José Arturo Val del Olmo
Miembro de las Comisiones Representativas del 3 de marzo 1976

3 de marzo 1976: justicia sí, impunidad no

42 años después, los trabajadores seguimos reivindicando condiciones de vida y trabajo dignas, frente al mismo capitalismo responsable de la masacre.

Muerto Franco, la firma del decreto de topes salariales por el Rey Juan Carlos provocó una rebelión generalizada de la clase trabajadora. El capitalismo se veía impotente para frenar la subida de salarios, a pesar de que necesitaban imperiosamente reducirlos para mantener sus beneficios. Aquel invierno de 1976, más de un millón de trabajadores estuvimos en huelga. En Gasteiz fuimos seis mil los que unimos peticiones y fuerzas, elegimos directamente a nuestros representantes y los defendimos de despidos y detenciones, luchamos hombres y mujeres codo con codo en los piquetes, asambleas, y manifestaciones, contamos con la solidaridad de todo el pueblo trabajador, y durante dos meses de huelga cuestionamos de raíz el entramado jurídico, represivo, e institucional al servicio de la patronal. El asesinato de cinco trabajadores y la respuesta obrera convencieron al poder económico de la necesidad de hacer cambios políticos para no perderlo todo. Conseguimos nuestras reivindicaciones y conquistamos libertades, pero tan solo un año después nos imponían, con los Pactos de la Moncloa, los mismos topes salariales contra los cuales habíamos luchado.

42 años después, los trabajadores seguimos reivindicando condiciones de vida y trabajo dignas, frente al mismo capitalismo responsable de la masacre. Tras un periodo de desilusión, por las expectativas de cambio político que no se han cumplido, vamos asumiendo los límites de la actividad parlamentaria, y recuperando la iniciativa desde la sociedad civil. Se dice que en el corazón del más duro invierno late una maravillosa primavera. La movilización masiva de los pensionistas en todo el Estado, la huelga internacional de las mujeres trabajadoras para denunciar la violencia machista, repartir mejor las tareas domésticas, o acabar con la brecha salarial, la concentración el 3 de marzo en Madrid de las plataformas antidesahucios en defensa de una ley de vivienda que acabe con los desahucios sin alternativa habitacional, recoja la dación en pago retroactiva, regule los alquileres, y promocione las viviendas de alquiler social, la convocatoria estatal el 17 de marzo para derogar la Ley Mordaza y denunciar el retroceso en derechos y libertades, el debate abierto sobre el derecho de autodeterminación, la monarquía y la transición, son indicios de una polarización social creciente.

Pero si hay algo que hemos aprendido es que la indignación y la movilización no son suficientes. Hoy, como ayer, el trabajo es central en la vida de las personas, y el conflicto entre capital y clase obrera es global, y necesita integrar luchas parciales derivadas de la precariedad, genero, nacionalidad, edad, o procedencia. Hacen falta propuestas unitarias, organización y lucha, y los sindicatos obreros, a pesar de todo, son patrimonio de todos los trabajadores y tienen un importante papel que jugar. Recuperar un sindicalismo de clase, que rompa con la política de pactos sociales que fortalecen a gobierno y patronal, que luche para determinar las políticas económicas, industriales, y laborales, que promueva procesos de democratización y autogestión en las empresas, que reivindique el control de los medios de producción y la distribución de beneficios, que someta al sistema bancario al servicio de las personas, que estimule y refuerce a los movimientos sociales, que traspase fronteras, es imprescindible, y conseguirlo es tarea de todas.

Hay que derogar las reformas laborales, del PSOE o del PP, que alimentan el comportamiento feudal en las empresas, hay que combatir la precariedad, que afecta especialmente a mujeres, jóvenes, inmigrantes, o parados, y les deja sin derechos, abocados a un mercado de trabajo temporal y desregularizado, y, sobre todo, hay que unir fuerzas. La lucha de los pensionistas es la del conjunto de los trabajadores, porque el problema no es solo que nos suban un 0,25%, sino que uno de cada tres cobra menos de 600 euros mensuales, y que la reducción salvaje de los salarios repercute en una menor cotización y amenaza la quiebra del sistema. Igualmente la lucha de las mujeres para reducir la brecha salarial necesita una respuesta conjunta de todos los trabajadores porque las diferencias salariales son una estrategia empresarial para dividir e individualizar las relaciones de trabajo.

El sistema capitalista ampara el fraude y una fiscalidad favorable a las grandes fortunas, bancos y multinacionales, mientras persigue con lupa, para enfrentarnos, los indicios de ilegalidad de quienes apenas pueden sobrevivir. Recientemente hemos sabido que la gran banca no ha tributado ni un euro por sus beneficios desde que estalló la crisis y que el Impuesto sobre Sociedades les ha dado a devolver a pesar de que ganaron miles de millones. Los trabajadores nos enfrentamos en todo el mundo al mismo reto: acabar con el actual sistema económico antes de que el acabe con nosotros. La competitividad que se nos exige para sobrevivir significa más paro y más precariedad para abaratar costes de producción, y conduce a sociedades en las que cada vez hay más sin techo, más sin papeles y más sin derechos. Decía Aristóteles: «La esperanza es el sueño de personas despiertas». El reto ahora es coordinar y unificar todas las luchas e involucrar al conjunto de la sociedad en torno a objetivos comunes, mientras seguimos denunciando la impunidad por los crímenes del franquismo y reclamamos justicia para nuestros compañeros asesinados.

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