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Acabar con el símbolo puede derribar aquello que simboliza

Sostener o no a Carles Puigdemont como candidato a president no es indiferente para el proceso porque mantener en pie el símbolo puede contribuir a mantener en pie el proyecto.

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El pasado 10 de enero Juan José Ibarretxe (@LHKibarretxe) anunciaba en Twitter que debía pasar por el quirófano lo que, sin ser nada grave, le mantendría varias semanas «en el dique seco». Sin embargo, anteayer, veintiún días más tarde, el lehendakari volvió a la red para mojarse. «Hoy más que nunca, con el President Puigdemont» dejó escrito en euskara y castellano.

El mensaje de Ibarretxe es de apoyo personal a Puigdemont, en un momento en el que al asedio que sufre por parte del Estado, se suman las dudas de sectores del independentismo sobre la conveniencia de mantener su candidatura a president o, al menos, de definir hasta cuando. Y lo publicó el día en el que los medios estaban aireando mensajes privados del líder catalán en los que traslucía su desasosiego personal por lo que veía más dentro de casa que fuera de ella.

En política, y más aún en los procesos emancipadores o revolucionarios, es costumbre arraigada asegurar que el proyecto (o el partido) está por encima de las personas, lo que resulta cierto siempre que la frase hecha no pretenda ocultar que con el relevo de la persona se está deseando mudar de proyecto. Y sobre eso alguna experiencia tenemos los vascos precisamente relacionada con la figura de Juan José Ibarretxe.

El lehendakari encabezó durante su mandato el mayor desafío al Estado que ha llevado a cabo el llamado «nacionalismo institucional vasco»: en 2004 con la apuesta por el Nuevo Estatus, que incluía el derecho a decidir, y en 2008 con la Ley de Consulta. Es sabido que luego reculó cuando el Congreso de los Diputados y el Tribunal Constitucional dieron sendos portazos a cada uno de esos intentos. Aún así, no es menos cierto que ni dentro del partido ni en la base social abertzale había condiciones para mantener un pulso común y coordinado con el Estado que le hubiera servido de apoyo. En el seno del propio tripartito, Ibarretxe tenía más clara la lealtad de EA a sus propuestas, que la de un EBB liderado en una etapa por Josu Jon Imaz y en la siguiente por Iñigo Urkullu. Las bibliotecas conservan la confesión de Urkullu a la periodista María Antonia Iglesias, asegurando que «hay días en que debo hacer actos de fe para seguir unido a Ibarretxe».

Como se está haciendo ahora con Carles Puigdemont, también sobre Juan José Ibarretxe se dibujó una caricatura de iluminado o loco, que alimentaron políticos y medios unionistas, y algunos opositores internos.

Con el paso de los años, todavía llama la atención lo que el EBB tardó en confirmar que Ibarretxe sería su candidato a las elecciones de 2009, que se iban a celebrar con la garantía de que ninguna lista de la izquierda abertzale pasaría la criba del apartheid.

La candidatura de Juan José Ibarretxe ganó aquellas elecciones con 80.000 votos de diferencia sobre Patxi López, (y hubo 100.939 votos «nulos»). Pero el Estado español, cuyo Gobierno recordemos que presidía José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre del talante, decidió que a la CAV le convenía un 155 en forma de Ejecutivo PSE-PP que, con la izquierda independentista ilegalizada, diera también una lección al PNV, para que corrigiera sus veleidades soberanistas. Hoy en día, con unos resultados de ese tipo, el final hubiera sido un gobierno de coalición entre PNV-PSE. En 2009 echar a Ibarretxe tenía un valor añadido.

Apenas tres días después de aquellas elecciones, el editorial de “El País” (que entonces todavía marcaba línea) sentenciaba que «las urnas no han determinado con claridad el fin del PNV como partido gobernante, pero sí de la etapa de frente nacionalista con programa soberanista encabezado por Ibarretxe».

El PNV perdió Ajuria Enea, Juan José Ibarretxe dejó la política, y durante una legislatura la agenda unionista se adueño de la CAV. El EBB puso inicialmente el grito en el cielo, pero luego se acomodó a ese 155 particular, hasta llegar a aprobar presupuestos de Zapatero.

Como habían previsto en Sabin Etxea, López cayó y los jeltzales ganaron las siguientes elecciones. Pero como también habían previsto en otros estamentos, la operación de Estado estaba consumada. El PNV, vacunado contra el «aventurerismo de Ibarretxe», entró por la senda de los pactos con el PSE, pese a la mayoría autodeterminista del Parlamento. Ahora se apoya hasta en el PP, sin ningún rubor.

Desde este prisma, la cuestión de relevar o no a Puigdemont no es un tema personal, sino de análisis de si lo que se quiere es cambiar de líder o, en realidad, de estrategia en el campo independentista. En el caso del PNV estuvo claro.

Mantener o retirar a Puigdemont como candidato no es una variable más en el altar de que la República está por encima de las personas. Si hasta la Moncloa anima a sustituirlo por otro candidato, aunque sea independentista, es porque entiende que detrás de esa cesión vendrán todas las demás. Otra cosa es que la mayoría del independentismo catalán quiera recorrer ese camino; para lo que está en su perfecto derecho. Pero, la sinécdoque, el tomar la parte por el todo, también funciona en política.