25 años
Tengamos en nuestras casas bibliotecas más o menos grandes, sus libros tienen su significado, al menos es mi caso. Cada uno que puebla mi no grande biblioteca tiene su íntima razón de resistir al paso de los tiempos. Es el caso de hoy. La Editorial Anagrama tuvo a bien publicar hace unos 25 años en su colección Argumentos un audaz, por polémico, e interesante libro ("De la identidad a la independencia: La nueva transición", escrito por Xabier Rubert de Ventós, prologado por Pasqual Maragall). Lo he vuelto a releer. Para mí, es una especie de clásico a releer de vez en cuando. Cada vez que lo releo me engancha y gusta lo que dice. Muchos trazos de actualidad. El libro de páginas casi amarillas está subrayado con notas al margen y flechitas explicativas por mi parte. Lo estimo oportuno e interesante, por suponerlo, en mi opinión, un reclamo al debate y a la contraargumentación política. Razonamientos y argumentos que salpican con total frescura este sugerente y pequeño libro escrito por una persona que cree que vale la pena intentar tender un puente entre la política y la moral, pero que no sea el de los juzgados de guardia o los sermones habituales sobre la materia. A continuación algunas interesantes consideraciones a modo de (re)señas del libro en cuestión. «Su fórmula, la interdependencia para una verdadera independencia nacional, es histórica e ideológicamente robusta, y resulta difícilmente atacable, aunque no fácilmente imaginable. Me atrevo a proponer a todo soberanista puro, tanto de la nación española como de la catalana, que pase, que pasemos, la prueba de refutar a Xabier Rubert de Ventós... si podemos». (Pascual Maragall en el prólogo del libro). Me permito extraer algunas de las ideas o reflexiones que me resultan más sugerentes e interesantes.
Dice así respecto a los «derechos individuales y/o colectivos». Se trata de reconocer la interdependencia entre derechos individuales y derechos colectivos. No se trata de negar ni de privilegiar unos u otros derechos. Se trata de reconocer su interdependencia absoluta, hasta el punto de que los unos no pueden existir ni consolidarse sin los otros. Es cierto, que tanto la defensa de los derechos colectivos han podido ser utilizados para reforzar la tiranía social o presión conformista del grupo sobre el individuo, pero no hay que olvidar que también ha menudeado la estrategia inversa: la de los derechos individuales utilizados como excusa para reprimir los derechos colectivos. Los derechos comunitarios no se mantienen vivos solo a base de unos usos, una tradición o una lengua común, han de existir también intereses individuales... pero también los derechos individuales requieren el apoyo de unas creencias y de un proyecto común.
Y una «anécdota» (¿?): «Una señora compra un cartón de leche y se indigna porque las instrucciones (cree) están también en catalán, pero cuando la dependienta le dice que aquello es portugués, reacciona y dice: ¡Ah... entonces es diferente! Y, ¿por qué es diferente? Pues porque está escrito en la lengua de otro estado, por poco extenso o poderoso que sea. Y este es el primer obstáculo: conseguir el pleno reconocimiento por parte de una gente para lo cual solo lo oficial es real. Ya que en España existe un respeto reverencial por lo que es oficial, es decir, estatal. Nada que no sea estado es entendida por ella como nación, al igual que le pasa a la señora del cartón de leche, el único modo de que acaben respetando nuestra lengua y nuestra cultura es hacerlas la lengua y la cultura de un país oficial e independiente.
Y habla de una «encrucijada». El individuo de finales del siglo XX nos aparece como la encrucijada o el solapamiento de: las comunidades de origen, de los colectivos de elección y de los sistemas aleatorios que en él concurren. «Mi derecho individual» es precisamente el de dar voz a esta encrucijada, a esta identidad compleja que hoy sabemos que no deriva de ninguna constitución divina ni humana, sino que somos nosotros quienes nos la confeccionamos, con los ingredientes que nos han tocado en suerte, cada uno a su manera. Y mi «Obligación Moral» consiste en mantener viva la conciencia de las diversas identidades nunca perfectamente avenidas con las que cargo. A fin de cuentas, solo esta conciencia me permitirá mantener una positiva deferencia hacia la diferencia y un respeto no condescendiente a las minorías.
