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Estabilidad en Nafarroa a la espera de que Chivite tome el control de Iruñea

El Parlamento navarro es pequeñito. Lo forman 50 personas que, en general, se conocen las unas a las otras como si se hubieran parido. Al menos, en lo que a sus posiciones políticas, intereses y líneas rojas se refiere. Así es difícil pelear si uno no quiere. Si suenan fuegos, serán de artificio.

Chivite y Alzórriz, pasan junto al escaño de Bakartxo Ruiz. (Iñigo URIZ | FOKU)

La gobernabilidad de Nafarroa depende de tres partidos que suman 27 escaños de 50: PSN (11), Geroa Bai (9) y EH Bildu (7). Podemos tiene una Consejería, pero se la dieron para guardar apariencias cuando el PSN pegó el volantazo. De entonces a esta parte, María Chivite ha sabido entenderse con EH Bildu. Tienen desencuentros –claro– pero se conocen lo suficiente como para que la sangre no llegue al río.

PSN y EH Bildu: dos organizaciones disciplinadas con vocación de permanencia y estrategias a corto, medio y largo plazo. A ninguna de las dos les interesa romper ni a corto ni a medio. No es cariño, es aritmética. Y esto hace que la situación sea muy estable. No se trata, pues, de que Chivite esté sacando sus presupuestos todos los años, sino de que en ningún momento se dudó de que lo iba a hacer. Los presupuestos son una consecuencia de la estabilidad y no la causa. 

En Geroa Bai están más incómodos. Como segundos de abordo, no tienen la visibilidad que hubieran deseado. Les sucede un poco lo mismo que le ocurrió a EH Bildu la pasada legislatura. Esto provoca cierto histrionismo en sus intervenciones parlamentarias, donde atacan a su propio Gobierno. Mucho ruido, poca nuez.

La verdad es que no se llevan especialmente bien las cúpulas de PSN y Geroa Bai, pero ambas saben que están condenadas a entenderse. Aquí también pesa la aritmética. Y la proporción entre militancia en Geroa Bai y cargos públicos es buen bálsamo.

Todo esto resulta tan obvio que genera convulsiones dentro de Navarra Suma; o más bien, dentro de UPN, que es el único partido de la coalición con vida propia. Porque las divisiones locales de PP y Ciudadanos podrían estar dirigidas por espantapájaros y nadie notaría la diferencia. Son partidos manejados desde Madrid.

Los más ambiciosos dentro de UPN culpan de todo a Javier Esparza, cuya aura de perdedor probablemente sea ya incompatible con generar ilusión en su electorado. No es justo, sin embargo, que responsabilicen a Esparza, que hizo lo que pudo y lo hizo bien. Arriesgó con un cambio de nombre, cerró el paso a Vox y Ciudadanos, y consiguió 20 escaños, que era el máximo que les daban sus encuestas internas.

La violencia de ETA alejándose y el legado del Gobierno anterior han cambiado los vientos, desplazando y desubicando a UPN. Quienes antes mandaban, hoy tienen rota su capacidad de pacto, salvo para cosas contadas con el PSN y aún más contaditas –que las hay, aunque las oculten– con EH Bildu.

En consecuencia, en UPN viven tiempos de complots y zancadillas. Lo cual es divertido, pero irrelevante, pues no es un simple problema de liderazgo.

En la cúpula del PSN, en cambio, están muy contentos de gobernar (algunos, de haberse conocido). Llevan a gala que la actual fórmula de gobierno está sirviendo para reconciliar a la sociedad navarra. Lo creen de veras y están orgullosos de ese papel que les ha tocado ejercer. Bueno, quizá no todos en el PSN creen esto, pero sí son mayoría en la dirección. Por eso le toca ahora a Chivite barrer la casa. Iruñea se le resiste un poco y ese pulso sí es relevante.

Evidentemente, el PSN es el PSOE y un cambio en Ferraz puede dar al traste con todo. Pero si todo se redujera al territorio en sí, a esos 50 parlamentarios, el riesgo de implosión local tiende a cero.