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Los guardianes del circo romano

Atuendo de batalla, tito del año, mochila-nevera y buena merienda. Las corridas pasarán a mejor vida, pero los y las mozapeñas seguirán guardando el templo pagano. 

Un mozo peña en proyecto, con otro ya en plenas facultades al fondo. (Idoia ZABALETA | FOKU)

Acabarán las corridas, que acabarán, y ahí seguirán los y las mozapeñas tostándose al sol, con la palangana en una mano, la gorra, la toalla y la bata. Un tito para hacer una gansada o un ganso para hacer el tonto, que tanto monta, monta tanto, y lo que cuenta es echar la tarde, irritar la garganta e inundar el gaznate. Gritar como un poseso a quien lo merezca y aplaudir a quien se lo gane. Que en este circo romano no dicta sentencia emperador ninguno, sino las peñas soberanas. Que no importa tanto que en el ruedo haya un toro, un avestruz, un ficus o tu cuñado. Que lo que cuenta es el coliseo y la comunidad que emerge.

Algún día llegaremos a esto. Mientras, los y las mozapeñas seguirán guardando el templo pagano, pertrechados con todo lo necesario, empezando por el pertinente abono y siguiendo por el consabido atuendo, más cómodo y práctico que estético. Un uniforme de batalla a prueba de kubatas voladores. Hay que ir bien comido, que la tarde es larga y la merienda tarda en llegar. Aquí funciona la autogestión y el reparto de tareas, pero hay que estar a la altura. Unas magras con tomate como mínimo, unas gambas se agradecen.

 

La mochila-nevera está a estas alturas entre los imprescindibles, que la grada del sol se está poniendo imposible con la crisis climática. Los más fervorosos empalmarán la corrida con el Labrit, en lo que se viene conociendo ya como el doblete, solo al alcance de los elegidos. Para el resto, ya se sabe, seguir a la respectiva peña hasta que el cuerpo diga basta y, antes de dormir, visitar el botiquín para ayudar a la resaca que viene, que mañana hay que volver a guardar el templo.