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El cuento del cordero

[Crítica: ‘The Other Lamb’]

Victor Esquirol

La acción de la nueva película de Malgorzata Szumowska disfruta ocultándose en una especie de indeterminación geográfica que obedece a lo obvio, es decir, a destacar los elementos de la historia que más pueden acercarla a la universalidad. ‘The Other Lamb’ (‘El otro cordero’) no oculta nunca su vocación de cuento con moraleja; con esa lección que pueda extrapolarse a cualquiera que sea el territorio desde el que está siendo leída. Para irnos situando, los paisajes en los que nos movemos recuerdan, por dimensión, clima y espectro cromático, a las Tierras Altas de Escocia.

Visualmente, esas ‘Highlands’ empiezan a preparar nuestro ánimo para el carácter agrio de una narración que, como decía, quiere situarse en lo remoto, pero también antojarse cercana a través de los temas abordados. El caso es que cuando nuestra mente está empezando a ubicarse empiezan a captarse señales que nos obligan a cambiar las coordenadas. El acento de los personajes, además de alguna que otra pista fácilmente detectable, nos indican que en realidad estamos en Estados Unidos de América.

Pero de nuevo, la latitud exacta no es lo importante. Lo que más pesa aquí son las extraordinarias circunstancias en las que viven los protagonistas. A saber, estos se han instalado en lo más profundo de un bosque; ahí se han agrupado en forma de culto religioso que debe toda su obediencia (ciega, claro está) a su líder. Este es un hombre, el único de dicha –inquietante– familia, y el resto son mujeres cuyo único cometido parece ser el de asegurar la continuidad en la línea sanguínea de su amado mesías. Así pues, está el pastor y está su rebaño.

De todos los elementos presentes en este grupo, la cámara se centra más en una joven interpretada por Raffey Cassidy. Esta chica que está a punto de convertirse en mujer, nació en el seno de esta secta, y por lo visto, ahí mismo morirá. Su contacto con el mundo exterior se basa exclusivamente en las mentiras y medias verdades que el jefe de la parroquia le ha contado, solo para mantener su privilegiada posición (y ya de paso, para asegurarse que a las demás no se les olvide su denigrante condición). Su vida ha transcurrido enteramente en una burbuja impenetrable, vaya.

Y aun así, uno de los clímax dramáticos de ‘The Other Lamb’ cede ante la tentación de expresarse a través de música pop. De repente, el artificio cinematográfico toma absoluto control de la situación, y permite que las emociones fluyan a través de los acordes de la canción ‘The Last Goodbye’, de The Kills. O sea, de un estímulo que de ninguna manera pudo haber llegado a oídos de la protagonista. Pero a Szumowska esto no parece importarle demasiado, lo cual no deja de dar personalidad a su trabajo... mientras incide en los tropiezos en los que este cae.

El texto de la película se sirve de los mecanismos del coming of age para hablarnos sobre la ruptura con el orden (pre)establecido. La entrada en la edad adulta para emanciparse de los cuentos con los que nos han criado. La revolución (hormonal) interior como chispa para rebelarse contra un sistema reaccionario y profundamente misógino. La directora parece ponerse a rebufo del fenómeno literario-televisivo de ‘El cuento de la criada’ para plantear su particular órdago al patriarcado, esa religión terrorífica.

En este sentido, la conexión que puede llegar a establecerse con ‘The Other Lamb’ se debe mucho más al campamento base que a cualquier ruta propuesta a posteriori. En otras palabras, es fácil aborrecer todo lo que condena y estar a favor de todo lo que defiende, pero esta amalgama de opiniones nos viene dada antes de entrar en la sala. Una vez dentro, no llega mucha materia nueva con la que poder darle más consistencia. La razón, como ya he insinuado, se entiende a partir de ese momento tan cercano al videoclip, fuga estética totalmente definitoria del cine de Malgorzata Szumowska.

La cineasta polaca destaca siempre en lo ambiental, pero suele perderse cuando tiene que pasar de lo atmosférico a lo concreto. Su tratamiento de la iconografía cristiana en clave de fábula oscura (o directamente, de cuento de terror) se apoya constantemente en cámaras lentas, imágenes en alta definición y filigranas como el dolly zoom. En una serie de recursos que brillan en el apartado estético, pero que no consiguen trascenderlo. Total, que sirve todo para mimar a la vista y al oído; para lucirse en lo sensorial... pero para quedar en evidencia en lo espiritual.