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Mandela, Pienaar y Lomu, más allá de un balón de rugby

Sudáfrica organizó en 1995 una Copa de Mundo de rugby que supuso un importante paso en la lucha contra el ‘apartheid’ y enfiló a este deporte en su camino hacia el profesionalismo. Tres nombres propios –Nelson Mandela, François Pienaar y Jonah Lomu– destacan en la memoria de este evento de cuya final se cumplen 25 años.

Mandela y Pienaar conversan en la ceremonia posterior a la final. (www.rugbyworldcup.com)

Un Mundial de rugby ya es de por sí uno de los eventos deportivos más importantes del mundo. Valga como ejemplo un dato, el torneo celebrado el año pasado en Japón tuvo una audiencia global de 857 millones de telespectadores. A los que cabe sumar los centenares de miles que lo vivieron en directo.

Dentro de esa relevancia, el Mundial disputado hace 25 años en Sudáfrica ocupa un lugar destacado por su trascendencia más allá de los resultados, aunque el hecho de que los anfitriones alzaran el trofeo fue la guinda que marcaba el arranque de un nuevo ciclo.

La Rugbywêreldbeker 1995 –Copa del Mundo de rugby en el idioma afrikáans– llegaba a la punta meridional del continente tras el fin oficial del apartheid, la política de segregación racial que privilegiaba a la población de raza blanca, descendiente de colonos europeos, y discriminaba a la mayoritaria raza negra o a otros colectivos como mulatos o indios. En este contexto, el rugby era el deporte de las élites, practicado por chicos blancos pudientes que acudían a colegios de pago. Los Springboks, la selección nacional, eran la cúspide de esa torre, un icono del régimen.

El cordón sanitario establecido a su alrededor impidió que participaran en los dos primeros mundiales, los de 1987 y 1991. Aunque el veto no fue absoluto. Los British & Irish Lions o los All Blacks, por ejemplo, se vieron las caras con el equipo de la camiseta verde en diversas giras. No faltaron en ambos combinados los conflictos internos por las discrepancias sobre la conveniencia de jugar, sobre si era o no una forma de legitimar un régimen racista.

El panorama comenzó a cambiar a finales de los 80 y principios de los 90. Los dirigentes blancos de Sudáfrica se dieron cuenta de que el sistema era insostenible. En el aspecto deportivo, los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960, fueron los últimos en los que habían tomado parte, ya que en Tokio’64 se les cerró la puerta.

La caída del muro de Berlín tuvo un efecto dominó, también en África. El Gobierno de Pretoria dejó de ser necesario como ‘bastión’ contra el comunismo, Estados Unidos ya no tenía excesivo interés en darle cobertura. En 1989 llegó al poder Frederik de Klerk, quien se encargó de pilotar la transición hacia el final de las políticas segregacionistas.

De «terrorista» a presidente

En 1994, un año antes del Mundial, el antiguo «terrorista» Nelson Mandela –27 años en prisión– fue elegido presidente. En las décadas anteriores, cuando los Springboks se enfrentaban a cualquier rival, la población negra automáticamente animaba a ese equipo. Los rivales de mi enemigo son mis amigos. Mandela se percató de que esa situación era un potencial depósito de dinamita para el futuro del país, y optó por tratar de convertir a los Springboks en un símbolo de unión.

Para ello contó con la colaboración de destacados jugadores, encabezados por el capitán François Pienaar. Muchos lectores ya conocen esta historia por el libro ‘El factor humano’, escrito por el periodista británico John Carlin. En esta obra se basó la posterior película ‘Invictus’, dirigida por Clint Eastwood e interpretada por Morgan Freeman como Mandela y Matt Damon en el papel de Pienaar.

El que fuera entonces director ejecutivo de la Federación de Sudáfrica (SAR), Edward Griffiths, ha revelado recientemente que antes del Mundial comentó al presidente de este organismo la conveniencia de incluir «un porcentaje mínimo» de jugadores negros o mulatos en un combinado sub-19 que iba a realizar una gira en Rumanía.

«Fue la primera vez que hubo algún tipo de acción afirmativa en el rugby sudafricano para corregir los desequilibrios del pasado. Aunque no recibió mucha publicidad en ese momento, sé que sin duda fue percibido por el Gobierno, y ese gesto ciertamente jugó un papel en la decisión de Mandela de respaldar al equipo durante el torneo». Griffiths entiende que ese movimiento de ficha de SAR ofreció a Mandela un primer asidero para no tener que presentarse con las manos vacías cuando fuera a pedir a las comunidades discriminadas que apoyaran a la selección.

Muestra de este precario equilibrio es el capítulo del himno. En vez de suprimir el ‘Die Stem van Suid-Afrika’ del régimen anterior y sustituirlo por el ‘Nkosi Sikelel' iAfrika’, se decidió que se interpretaran ambos en el arranque de los partidos. Hasta que alguien se dio cuenta de que los jugadores, todos blancos menos uno, conocían perfectamente el primero, pero se iban a limitar a tararear el segundo, cuya letra era en el idioma xhosa. Hubo que sumar deprisa y corriendo a los entrenamientos sobre el césped unos ensayos corales. Si las estrellas del balón ovalado lo cantaban, el público y el resto de blancos seguirían su estela.

