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La crisis de Suweida abre nuevas heridas en Siria

Los últimos dos meses han sumido a la provincia de Suweida, en el sur de Siria, en una espiral de violencia sin precedentes. La crisis comenzó con el secuestro de un druso, lo que rápidamente escaló en enfrentamientos entre tribus beduinas armadas y milicias drusas locales.

Protesta realizada el pasado 28 de julio en Suweida para denunciar la situación humanitaria. (Shadi AL-DUBAISI | AFP)

A lo largo del conflicto –que incluyó represalias mutuas, masacres, ataques aéreos israelíes y la movilización masiva de combatientes– circularon decenas de videos en redes sociales que mostraban ejecuciones, torturas y actos extremos de violencia.

Organizaciones como Amnistía Internacional han condenado esta brutalidad. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, al menos 1.677 personas han muerto, incluidas 452 ejecuciones, de las cuales 250 fueron mujeres y niños. A pesar de la frágil tregua en las fronteras de la provincia, los habitantes informan de ataques diarios, lo que indica que la situación sigue siendo volátil.

En estos momentos, la provincia está en su mayoría aislada, bajo un estricto control de las fuerzas de seguridad sirias. En este bloqueo de facto, Suweida ha experimentado un colapso casi total de los servicios esenciales, dejando la situación general en un estado «desastroso», según el enviado de la ONU.

«La electricidad se corta por días y luego vuelve a encenderse», explica Sham, cuyo verdadero nombre ha sido cambiado por razones de seguridad.

«Las tuberías que nos conectan a Damasco han sido atacadas por las Fuerzas de Seguridad General durante dos meses. Ahora estamos recibiendo agua desde Daraa, pero los ataques siguen cortando el flujo», continúa.

«La mayoría de las tiendas de alimentos están vacías, excepto el mercado de vegetales que proviene de la región occidental, pero los precios han subido drásticamente», agrega la joven.

En términos tanto psicológicos como materiales, los habitantes de Suweida han sufrido enormemente. «Más de una treintena de aldeas han sido quemadas hasta los cimientos, se ha perdido mucho», continúa Sham.

«Estamos acogiendo a miles de personas en nuestras casas, pero nuestras capacidades están más allá de sus límites. En la mente de todos hay una mezcla de tristeza y enojo», comparte a través de WhatsApp desde el corazón de la ciudad sureña.

Kinda, una trabajadora humanitaria con base en Suweida, explica: «Están llegando convoyes de ayuda a la provincia, así como productos comerciales, aunque son insuficientes para cubrir las necesidades de los residentes». A ello se suma que «no hay dinero en manos de la gente debido a la falta de salarios o fuentes de ingresos por la situación actual».

Una crítica situación sanitaria

Por otro lado, los hospitales operan con una capacidad mínima. «Hay escasez de medicamentos y combustibles, así como de otras instalaciones esenciales. Debido a la escasez crítica de suministros médicos, incluidos medicamentos para el cáncer e insulina, algunos pacientes han muerto por falta de ellos», detalla Kinda.

«El invierno se avecina en dos meses, y nuestra provincia es extremadamente fría, no habrá fuentes de calefacción sin combustible o leña», señala con preocupación durante una llamada telefónica.

Otro problema en el horizonte es el retraso en «la apertura de las escuelas, que se han convertido en refugios para los desplazados», concluye.

¿Quién gobierna Suweida?

A medida que la crisis humanitaria se profundiza, las dinámicas de poder dentro de Suweida están cambiando. Según un informe de la ONU, en agosto, unas treinta facciones armadas locales de Suweida se unieron bajo el nombre de las Fuerzas de la Guardia Nacional, encargándose de la seguridad en toda la gobernación (mantener la estabilidad y prevenir acciones delictivas).

Este grupo juró lealtad al líder espiritual Hikmat al-Hajri, conocido por sus vínculos con el régimen de Al-Assad y por buscar ayuda internacional, incluso de Israel.

Aunque inicialmente no tenía gran influencia entre la comunidad drusa, esto cambió a medida que se desarrollaron los eventos del pasado mes de julio. La violencia llevó a muchos drusos a refugiarse con quienes podían garantizar su supervivencia, algo que el Gobierno de transición no ha logrado hacer.

Minoría beduina

El conflicto ha provocado un desplazamiento masivo de la población. La ONU estima que más de 192.000 personas han sido desplazadas por los combates. Debido a la naturaleza sectaria que adoptó el conflicto, los desplazados se han dividido entre Suweida, Daraa y las áreas rurales de Damasco, mientras muchos abandonan el país en pequeñas oleadas.

