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La crisis del arroz evidencia los límites del modelo neoliberal nipón

La primavera de 2025 será recordada en Japón no solo por el aumento casi descontrolado del turismo extranjero, sino sobre todo por el encarecimiento sin precedentes del arroz y por la respuesta política que dejó al descubierto las debilidades estructurales de su modelo agrícola y de distribución.

(JIJI PRESS | AFP)

El arroz, base ineludible de la alimentación en Japón y eje central de su modelo agrícola, alcanzó precios récord tras una mala cosecha agravada por fenómenos climáticos extremos, un repunte en la demanda a causa del récord de visitantes, fallos logísticos y una gestión gubernamental más pendiente de los equilibrios de mercado que de garantizar el acceso justo a un bien esencial. Mientras el Gobierno liberaba reservas estratégicas a cuentagotas y negociaba importaciones excepcionales desde EEUU y Corea del Sur, millones de familias vieron duplicado el precio de un saco de 5 kg, que pasó de 2.000 yenes (12 euros) a más de 4.000.

Aunque Japón proyecta una imagen de autosuficiencia alimentaria, la realidad es otra. Desde los años 90, las reformas neoliberales del casi eterno Partido Liberal Democrático (PLD) en el poder y los tratados de libre comercio han erosionado progresivamente el sistema agrícola tradicional, priorizando la competitividad exterior por encima de la seguridad alimentaria. El arroz, base de la dieta con un consumo medio de 50-54 kg por persona al año, ha sido paradójicamente uno de los productos teóricamente más controlados y más desprotegidos. Pese a estar considerado estratégico, las políticas de reducción de la producción -diseñadas para evitar excedentes y mantener los precios- han debilitado la capacidad de respuesta del sector ante crisis como la actual y esta primavera la suma de estas decisiones políticas ha mostrado sus costuras.

El verano de 2024 fue uno de los más cálidos en décadas, y sus efectos devastadores sobre los cultivos coincidieron con un aumento abrupto de la demanda interna, impulsado por el turismo pospandemia y las compras tras avisos de posibles sismos en diversas regiones. Además, Japón vive hoy un auténtico boom turístico, con cifras récord de visitantes cada mes que no han dejado de superarse desde el comienzo de 2025. Esta presión adicional sobre el consumo interno de alimentos, sumada a una oferta debilitada, tensionó aún más el mercado.

Frente a este contexto, la respuesta oficial fue importar arroz desde EEUU y Corea del Sur, rompiendo un tabú alimentario para buena parte de la población. Esta dependencia coyuntural revela hasta qué punto Japón está expuesto a las turbulencias del mercado global, incluso en el alimento más básico de su dieta.

El encarecimiento del arroz se ha sumado a una inflación alimentaria persistente que castiga con especial dureza a las clases trabajadoras y a la población rural envejecida.

El descontento social tuvo consecuencias políticas. En mayo, el ministro de Agricultura, Taku Eto se vio obligado a dimitir tras unas declaraciones que generaron una fuerte polémica al afirmar en público que «nunca compro arroz» porque se lo regalan sus simpatizantes, en plena escalada histórica de precios. Su comentario fue percibido como desconsiderado, insensible y desconectado de la realidad de millones de hogares.

Su renuncia evidenció que el arroz no es solo un alimento, sino también eje central en la política agrícola japonesa, cuya responsabilidad recae directamente en el Ministerio de Agricultura (y no, como algunos sugieren, en el de Economía). El exministro de Medio Ambiente Shinjiro Koizumi asumió la cartera con el reto de calmar la crisis antes de las elecciones de julio.

La tensión social también ha comenzado a reflejarse en hechos poco habituales en Japón: en los últimos meses, medios nacionales han informado sobre robo de arroz en supermercados, algo inusual en un país con bajos índices de criminalidad y una legislación muy estricta en materia de hurtos. Aunque son casos aislados, su aparición ha generado preocupación y ha sido interpretada como síntoma del deterioro social que acompaña al alza de precios de los alimentos básicos. En Japón, donde el orden social se basa en normas no escritas de respeto, que el arroz comience a ser sustraído de forma ilícita de las estanterías de las tiendas dice mucho más que cualquier cifra oficial.

Aunque los precios han comenzado a descender después de dos semanas consecutivas al alza, el impacto político parece difícil de revertir. La crisis del arroz ha sido mucho más que un problema de cifras: ha dejado al descubierto las limitaciones del modelo agrícola neoliberal y ha servido como espejo del malestar social que se arrastra desde hace años. Aunque el precio comience a estabilizarse, el coste político para el PLD puede convertirse en un punto de inflexión, especialmente si se suma al desgaste acumulado por los escándalos de financiación, los vínculos con la secta Moon o la creciente desconexión con los problemas cotidianos.

A las puertas de las elecciones, un símbolo tan profundamente vinculado a la identidad japonesa como el arroz podría derivar en un voto de castigo depositado con contundencia en las urnas.