No se corta cuando escribe sobre el «paternalismo y el universalismo». No creo en absoluto que una reivindicación pura y dura de la soberanía o incluso de la Independencia sea la mejor vía en estos momentos. Pero tampoco creo que nadie tenga derecho a intervenir en lo que algún día pudiéramos votar ni reprochárnoslo ahora, en tono paternalista, aduciendo el carácter ya desfasado del propio Estado-Nación. Porque el Estado puede ser en buena medida una pieza de arqueología política, pero sigue siendo el gestor de la redistribución interior y el que tiene la sartén por el mango en los organismos internacionales. El problema es si nuestras reivindicaciones pueden resolverse de una manera realista, práctica franca o si, por el contrario, el contexto español ha de obligarnos a plantearlas como reivindicación de un Estado propio y soberano. Es un hecho generalmente aceptado que el universalismo ha solido ser la ideología −¿quizá coartada?− de los Estados o civilizaciones dominantes en su confrontación con los demás más pequeños. Aquellos Estados encarnaban ideales universales (¿?)... En cambio, «los otros» −«los pequeños»−... siempre con la misma cantinela: reclamando cuotas, protecciones, excepciones, discriminaciones positivas... dando la lata vamos.
Manifiesta su duda (yo también la tengo) si cada pregunta tiene su correspondiente respuesta (¿?). ¿Pero, hay Estado después del Estado-Nación? ¿Es posible una reencarnación posmoderna del Estado? ¿Hay maneras más eficaces de organizar el poder? ¿Es factible una transición decidida hacia ellos?... En un mundo en el que la identidad brota por abajo y la economía por arriba, el despertar del Estado-Nación de su sueño de omnipotencia ha sido brusco e inquietante. El que se creía motor inmóvil de la modernidad política se ha visto reducido en el mejor de los casos a relé o intermediario de unas fuentes de identidad más locales o de unas redes de poder más amplias que las imaginadas por el propio Marx. ¿Pero no habíamos quedado en que el Estado soberano ya no es lo que era? ¿A qué, pues, intentar subirse a ese tren más bien anacrónico y en proceso de reconversión?... pues quizás sirva para dos cuestiones, a saber: 1. Para hacerse entender de puertas adentro por aquellos que no conciben más autoridad política que la soberanía, y también, 2. para hacerse oír, puerta afuera, en un contexto internacional en que solo son reconocidos y gozan de cierta protección los Países que son Estados.
Y termino/a con nada más y nada menos que con: «interdependencia y mi país». Vivimos en un mundo de identidades compartidas, de pertenencias múltiples, de dependencias dispersas, y claro está, de soberanías complejas, de perfiles borrosos o difuminados. La única independencia plausible de un país dentro de este mundo impreciso y vago es su interdependencia. Un País, una Nación, aún sin estado, podrá existir políticamente en la medida en que sepa jugar estratégicamente las formas de interdependencia que escoge y los núcleos de agregación a los que se adhiere. Esta y no otra es la medida de la autonomía que desea y reivindica el autor para su País: la de la de la heterogeneidad asumida, más que la de una identidad rencontrada. Desde este punto de vista no cree que a Cataluña le falten puntos ni ases para sostener su independencia. El nacionalismo catalán −aquel del que participa al menos el autor del libro− es un nacionalismo más integrador que asimilador, es un nacionalismo civil, «trivial», «anticlimático» y tan transcendental como se quiera... pero también tan decidido y tozudo como el de los Estados, aunque seguramente no tan mesiánico.
Hasta aquí y por esta vez el resumen-extracto de la, por ahora, última relectura. Recomiendo el libro en cuestión. Una especie de pequeño catecismo que apela a la reflexión. Hay que aprovechar textos que empujen a la mencionada reflexión. No al adoctrinamiento, es mi opinión, sino al cuestionamiento de muchos conceptos, actitudes, conductas e incluso prejuicios. Se puede ser nacionalista o no, español, gallego, catalán y vasco de muchas maneras.
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