Raúl Zibechi
Periodista

2015-2016: la centralidad del conflicto social

Aunque las noticias destacadas por los medios en 2015 fueron la crisis brasileña y los triunfos electorales de la oposición en Venezuela y Argentina, fue un año en el que para muchos latinoamericanos lo más importante en sus vidas cotidianas fue la resistencia al modelo extractivo y la defensa de sus territorios y formas de vida. Todo indica que el relanzamiento de la conflictividad comunitaria y popular será uno de los aspectos dominantes en el año que recién se inicia.

El crecimiento de las resistencias se verifica en todos los países, tanto en los que tienen gobiernos conservadores como progresistas, en las regiones rurales como en las ciudades, entre campesinos y trabajadores informales y formales. Las causas son diversas, pero además de la resistencia ya tradicional a la minería a cielo abierto, a los monocultivos y a las grandes obras de infraestructura, aparecen los primeros síntomas de una nueva crisis que ya está afectando a quienes viven de su trabajo, a través del aumento de los precios, la caída del empleo y de los salarios y una mayor precariedad laboral.

Hay conflictos viejos que ahora adquieren nuevos perfiles. Semanas atrás comunidades mapuche cercanas a la ciudad de Freire, en la Araucanía, ocuparon por segunda vez en un mes el Aeropuerto Internacional de Quepe en protesta por los daños ambientales, culturales y territoriales que genera el aeropuerto en territorio ancestral mapuche. El 29 de diciembre la presidenta Michelle Bachelet realizó un viaje casi secreto al sur de Chile, el primero en su actual mandato. Supuestamente la visita era para instalar una mesa de trabajo con organizaciones del pueblo mapuche, pero las cosas salieron al revés porque nadie entendió las razones del secretismo y recibió duras críticas de varias organizaciones, entre ellas la Asociación de Municipalidades con Alcaldes Mapuche.

En Ecuador lo más destacado fue el levantamiento indígena y de los trabajadores urbanos en agosto pasado. Las movilizaciones fueron en rechazo a la pretensión del gobierno de Rafael Correa de estatizar la educación intercultural bilingüe que estaba en manos de las organizaciones indígenas y de reformas constitucionales que impiden la sindicalización de obreros de empresas estatales. La contundencia del levantamiento hizo caer la popularidad de Correa, que anunció en noviembre que no se presentará a la reelección como había decidido antes.

En Argentina los movimientos de mujeres realizaron enormes movilizaciones, las mayores en su historia. La convocatoria «Ni Una Menos» contra la violencia machista en junio reunió más de 300.000 personas en Buenos Aires y cientos de miles más en otras ciudades argentinas, que fueron las más numerosas en la región. El 30 Encuentro Nacional de Mujeres realizado en octubre en Mar del Plata reunió a 65.000 mujeres, triplicando la asistencia anual a este evento que se realiza desde el retorno de la democracia. Este desborde está anunciando que el próximo ciclo de luchas tendrá un protagonismo femenino, que habrá de mudar las formas de organización y de acción del movimiento popular.

En Paraguay estalló el movimiento estudiantil secundario y universitario en demanda de presupuesto para la educación y contra la corrupción. El 18 de setiembre se produjo una enorme movilización de estudiantes que rompió la pasividad urbana ante el gobierno neoliberal y represivo de Horacio Cartes. Tres días después ocuparon la Universidad Nacional de Asunción denunciado el uso que el gobernante Partido Colorado viene haciendo desde tiempos de la dictadura de Stroessner (1954-1989) de las estructuras universitarias y del dinero público destinado a la educación.

La movilización provocó la caída de varios decanos y el rector no solo renunció, sino que fue procesado, pero también fueron denunciados dirigentes estudiantiles corruptos que recibían dinero del poder. En este nuevo clima se realizó el 21 y 22 de diciembre una huelga general convocada por la Plenaria de Centrales Sindicales, en la que participaron viejos movimientos como campesinos y de trabajadores, y los nuevos como los estudiantes y los pobladores de los Bañados, periferia urbana sobre el río Paraguay, que se han convertido en referencia de las luchas sociales, donde destacan recogedores informales de basura, mujeres que crían animales domésticos y los sectores más pobres de la ciudad.

En Bolivia, que es uno de los países más movilizados de la región, hubo una larga lucha de los comités cívicos de Potosí en demanda de salidas al modelo extractivo, ante la caída de los precios internacionales de las commodities.

En Uruguay se produjo la mayor movilización popular en una década en contra del decreto de Tabaré Vázquez de «esencialidad» de los servicios educativos, que implica sanciones para los docentes en huelga que demandaban mayor presupuesto para la educación. El rechazo a una medida propia de una dictadura fue tan contundente que el Ejecutivo debió dar marcha atrás.
En Perú la resistencia al modelo extractivo estuvo centrada en el sur del país, pero ya se vive una situación que se puede calificar de «guerra minera», donde cientos de comunidades están mostrando su disposición a impedir que se siga expandiendo la destrucción para convertir las rocas en mercancías (GARA, 4 de octubre de 2015).

En Brasil asistimos a un importante movimiento estudiantil en rechazo a la reorganización de los centros secundarios decidida por el gobernador neoliberal de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, que consistía en la reagrupación de los estudiantes, el cierre de 93 centros y la transferencia de 311.000 alumnos que viven en la periferia a centros de otros barrios. Miles de jóvenes ocuparon 196 centros de estudio y salieron a las calles, forzando al gobernador a suspender la reforma que pretendía ahorrar recursos públicos.

La importancia de este movimiento es que muestra que la energía de las Jornadas de Junio de 2013 (millones manifestando durante un mes en 350 ciudades) está lejos de haberse agotado. Reaparece en los lugares más impensados: en las favelas, donde se crean colectivos sociales y culturales para resistir la ocupación militar-policial; entre las camadas más pobres de trabajadores formales, como la victoriosa huelga de los recogedores de basura en Rio de Janeiro durante el Carnaval de 2015.

Finalmente, la solidaridad con los familiares de los 43 desaparecidos de Ayoztinapa recorrió México, América Latina y buena parte del mundo a lo largo de todo el año. Aún es pronto para saber si la guerra contra los de abajo está cambiando su rumbo gracias a la resistencia de cientos de miles de mexicanos. Por lo pronto, sabemos que la brutal represión que ya costó más de cien mil muertos y treinta mil desaparecidos, no ha sido capaz de frenar las resistencias como lo muestran los más de 300 conflictos ambientales sólo en México.

Estamos ante un recodo de la historia reciente en América Latina, y probablemente en el mundo. En el reacomodo en curso, las elites planean causar los mayores estragos hacia los sectores populares para seguir estando en lo alto, sin perder ninguno de sus privilegios. No es posible saber si lo conseguirán. Pero lo que sí sabemos, con total certeza, es que tendrán enfrente a millones dispuestos a no dejarse robar la vida ni los bienes comunes. Tal vez sea el primer paso para diseñar un mundo como el que soñamos, en base al Buen Vivir, en armonía con la naturaleza y con los demás seres.

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