A un año de la muerte de Nasrallah, Hizbulah bajo máxima presión
Debilitado militarmente y con parte de su cadena de mando decapitada, Hizbulah se halla bajo gran presión. Aunque ha respetado casi al pie de la letra los términos del alto el fuego de noviembre, ahora debe hacer frente a un doble asalto israelo-estadounidense, que reclama su desarme total.
Fue hace exactamente un año. El 27 de septiembre de 2024, a las 18.17, más de 80 bombas antibúnker, algunas de casi una tonelada, cayeron sobre el sur de Beirut. La tierra temblaba bajo un diluvio de acero. La operación, que Israel intentó presentar como «quirúrgica» y «heroica», costó la vida al carismático secretario general de Hizbulah, atrincherado en un complejo subterráneo.
Pero detrás de este relato triunfal, elogiado por numerosos medios de comunicación en todo el mundo, queda la sombra de una masacre cuyo precio real sigue siendo desconocido: nunca se comunicó un balance oficial, aunque todo indica que cientos de personas –cuadros intermedios del movimiento, familias, civiles– perecieron en el ataque.
Hizbulah, sin embargo, sobrevivió a la muerte de su figura tutelar: hasta la firma del alto el fuego el 26 de noviembre de 2024, logró mantener cierto equilibrio de fuerzas frente a los asaltos constantes del Ejército israelí. Desde entonces, y según los términos del acuerdo patrocinado por Washington y París, se ha esforzado en cumplir con sus compromisos, a pesar de las más de 4.500 violaciones israelíes reportadas por el Ejército libanés, según el reputado diario “L’Orient-Le Jour”.
Sin embargo, las exigencias israelíes y estadounidenses ya no se limitan a la retirada del armamento pesado del Partido de Dios del sur de Líbano, puesta en marcha bajo la supervisión del Ejército libanés y de la Finul. Ahora, la cuestión de su desarme puro y duro une a Tel Aviv y Washington en una nueva ofensiva sobre el país.
Una demanda ya formulada desde hace décadas por un gran número de actores libaneses, deseosos de ver a su Estado recuperar por fin el monopolio de la fuerza. Pero sin éxito hasta la fecha, tanto por la desproporción de potencia entre la organización chií y el resto de las fuerzas libanesas como porque Hizbulah nunca ocultó la posibilidad de recurrir a las armas en la escena interna si estas exigencias se volvían demasiado apremiantes.
Las declaraciones del vicepresidente del consejo político de Hizbulah, quien afirmó hace unas semanas que «el Gobierno libanés no podría retirar las armas de la resistencia sin derramamiento de sangre» han reavivado esa inquietud. Declaración que ilustra la extrema tensión bajo la que evoluciona hoy el movimiento chií, debilitado militarmente, con parte de su cadena de mando decapitada, geográficamente separado de su patrocinador iraní tras la caída de Bashar al-Assad y obligado a navegar a la deriva, mientras la presión internacional se intensificar.
El senador estadounidense Lindsey Graham advirtió de que el desarme de la formación chií no es «negociable», llegando a afirmar que EEUU podría dar luz verde a Israel para «hacer lo que deba hacer» si Hizbulah se negaba a entregar sus armas pesadas al Ejército libanés. Circuló incluso el escenario de un ultimátum de sesenta días, alimentando el nerviosismo en las filas de la resistencia.
En este clima tan candente, Hizbulah organizó, por primera vez desde el alto el fuego, un gran acto público en su feudo del sur de Beirut. Miles de partidarios, poco intimidados por la posibilidad de un ataque sorpresa de la aviación israelí, asistieron a un breve desfile de combatientes, encapuchados pero desarmados.
Petición a Arabia Saudí
El discurso del secretario general, Naïm Qassem, proyectado en grandes pantallas, sorprendió a muchos. En un llamamiento inesperado, pidió a Arabia Saudí –enemigo histórico del eje proiraní– «abrir una nueva página» con la resistencia. Un gesto que refleja los debates internos en el partido, entre un ala pragmática preocupada por preservar su arraigo político en Líbano, y otra más radical, liderada por Wafic Safa, reacia a cualquier concesión.
En la multitud, los rostros están marcados y las conversaciones, impregnadas de dudas. «Es muy duro, estamos en un punto de inflexión y lo sabemos», comenta Ali, treintañero, que vino «a buscar respuestas». «Estoy extremadamente sorprendido de que tendamos la mano a Arabia Saudí, que lleva décadas en el lado enemigo. Imagino que tiene la intención de aislar a Israel de su entorno, en el contexto del genocidio en Gaza», señala. Bien sea por desinterés o por temor a una acción militar israelí, decenas de personas abandonan la plaza antes del final del discurso de Qassem. Impensable en tiempos del carismático Hassan Nasrallah.

A la salida, un pequeño grupo conversa. «El discurso del jeque Naim fue muy claro. Envió un mensaje para que todos lo entendieran: la resistencia está aquí para quedarse. Si quieren negociar, estamos listos para hacerlo. Si no quieren, no importa, la resistencia permanece», afirma uno de ellos, con una lágrima tatuada en la comisura del ojo.
Un compañero añade: «Cuando veo a un Estado libanés impasible mientras somos atacados cada día en el sur, en el Bekaa, en otros lugares… ¿En virtud de qué habría que retirar las armas? ¿Para contener a Israel? ¿Para trazar fronteras? Por supuesto que apoyamos al jeque Naim, actúa en nuestro interés. Pero si el Estado quiere retirar las armas, el principio básico debe ser: ¿por qué? Protégeme primero. Muéstrame que me defiendes, entonces podremos discutir».
Más tarde, frente al mausoleo de Hassan Nasralah, a salvo de oídos indiscretos, Ali, mas cómodo, comenta: «No podemos resignarnos a obedecer al diktat israelí después de lo que nos hicieron, lo que hicieron a los palestinos. No es posible. Si Hizbulah entrega sus armas, entonces Líbano, ya vulnerable, estará definitivamente perdido. Es una triste realidad, pero todo libanés lo sabe».
Baja el tono de su voz: «Estamos muy marcados por el abandono de Irán, que golpeó a Israel cuando su estabilidad estaba amenazada, pero que dejó que Gaza fuera arrasada y que Nasralah fuera asesinado. Porque de todo el eje de la resistencia, somos los que más pérdidas hemos sufrido. Hizbulah actuó, pero no con fuerza, porque no quería que todo el país pagara el precio. Éste es el resultado».
A su lado, uno de sus compañeros concluye: «Somos muchos los que nos sentimos traicionados, yo también. Pero sabemos lo que le debemos a Irán. Somos un país pequeño, debemos someternos a la política de los grandes. Pero hoy, no sé cómo vamos a mantener viva la resistencia: no tenemos miedo al martirio, pero debemos perpetuar el espíritu de la resistencia frente a Israel. Temo que si volvemos a ser atacados, Irán no reaccione y que el Estado libanés acabe capitulando bajo las bombas y se convierta, como Egipto y Jordania, en esclavo de la entidad sionista».