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Síndrome de lo familiar

[Crítica: ‘Baby’]

Victor Esquirol

Uno de los factores que consiguió que China (ese concepto) calara en el imaginario popular moderno, fue claramente la política del hijo único. Draconiano dique de contención a la natalidad por parte de un gobierno que temía que se fueran a derrumbar sus pirámides demográficas. Fue tan férrea y tan prolongada la aplicación de dicha medida, que acabó calando hasta en el lenguaje. Resulta que ahora, en mandarín, la palabra «hermano» se ha devaluado, o si se prefiere, ha tomado unos cauces que hará unas décadas eran totalmente impensables. En el presente, los límites de sus acepciones han conquistado otras ramas del árbol genealógico, de modo que los primos pueden llegar a ti mediante lazos fraternales.

Los puentes de sangre opinan que nada de esto tiene sentido, pero la sociedad, más flexible que estos (aunque tampoco tanto) ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Moraleja: la acotación de lo que consideramos como familia, depende también de nuestros propios esquemas mentales y, faltaría más, de nuestras experiencias vitales. El director Jie Liu, por lo visto, opina lo mismo. ‘Baby’, su nueva película, empieza precisamente incidiendo en estas nuevas reglas del juego. Una mujer que parece trabajar para los servicios sociales, increpa a una anciana por haber estado aprovechándose, de forma poco honrosa, de las ayudas gubernamentales concedidas a las familias de acogida.

Su crítica viene cargada de argumentos legales, morales y, como ya se ha dicho, vivencias muy íntimas. Resulta que ella, de pequeña, también terminó en una familia de acogida. Lo hizo al ser abandonada por su padres, a razón de un extraño síndrome que la convirtió, de por vida, en un producto defectuoso. Puede sonar algo enrevesado y, de hecho lo es, pero en manos de Jie Liu, se hace todo muy entendedor. La película coge el testigo del mejor cine chino (tomando al individuo como punto de apoyo para llegar al colectivo, Jia Zhangke dixit), pero también del nuevo cine iraní (aquel en el que maestros como Asghar Farhadi llegan al comentario social a través de los mecanismos del thriller).

La combinación se tambalea en el momento de las presentaciones, introduciendo a los personajes de forma atropellada y encontrando dificultades de adaptación cada vez que se cambia de escenario. Pero a medida que el conjunto va avanzando, va encontrando igualmente el ritmo y el tono que más convienen a su propuesta. A saber, la chica de los servicios sociales en realidad ejerce de mujer de la limpieza en un hospital. En un día de trabajo, descubre sin querer el caso de unos padres que quieren desembarazarse de su hijo recién nacido, pues los médicos le han detectado la misma enfermedad que le diagnosticaron, tiempo ha, a la protagonista.

Ecos del mejor Cristian Mungiu suenan de fondo en la filmación y seguimiento de un personaje central en el centro, claro, de prácticamente cada plano. La actriz Yang Mi, estupenda en el rol de «hermana» coraje, se erige como único elemento que la cámara puede enfocar con claridad. A su alrededor, todo parece borroso, confuso y desde luego, violento. Y en efecto, así es. Jie Liu ahonda en la falta de valores y escrúpulos de una comunidad condicionada por sus propias reglas, y que por consiguiente, se ha especializado en hacer trampas al solitario. Es la cara menos amable de la picaresca, la que se cobra vidas por el camino.

El panorama invita a la depresión, y la película, sin caer nunca en el morbo, no evita pasar de largo sobre los momentos más incómodos. En ocasiones, parece que estemos ante las reminiscencias modernas de aquel joven Fredererick Wiseman, quien hizo estremecer a una nación entera con la imprescindible ‘Titicut Follies’. Aun así, Jie Liu pone toda su atención y sus energías en ese único ser amigo de la cámara. ‘Baby’ llama la atención por el poder de su denuncia, pero cala (y aún más importante, permanece) gracias a la fe que deposita en la reacción más improbable. Esto es, los brotes de bondad humana; la solidaridad que se establece entre los desvalidos. Ahí, en ese inesperado refugio, está la esperanza para la creación de la nueva –y verdadera– gran familia china.