educación es fundamental para evitar nuevos casos de violencia machista. La sicóloga Norma Vázquez publicó hace ya algunos años una guía para adolescentes.

«Lo que intentamos transmitir a las chicas jóvenes es que si algo no te gusta no tienes por qué seguir y tienes todo el derecho a decir que no te gusta. Dábamos pautas para no confundir el amor con el maltrato y el control», apunta.

Ruiz advierte que en los tiempos actuales la violencia se extiende a otros ámbitos como el control por Whatsapp o el prohibir que se pongan cierta ropa. Por otro lado, cree que las chicas no han entendido bien lo que significa la igualdad. «Me descoloca un poco. Ellas han entendido mal la liberación: si tu fumas, yo fumo más; si tu bebes, yo bebo más; si tu follas, yo folló más. Eso no es así. Hablamos de igualdad, somos personas, hombres y mujeres, y aquí nadie tiene que ser más que nadie», concluye.