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Oyarzabal dejó claro que lo de Sevilla no fue una final, sino el inicio de un equipo ambicioso

El autor del gol que dio a la Real su primera Copa desde 1987 y líder de una generación joven que ganó al Athletic como si fueran veteranos dejó clara la ambición sin límites del equipo blanquiazul y de su entrenador, la clave del éxito.

Los jugadores realistas voltean a Imanol tras la consecución del título. (Monika DEL VALLE/FOKU)

La Real vivió en Sevilla una noche inolvidable en la que Mikel Oyarzabal transmitió que «es un momento histórico y feliz para todos, pero queremos seguir haciendo historia y esperamos que esto sea el inicio. Vamos a entrar en la historia del club, pero quiero seguir. Este grupo está convencido de que puede hacer muchas cosas y seguir peleando por todo».

El eibartarra fue el protagonista del gol de la victoria y del gesto bonito de la noche al dar el brazalete de capitán al lesionado Asier Illarramendi para que recogiera el trofeo y diera inicio a una larga noche de celebración en Sevilla.

Oyarzabal y Merino, MVP de la final, fueron los dos jugadores realistas que comparecieron tras el partido ante la prensa porque son, pese a su juventud, los líderes de una generación de jóvenes veteranos que jugaron la final como si fuera un partido más.

Al eibartarra no le tembló el pulso para asumir la responsabilidad de tirar el penalti a pesar de que había fallado tres de los cuatro últimos que había lanzado y dos de los tres que ensayó en el mismo escenario el día anterior en el último entrenamiento. Y eso que tuvo que esperar seis minutos para poder lanzarlo. Ni él ni sus compañeros ni su entrenador dudaron de quién debía asumir la responsabilidad y además cambio la forma de tirarlos.
 
Fruto del trabajo

Mikel Oyarzabal señaló sobre el penalti que «mucha gente dice que es una lotería, pero nosotros las trabajamos entre semana. Ayer me quedé lanzando penaltis y de tres que eché antes de irme fallé dos, pero tenía las cosas claras. Sabía qué iba a hacer. Mis compañeros confiaban en mí, me han dado un plus para tener más confianza y para ir con más tranquilidad. Sentía una responsabilidad grande porque el equipo confía en mí y yo en el equipo. En la Supercopa no me salió bien, esta vez sí y ha servido para levantar la Copa».

Mikel Merino comentaba que «tenemos la suerte de contar con un jugador con calma y tranquilidad en los momentos decisivos. Yo estaba con la tranquilidad de que lo iba a meter. La confianza es clave». Imanol coincidió con el navarro al decir que «estaba muy tranquilo porque es Mikel y aparece en las grandes ocasiones».

Y lo más reseñable de la final es que el líder de este equipo parece que llega toda la vida en la Real porque debutó muy joven, pero solo tiene 23 años. En el once inicial de Imanol solo había tres jugadores, Monreal, Portu y David Silva, que superan los 25, edad a la que tampoco llegan los tres primeros cambios, Carlos Fernández, Barrenetxea y Guevara.

La Real acabó con un once con siete jugadores que han dado el salto desde el Sanse y una media de edad de 24,1 años que supo manejar los últimos minutos para que se jugara lo mínimo posible, sin conceder ninguna ocasión y sin encerrarse en su área para defender porque es un equipo que cuanto más lejos esté de su portería más fuerte es.

Y eso no es normal. Hasta el equipo campeón perdió una Liga en Sevilla antes de lograr sus títulos. La generación liderada por Oyarzabal y Merino ha madurado rápido y tiene todo el futuro por delante.

Imanol, la clave del éxito

El título de Sevilla fue el premio además a la apuesta de Imanol por este torneo en su deseo de hacer campeón al equipo del que es un forofo más. Priorizó la Copa a la Liga la temporada pasada contra rivales que alineaban suplentes y eso encontró el premio en La Cartuja en la final más especial de todas.

Imanol acostumbra a decir que el mayor logro de su equipo ha sido conseguir la unión entre aficionados y su equipo, pero la clave es él porque ha conseguido que su equipo juegue de una manera en la que se siente a gusto, que sea competitivo en todos los encuentros, y, lo que es más difícil, que hasta los jugadores que no juegan estén contentos con él.

Es la clave del éxito, pero él se lo atribuía a los jugadores tras el partido en su rueda de prensa más emotiva. Se acordó de un tío fallecido en los últimos días por covid, de su madre que perdió hace 36 años cuando él solo tenía 13, de su familia y dedicó antes que a nadie el título a los médicos y enfermeros que salvan vidas y a toda la afición que padece la pandemia, el motor de su equipo.

El momento de la noche fue cuando el entrenador se convirtió en el aficionado que es, se puso la camiseta blanquiazul y con la bufanda empezó a gritar como un forofo en la grada Aitor Zabaleta, lo que provoca que todos los seguidores se identifiquen con él porque es uno de ellos.