100 años sin Tomás Meabe
El 4 de noviembre se cumple el centenario de la muerte de Tomás Meabe. Relativamente pocas son las biografías que se han encargado de estudiarle, apenas unas contadas, desde la primera que escribiera su compañero Julián Zugazagoitia en 1927 como representativo título (Una vida humilde: Tomás Meabe).
Aún menos han sido los trabajos que se han encargado de estudiar la ideología del líder socialista. Por ese motivo es justo y necesario reivindicar la figura de este hombre de 1879 que supo ver más allá del siglo que le vio nacer.
Su decidida lucha contra la injusticia del sistema capitalista en todos sus frentes (económico, laboral y social) y las penalidades que sufrió a cambio por todo aquello (destierro, cárcel y exilio) se resumen con una frase que da pie al internacionalismo, pilar ideológico meabeano: “Mi posición como vasco es el socialismo internacional”. Es decir, por encima de vasquidad alguna, sin negar la misma y al mismo tiempo sin darle mayor importancia de la de ser el lugar de nacimiento, se encuentra un fin internacional. Toda una ideología que supera los límites territoriales, los lingüísticos o los raciales para querer conseguir una sociedad global.
El contexto en el que se movía Meabe fue duro: falta de legislación laboral que pudiera parecerse ni remotamente a la de nuestros días; las más miserables condiciones alimentarías y sanitarias, bajo malas condiciones en el derecho democrático a expresar las ideas en libertad; acompañado de una emigración en el interior de España que iba de las zonas rurales españolas a las ciudades, muy especialmente a zonas industriales como la vasca.
En ese marco se movía la gran masa obrera que se veía rechazada frontalmente por el nacionalismo vasco. Clasista por su condición burguesa, el nacionalismo vasco no sólo rechazaba la “lucha de clases” ya que entendía que además era inevitable por cuestión divina, sino que además, resultaba ser racista por su condición ultra conservadora. Insultados, despreciados, vejados como seres humanos, los obreros no vascos que trabajaban en Euskadi debieron soportar a un nacionalismo vasco racista y xenófobo que vivía en un mundo imaginario bajo una mitificación histórico-cultural creada por Sabino Arana. Ante esta situación, los obreros no vascos encontraron refugio el ideario socialista que aportaba la ruptura de las fronteras y abrazaba el internacionalismo superando, por fin, la diferenciación de razas incentivada por la clase burguesa.
El líder socialista vio en ello, como él mismo escribió innumerables ocasiones, un “crímen”. Así, de ser miembro de una familia acomodada nacionalista vasca, de aquel nacionalismo rancio, clasista, católico apostólico romano, racista, pasó a abrazar los ideales del socialismo internacional y por tanto de los valores revolucionarios por excelencia: libertad, fraternidad, igualdad, democracia, solidaridad.
Hoy muchos líderes de nuevos movimientos políticos no saben que Meabe ya lo hizo hace más de 100 años: los desahucios, la educación, la sanidad, pero sobre todo, la defensa de un mismo sol para todos; al igual que aquel mensaje que surgió en 1993 como un grito de esperanza de la selva lacandona del sur de México, techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, democracia, libertad, igualdad.
Hay momentos de la historia del socialismo que pasarán sin pena ni gloria, otros serán por siempre recordados y ahí, ahí, en esos instantes en los que se elevan a mito a los y las combatientes, Tomas Meabe está eterno e impasible al devenir del tiempo.
Retirar el velo de la Historia y acercarse a la persona de Tomás Meabe es sin duda una oportunidad única porque personajes históricos como éste hay pocos.
No se limitó a ser un intelectual con tendencias socialistas, abrazó el marxismo y lo asumió como suyo. Meabe fue un camarada que manifestó claramente su posición revolucionaria. Frente al chovinismo racista, Tomás se levantó como un convencido obrero de la pluma, se irguió como un internacionalista solidario y como un apostata de las creencias impuestas.
Él fue ante todo y sobre todo un ser humano, un ciudadano que tomó conciencia de los males que le rodeaban y no quiso vivir en una burbuja insolidaria. Decidió vivir la realidad tangible.
Indalecio Prieto escribió de él que a pesar de que su obra política estuviera desperdigada en colecciones perdidas, más valía “la vida ejemplar de Tomás, cadena de continuos sacrificios tributados al ideal, sin hacer nunca ostentación de ellos, ocultando siempre su miseria y aceptando con sonrisa todas las desventuras. Estuvo siempre limpio de vanidad y exento de ambiciones”.
A Tomás Meabe se lo llevó la enfermedad socialista: la tuberculosis. Hasta en eso, cuando fue a morir, murió como morían los obreros.
Prefirió vivir denunciando lo que era necesario denunciar, ser desterrado por el poder que los oprimía, luchar contra lo que había que luchar. Prefirió vivir y morir activo en el combate, a través de sus escritos, a través de su acción y presencia. Sin buscarlo, pues nunca buscó historificarse, fue elevándose en dignidad y esfuerzo hasta convertirse en un símbolo quedó grabado a fuego en la historia del socialismo.
Digo romántico con el más absoluto respeto que merece el compromiso romántico de tantas y tantos luchadores de los últimos siglos, unos llamados por su conciencia de clase y otros por hechos de conciencia, tal como hizo Tomás Meabe.
Como una inquietud para el pensamiento único en la España del momento, para el mercado único de nuestro tiempo, Meabe como señal de insumisión es todo un símbolo, un resistente de la vieja solidaridad, toda una provocación para los ideólogos del integrismo liberal de entonces y el de nuestros días. No como un visionario de revoluciones inútiles, sino como una ferviente proclama del derecho a rechazar que entre lo viejo y lo nuevo solo podamos elegir lo inevitable y no lo necesario.
Superando metáforas, en los inicios de un nuevo milenio que vuelve a anteponer el yo frente al nosotros, en un momento en el que el derecho de pernada del más fuerte subyuga al más débil, Meabe se levanta como un ejemplo. Es válido porque anticipó una actitud moral ante el más rancio de los conservadurismos de derechas que hoy azota toda Europa.
(*) Autor de “Tomás Meabe: escritos políticos”, Vitoria, Ikusager, 2014