Lluís-Ignasi Pastrana Icart

A Don Manuel Marchena Gómez… (¿o es Gómez Marchena?)

Jueces, fiscales y policías corruptos, ¡silencio… a la prisión!

Don Manuel, me dirijo a usted con todo el «cariño» del mundo. Sin roces, eso sí, pero con «cariño», o sea sin miradas de odio, ya me entiende. Y lo digo para que quede claro y no nos confundamos y vayamos a tener algún problema, que ya sabemos cómo las gastan ustedes en la Corte Suprema.

Aunque por deferencia a usted he empezado esta carta en castellano, vaya, en español como dicen ustedes, la lengua de Jesucristo, que de todos es sabido que nació en Chamberí y hablaba en español, aunque no era su lengua materna, porque creo que su madre y su padre eran judíos y hablaban arameo, continuaré este escrito en mi lengua oficial (art. 3.2 CE) que ya se puede imaginar por mi acento (creo que se me nota incluso cuando escribo) que es el català, mi lengua materna. No así la paterna, pues mi padre era de Écija, «Ciudad del Sol», «sartén de Andalucía», «Ciudad de las once Torres» y «Ciudad de los siete niños», ahí es ná. De eso me viene ese poco de salero y es que, como dice su refrán, «de casta le viene al galgo».
 
Pero pensándolo bien, como quizás esta humilde carta se publique también en Madrid, y para que usted no tenga excusa para no leerla, continuaré en versión «castellanoespañol» y solucionamos el problema.
Pues miré Don Manuel, los cuatro meses que duró el «circo» que ustedes montaron en Madrid, ¿recuerda?, me los pasé en la calle Génova, frente al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, quiero decir el Tribunal Supremo. Desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde cruzando continuamente el semáforo en verde, con un cartel en el que pedíamos que jueces, fiscales y policías se rebelasen contra la injusticia, cosa que, dicho sea de paso, es una extraña reivindicación, porque esta tendría que ser, precisamente, la razón de su trabajo. Por eso, nunca llegué a entender que tantas personas, algunas de ellas con pistola y otras con traje negro, saludadas por policías que se cuadraban cuando pasaban ante ellos, me susurraran al oído, desde «te voy a pegar un tiro en la nuca» (concretamente a este se le veía la pistola o la enseñaba y vestía de paisano), hasta muchos otros que «a grito pelao» hacían referencia a mi madre, la cual, que yo sepa, nunca viajó a Madrid y aún no entiendo cómo la conocía tanta gente, con lo discreta que era.

Y así cada día mientras duró el juicio, con una pausa para comer, durante la cual compartíamos espacio con algunos de ustedes en el «Restaurante Bar Supremo» o en otros bares de los alrededores. Todavía recuerdo aquel «Señores… ¡Viva la República!» que me salió del alma, antes de marcharnos del comedor del «Restaurante Bar Supremo» y lo mal que se lo tomaron «Madre del Amor Hermoso». Pero eso sí, me contestaron con tanto ímpetu con gritos de «Viva España» y «Viva el Rey», que yo ya me esperaba los de «Viva Franco», pero no, en honor a la verdad tengo que decir que sus colegas, señor Marchena, se reprimieron.

Durante esos cuatro meses, tuve ocasión de cruzarme repetidamente con el magistrado juez de la Audiencia Don Félix Alfonso Guevara, siempre con ese porte, con esa elegancia, con sus trajes de colorines haciéndole la competencia al mismísimo Sala i Martin, y con sus sombreros con la «banderita española»; también me cruzaba con la Abogada del Estado, Doña Rosa María Seoane, con quien mantuve algunas breves conversaciones y con la que, por cierto, aún tengo un café pendiente; en cambio a usted, Don Manuel, no hubo forma de encontrármelo: o era de los que salían por la puerta de atrás, o era de los que pasaban por la otra acera, o tal vez no me fijé bien, porque eso sí que lo tengo, soy muy despistado. Y quizá se preguntará a qué viene todo esto. Pues se lo diré: necesitaba «vaciar el buche». Quería decirle unas cosillas, y a veces las cosas si no se dicen se enquistan y entonces todo es ya más complicado. Vaya, como el históricamente llamado «problema catalán», que más bien tendría que llamarse «problema español», porque tal como dijo Don Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia en el año 1990 en un discurso en el Parlament de Catalunya «Catalunya es lo que los catalanes quieren que sea», vaya, que su rey Felipe VI tendría que ir al espacio social okupa y autogestionado «La Ingobernable» a apoyar a Madrileños por el derecho a decidir.

A ver, Don Manuel, ¿cree que a estas alturas hay alguna duda de que usted se llama Manuel Marchena Gómez y no Gómez Marchena? Pues hombre, tampoco se cree nadie que haya cantantes y políticos presos, ni políticos fugados, sino que, y usted lo sabe perfectamente, lo que hay son presos políticos y exiliados. «¡Perdón, perdón, perdón!», fugado sí que hay uno, de sangre azul, pero no sé si el azul de la sangre le viene de familia o de tanta viagra.
Y dejando por un momento el «salero andaluz», quiero decirle que si se diera el caso, que espero que se dé tarde o temprano, de que en el Estado Español se persiguieran todos los delitos, que la justicia fuera igual para todos y que se imputara por igual a todos los presuntos delincuentes aunque fuesen jueces, fiscales o policías, entonces sí que, probablemente, tendríamos que hablar de jueces, fiscales y policías presos, porque estarían condenados no por su ideología, como en el caso de los presos políticos catalanes a los que ustedes condenaron, sino por haber cometido un delito, como el de prevaricación o el de la omisión del deber de impedir o perseguir delitos (perpetrados por funcionarios de justicia). Y si uno de los condenados por prevaricación, por haber dictado conscientemente una sentencia manifiestamente injusta fuera usted, Don Manuel, y «Dios no lo quiera», pero quizá todo llegará, usted sí que sería un simple preso común y esto lo digo con todos los respetos por los presos comunes. Y es que esto ya parece «el cuento del Rey desnudo», quiero decir que, aunque usted y sus colegas del CGPJ quieran vestir muy bien las sentencias, en realidad no es que las vistan mal, es que ustedes y sus sentencias van como decimos en Catalunya «de pèl a pèl», o sea «de pelo a pelo», vaya, desnudas dirían ustedes y se les ven todas las vergüenzas. Don Manuel, solo es una opinión personal y ahora no se me ofenda, que son cosas de la democracia y de la libertad de expresión.

Para acabar, me despediría con un ¡Viva la República Catalana!, pero en reconocimiento a mis compañeros republicanos de Madrid y como muy bien dice el recientemente premiado con el Memorial per la Pau Josep i Liesel Vidal, el riojano Ernesto Sarabia Alfaro, lo haré en plural ¡Vivan las Repúblicas!, y en honor a Ernesto diré «y la de La Rioja más».

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