Desde el alto el fuego alcanzado el 19 de julio a través de la mediación de Estados Unidos y países árabes, miles de familias beduinas han sido reubicadas en decenas de escuelas que funcionan como refugios improvisados.

Amina, una mujer beduina de 30 años, vive desplazada con su familia en Al Hrak, una pequeña aldea al este de Daraa.

«Estamos aquí desde que comenzó la crisis, pero las cosas están empeorando mientras esperamos regresar, inshalla», dice, con la voz llena de preocupación.

«Recibimos algo de comida, pero no tenemos manera de cocinarla, no hay gas», comenta mientras intenta encender un pequeño fuego en el patio de la escuela donde vive junto con otras 50 familias.

«Por ahora, tenemos un techo sobre nuestras cabezas, pero en dos semanas comenzarán las clases y es probable que nos echen de aquí», agrega, angustiada como maestra que huyó de Al Masra, una aldea en Suweida donde nacieron todos sus hijos.

A su alrededor, un grupo de mujeres desesperadas que también viven en la escuela asegura haber huido por miedo a los ataques de las facciones drusas, particularmente de Al Hajari. Su esperanza es que se logre algún tipo de reconciliación.

Para Durra, una anciana beduina, «esto no tiene sentido, hemos vivido pacíficamente durante décadas, nunca tuvimos ningún problema», asegura con certeza, diciendo que estos enfrentamientos son «algo nuevo».

En Mleiha Al Gharbiyeh, otra aldea en la zona rural de Daraa, Bashar al-Hraki, el jefe local, está utilizando el edificio municipal para almacenar los envíos entregados por el Banco Mundial de Alimentos para su distribución entre la gente.

«Antes de la crisis, la situación ya era mala, pero ahora es mucho peor. Tenemos más de 8,000 personas en esta pequeña aldea que llegaron desde Suweida, tanto beduinos como drusos, todos son bienvenidos, todos somos sirios», asegura el mukhtar de 60 años.

«Las familias viven en escuelas, casas particulares y en tiendas de campaña en las cercanías», describe Bashar. Para él, «Israel está detrás de todo esto, robando nuestra tierra. Su intervención ha complicado todo, y este es un momento muy delicado para nuestro país, donde los problemas sectarios han resurgido después de la caída del régimen», dice en su oficina, mientras una cadena de hombres acomoda cajas con suministros.

En este sentido, Abdullah al-Wadi, sentado en una tienda de campaña, comenta muy enojado que «desde el 8 de diciembre hemos notado un cambio de actitud hacia nosotros», culpando a la facción de Al-Hajari.

«Mi familia vivió en Suweida durante más de cien años, y nunca tuvimos una disputa con los drusos», dice sorprendido, mientras observa un video de contenido explícito que muestra cómo profanan el cuerpo de un supuesto miliciano beduino.

En El Karak, otra aldea cercana, cinco familias viven en una escuela destrozada por la guerra, sin electricidad, gas o cualquier otro servicio, mientras el techo apenas se sostiene. El doctor Mansour, responsable de seguir de cerca la situación humanitaria en el pueblo, debate con Ahmed sobre las posibles soluciones.

«Una posibilidad es intercambiar tierras», sostiene Ahmed, pero ambos coinciden en que «eso sería absurdo y profundizaría aún más la división entre los sirios».

A menos de un kilómetro, decenas de familias viven en otra escuela. Allí, Izra, junto a su hermana, madre y todos sus hijos, vive en un aula rodeada de cobijas y ropa apilada. Toda la familia estuvo secuestrada durante dos semanas por hombres de Al-Hajari, según Izra. Habían sido capturados mientras huían hacia Daraa. «Estábamos con otras mujeres y niños, unas 15 personas. Una mujer dio a luz allí y sigue con ellos, hasta donde sabemos», dice mientras sus hijos juegan cerca.

Una siria fragmentada

La crisis de Suweida no sólo ha provocado un desastre humanitario, sino que también ha ahondado las divisiones sectarias dentro de Siria. Mientras persiste la frágil calma, las causas subyacentes del conflicto siguen sin resolverse. La gestión de la crisis por parte del Gobierno ha aislado a Suweida, dando un cariz sectario al conflicto en un momento crítico para la reconstrucción del país tras 14 años de guerra.

Cada facción ha creado su propia narrativa para movilizar a sus bases étnico-religiosas acompañadas de influencia externa y dejando a los civiles atrapados bajo el fuego cruzado.

El sufrimiento de familias como las de Sham, Amina y Durra es un duro recordatorio de que estas divisiones ya no son sólo políticas: tienen que ver con la prolongación de un conflicto que dejó vidas destrozadas, comunidades dispersas y un país al borde del colapso.