Unos años más tarde, en 1997, ambas canciones se fundirían en una sola para componer el actual himno nacional de Sudáfrica, que contiene partes en cinco de los idiomas que se usan en el país: xhosa, zulú, sesotho, afrikáans e inglés.       

El cruce del Rubicón

Por otro lado, el rugby como deporte estaba a punto de cruzar su particular Rubicón, el  río que Julio César cruzó con sus legiones contraviniendo la ley e iniciando una guerra civil. En este caso, el salto a dar era el del profesionalismo. Y la comparación no es exagerada, porque este aspecto ya causó en Inglaterra, a finales del siglo XIX, el cisma en el seno de esta modalidad. Por un lado estaban los jugadores de estatus acomodado, que podían permitirse jugar solo por placer, mientras que aquellos que dependían de un salario modesto reclamaban una compensación si tenían que dejar de lado su empleo para entrenar y jugar.

Estos últimos se escindieron para crear lo que más tarde se conoció como Rugby League o rugby a XIII, mientras que los primeros se mantuvieron en el seno de la Rugby Union, el rugby a XV que predomina en nuestros lares. Un siglo más tarde, aunque con alguna triquiñuela que otra, se habían mantenido las raíces del espíritu amateur, pero los campos llenos, las televisiones, la publicidad… todo ello demandaba que los protagonistas del espectáculo tuvieran una dedicación plena, y obviamente que cobraran por ello.

En pleno debate llegó el Mundial. Nueva Zelanda incluía en su plantilla a un joven de 20 años que solo sumaba dos encuentros internacionales (caps) con los All Blacks. Se llamaba Jonah Lomu, y se estrenó en Sudáfrica con dos ensayos frente a Irlanda en la fase de grupos, y posó uno más en cuartos de final, ante Escocia.

Su explosión llegó en semifinales, con cuatro ensayos en el choque con Inglaterra, uno de ellos grabado en la memoria por su forma de deshacerse de rivales como si fueran cadetes. El remate lo sufrió Mike Catt, quien al intentar el placaje fue arrollado y pisoteado por el gigante de Auckland. «Me puso en el mapa internacional, todos sabían quién era yo. Por las razones equivocadas...», apuntaba más tarde el tres cuartos de los de la rosa. 

Con su descomunal potencia (1,96 metros y 120 kilos) y su nada desdeñable velocidad (100 metros en menos de 11 segundos), Lomu anticipó el futuro, animó a los patrocinadores, despejó las dudas y abrió una nueva era. Para estar en la élite ya no bastaba con entrenar tres días por semana tras completar la jornada laboral como cartero, policía o carnicero, había que dedicarse a ello en exclusiva.

Jonah Lomu, que por desgracia sufría graves problemas renales que acabaron con su vida en 2015, se convirtió en una figura mediática conocida a nivel global, más allá incluso del círculo de aficionados a este deporte.

Tanganas, teorías y sospechas

Sudáfrica 1995 cuenta también con el dudoso honor de haber presenciado el partido con más tarjetas rojas de la historia mundialista, hasta la fecha. Los anfitriones se enfrentaban a Canadá en el último partido de la fase de grupos, un partido no demasiado complicado sobre el papel. A falta de diez minutos para el final, y con todo el pescado vendido, jugadores de ambas escuadras se enzarzaron en lo que se bautizó como ‘The Battle of Boet Erasmus’, el estadio de Port Elizabeth en el que se disputó el encuentro. Volaron los puños y dos canadienses –el apertura Gareth Rees y el pilier Rob Snow– y un sudafricano –el talonador James Dalton– se marcharon a las duchas antes de tiempo. 

Tanganas al margen, el torneo fue cumpliendo etapas y Sudáfrica y Nueva Zelanda se plantaron en la final. Los springboks habían apeado a Francia en semifinales bajo un diluvio en Durban y con polémica arbitral incluida. No fue la única. También quedaron incógnitas que posiblemente nunca se despejarán, como la sospechosa gastroenteritis por intoxicación alimentaria que sufrieron dos días antes de la final casi todos los componentes de la plantilla neozelandesa.

Otras interrogantes orbitan en torno a la elevada tasa de mortalidad entre los componentes de la selección anfitriona, cuatro de los cuales han fallecido antes de cumplir medio siglo de vida, disparando las teorías sobre un posible dopaje del equipo. Entre los muertos está el único jugador de raza negra, Chester Williams, por un ataque al corazón sufrido el año pasado.

Sea como fuere, los Springboks se conjuraron para frenar a los All Blacks, y a Lomu en particular, por lo civil o por lo criminal. Un partido tenso, cerrado, con el cuchillo en la boca y tratando de aprovechar cada golpe de castigo para sumar. No hubo ensayos, y los 80 minutos terminaron con empate a 12. En la prórroga, un drop de Joel Stransky dio la victoria a los locales.


Sudáfrica sumó su primer título y para la historia quedó la foto de Mandela y Pienaar, ambos con la misma camiseta y compartiendo juntos el trofeo en el centro del campo de Ellis Park. No existen las soluciones mágicas, pero el año pasado la misma selección ganó en Japón y lo hizo con un capitán negro, Siya Kolisi. Es parte del legado de aquellos hombres.