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Hace un año; los días en que Codogno quiso salvar al mundo... y no pudo

Hubo un tiempo en el que un pueblo del norte italiano quiso salvar al mundo de la pandemia. Codogno se convertía hace un año en la «zona cero» de Europa y empezaba un confinamiento insólito tratando de enjaular al virus, una intención que no tardaría en desvanecerse.

Funeral casi clandestino en el cementerio de Bergamo, hace un año. (Piero CRUCIATTI / AFP)

«Pensábamos que podíamos contenerlo; por una semana lo creímos, pero luego nos percatamos de que era imposible porque ya estaba en otras partes», confiesa a Efe Stefano Paglia, jefe de Urgencias de Codogno y de la capital provincial, Lodi, reposando tras su turno en una de las salas en la que tantas horas ha pasado.

Codogno amanecía el 21 de febrero de hace un año con uno de sus vecinos contagiado con el nuevo coronavirus, el primer caso autóctono, no importado, hallado hasta la fecha en Italia y Europa, aunque luego se supo que los no diagnosticados venían de antes.

La noche de aquel jueves de carnaval una llamada del delegado del Gobierno confirmó al alcalde, Francesco Passerini, la mala noticia. Su orden: cerrar todos los espacios públicos a la mañana siguiente.

Solo un día después, el Gobierno italiano confinaba a unas 50.000 personas en diez pueblos lombardos, entre ellos Codogno, y otro véneto, una medida insólita solo replicada antes en China.

Entretanto, al hospital de Lodi no dejaban de llegar infectados, unos 60 cada tarde, y los muertos empezaban a asustar: «En pocas horas vimos claro que era epidémico», sostiene el doctor.

Paglia recuerda que la idea dominante en aquel entonces, cuando poco o nada se sabía del enemigo, era que solo lo padecían ellos: «Creímos que estaba solo aquí e hicimos un esfuerzo extremo para contenerlo».

Un «objetivo superior» y «algo infantil» que se fue empañando por el avance imparable del patógeno a otras ciudades como Bérgamo, símbolo de la tragedia, hasta alcanzar todo el país.

Sin saberlo, estaban avisando a un mundo aún estupefacto exactamente veinte días antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la pandemia, el 11 de marzo.

La extraña calma del año I

En Codogno, la vida transcurre sin grandes sobresaltos. Enclavada en la inmensa llanura del río Po, su discreto casco histórico, con templos de ladrillo y logias medievales, apenas se intuye al llegar.

Todo está rodeado por un polígono industrial que da trabajo a muchos de sus 16.000 habitantes. El resto se reparte entre su sector ganadero y la cercana y cosmopolita capital regional, Milán.

Pero su rutina se revolvió de la noche a la mañana aquel febrero, el origen de su resistencia heroica.

Un extenuante año después las cosas han mejorado, la gente sigue enfermando aunque en menor número y el nivel de alerta es leve, pero en sus calles sigue percibiéndose una rara quietud.

Ante la iglesia del patrón San Biagio, médico del siglo IV, unos jóvenes rompen el silencio charlando en una terraza, estremecidos por el frío, porque hay placeres que parecen no estar dispuestos a sacrificar ahora que son «algo más libres»

Las calles están casi vacías pero dentro del local no cabe un alma. «No podemos quejarnos», masculla resignada una camarera.

Cristina y Carla pasean por una avenida que se diría construida solo para ellas. Una es profesora y la otra, médica, y ambas juran que no olvidarán aquel día y la sorpresa de ver su pueblo en los medios.

«Parecíamos el centro del mundo», ironiza la primera, sin caer en la cuenta de que, en efecto, por un momento lo fueron.

Una defensa de excepción

Aquella lucha tuvo un aliado inestimable: Luciano Parmigiani, 67 años, más de cuarenta sirviendo a Cruz Roja en misiones en Kosovo, Haití o Irak y nombrado delegado para la emergencia de Codogno.

Con sus 140 voluntarios se desvivió trasladando a los enfermos y presume, con orgullo paternal, de que ninguno enfermó y ya están todos vacunados. «Este hombre es un héroe», exclama un vecino al verle.

Su dedicación es evidente cuando repasa de memoria el contador de sus seis ambulancias, brindando un dato que describe a la perfección lo vivido: en 120 días recorrieron 149.122 kilómetros, cuando lo normal son 30.000 anuales con el servicio de 24 horas.

La central afortunadamente ya no tiene el trasiego de hace un año y sus voluntarios aguardan la alerta de turno haciendo cursos o simplemente fumando en la puerta.

Un año después Codogno mantiene el virus a raya gracias a la vacuna, las medidas de seguridad y las pruebas diarias en un enorme pabellón custodiado por militares, ante cuyas puertas los coches hacen fila desde por la mañana.

El mayor temor ahora son los nubarrones de crisis económica que planean sobre la zona, pues, como en todo el mundo, muchos negocios no aguantaron y los que quedan claman ayuda urgente.

En otra plaza, los vecinos husmean en un variopinto mercadillo donde el joven Gaetano Carambia vende fruta desde hace siete años. Aunque no tiene que pagar el impuesto municipal de suelo público, su negocio hace aguas porque «la gente aún tiene miedo», sostiene ante una clienta que asiente.

Pero hay algo que escuece especialmente: el estigma. La gente de Codogno, sostiene el psicólogo Giovanni Barbaglio, ya carga con la ansiedad y el luto, pero asimismo teme quedar manchada por una maldición que, sin esperarlo, conocieron de antemano.