Kepa Ibarra

20.000 tragedias

Desde 2014, más de 20.000 migrantes han muerto en aguas del Mediterráneo (dato ONU-OIM).

Nunca se sabrá si Europa fue seducida o violada por Zeus, si en su candidez mitológica fue capaz de entrever que con su nombre se cometerían todo tipo de tropelías, guerras fratricidas y repartos del mundo al antojo de una escuadra y un cartabón (África), pero lo que se puede intuir es que, si resurgiese de su relato fantástico, nos lanzaría bocanadas de fuego para decirnos que nada en su nombre y menos bajo su bota fenicia.

Hay elementos preocupantes en el devenir de la Europa reciente y moderna que no tienen una salida explicativa básica, y no será porque durante siglos no hayamos visto un comportamiento político e ideológico del continente basado en abrir mercado allende los mares, explotando materias primas, sometiendo pueblos y civilizaciones, reprimiendo cualquier conato de insurgencia (con el enemigo armado de palos y piedras), sino porque amparados en una presunta aura civilizadora y democrática al uso, haciendo seña del buen hacer político, social y económico, resulta que a las mismas puertas de la noble Europa nos encontramos con la puesta en escena de un infierno humanitario sin precedentes, cruel y hasta de Corte Internacional para la defensa de los derechos humanos.

Se nos revuelven el estómago y los principios cuando vemos que en las aguas limítrofes centenares de personas son engullidas por los océanos sin saber muy bien qué es lo que sucede para tanta desgracia, tanta frontera hormigonada y tanto oropel en una sociedad de corbata y rasgo teutón, perfume de Chanel y relojes a cargo de los presupuestos generales. Entre los gestos cansados y a punto de drama y la frialdad de una portavocía comunitaria señalando que no se va a abrir ninguna investigación, que no hay nada que decir, hay todo un mundo, con la salvedad de que todavía nos preguntamos dónde demonios están los cuerpos diseminados por el extenso mar y dónde el gesto sensible de quinientos millones de residentes europeos que ni siquiera se han despeinado para preguntarse qué será de ellos y ellas.

Schuman y compañía (1950) asumieron la construcción política y económica de Europa desde una perspectiva humanitaria y de valores integrados, haciendo cabriolas en el aire para que no se diesen más guerras ni crisis similares, aunque parece que no contrastó ni antecedentes (coloniales e imperiales) ni cuestiones proverbiales orientales: antes de darte una vuelta por el mundo para cambiarlo, primero da tres vueltas alrededor de tu casa.

Resolver este problema de conciencia y de ética pervierte cualquier otra forma de resolver dilemas estructurales que tienen que ver con acogida, integración, inmersión cultural y solidaridad internacional. En un mundo globalizado, la marginalidad parece un juguete más de lo formal, lo inevitable, lo que políticamente vende para ganar votos y para criminalizar lo interracial, poniendo en valor lo nuestro como valor patrio, con el crucifijo en una mano y con la espada en la otra.

Hay cosas que nos resistimos a admitir por mucho que asistamos al auge de una sociedad líquida y cortoplacista, porque se hace difícil apartar mirada y conciencia de situaciones dramáticas donde existe una culpabilidad política e incluso social que nos implica, sabiendo que en algún fondo marino miles de cuerpos esperan respuestas que desgraciadamente nunca llegan, mientras brindamos con champagne cuando el índice DAX 30 sobrepasa los 15.000 puntos. Sin palabras.

Bilatu