INFO

Variaciones musicales

El realzador François Ozon, en Cannes. (Valery HACHE/AFP)

No hay duda: ‘Annette’, de Leos Carax, apabullante película musical que inauguró esta 74ª edición del Festival de Cannes, nos cogió un poco a contrapié. Le vimos la gracia, pero no se las reímos todas. Cosas de los visionarios, que aunque parezca que se están equivocando, en realidad están guiándonos. Leos Carax bajó del escenario y a continuación subió el israelí Nadav Lapid, quien se estrenaba en la Competición cannoise con ‘Ahed’s Knee’, hiper-electrizante aparato cinematográfico que, al igual que Adam Driver y Marion Cotillard, cantaba y bailaba siempre que se le presentara la ocasión.

La película nos presentó a un cineasta llamado Y. (reflejo del propio Lapid) que se dirigía a un remoto pueblo de su Israel natal para proyectar allí una de sus películas. Una celebración por todo lo alto de su arte… que no hacía más que despertar toda la rabia que llevaba dentro.

El hombre, estaba claro, vivía inmerso en un conflicto interior insoportable: el de quien sabía que si levantaba la voz, sería linchado por la masa, pero que si se callaba, iba a estallar por combustión espontánea. Puro nervio, pura energía: incontenible, indomable. Lapid arremetió contra el estado sionista y sus pulsiones fascistas. Lo hizo al ritmo del ‘Welcome to the Jungle’ de los Guns N’ Roses, pero sobre todo apoyándose en un lenguaje cinematográfico que parecía de otro mundo: de uno en el que las personas no conocían ninguna atadura.

Después llegó el turno de François Ozon, quien nos calmó poniendo de fondo una sonata de Brahms. El cineasta francés aparcó su faceta más juguetona para adoptar la sobriedad con la que abordó en ‘Gracias a Dios’ los intolerables abusos sexuales a menores por parte de la Iglesia católica. Ahora, en ‘Tout s’est bien passé’ estaba sobre la mesa otro tema peliagudo: la eutanasia. Después de sufrir un ictus, un padre de familia de 85 años (estupendo André Dussollier) llegó a la conclusión de que ya no tenía sentido seguir viviendo. No en el lamentable estado en el que había quedado.

Lo que vino a continuación fue un tenso y sentido diálogo entre la vida y la muerte… para acabar reivindicando la dignidad tanto en un punto como en el otro. Un Ozon muy digno, sin duda, y lo suficientemente listo para saber encontrar el alivio de la comedia (negra) en esta dramática toma de decisiones.

Por último, ya fuera de la Competición, Todd Haynes presentó ‘The Velvet Underground’, rockumental emborrachado por las sinergias y, evidentemente, la música del legendario grupo que ponía título a la propuesta. El homenaje se concretó en una especie de zapping sicodélico que partió la pantalla en al menos una docena de compartimientos distintos. El cine también se partió, dejándose arrastrar ahora por la efervescencia de la Nueva York de Andy Warhol, Jonas Mekas, Nico, y claro está, Lou Reed y John Cale. Casi todos ellos muertos, por cierto, pero vibrantemente vivos a través de un legado artístico que todavía parece mirarnos desde el futuro.