Jesús Valencia
Ciudadano navarro

¡A la «fusié»!

¿Qué hacer? He ahí la cuestión. No querían quedarse cruzados de brazos, contemplando tras las celosías el desfile ostentoso de los arrogantes conquistadores. Pero tampoco podían enfrentarlos a pecho descubierto.

No sé por qué, consideraron el 4 de noviembre la fecha indicada para reafirmar su dominio sobre estas tierras. Según los actuales caciques, Alsasua oculta entresijos malsanos y mentes depravadas: una juventud cegada por el odio y unos adultos que apoyan a los insurrectos; todos ellos aborrecen a España y toman a burla la sacrosanta Constitución. Razones sobradas para organizar una de las muchas arremetidas a las que nos tienen acostumbrados: invadir el valle, ocupar el pueblo, reafirmar la españolidad y recordar a los lugareños su condición de sometidos. La vieja costumbre imperialista de exhibir su control sobre las tierras conquistadas

Los previos a la cruzada no estuvieron exentos de rifirrafes. Los convocantes no vieron con buenos ojos el alistamiento interesado de otros conmilitones rivales. Y, aunque elogiaban la unidad de los auténticos españoles, no dejaban de acariciar los mangos de sus respectivas navajas; había que evitar por todos los medios que alguien les usurpase el protagonismo y los votos que andaban buscando. Pero, quienes de verdad se sintieron indignados con el anuncio de aquella astracanada, fueron los propios vecinos de Altsasu; saben mejor que nadie las complicaciones que acarrean todas las vecindades que se enfundan en la rojigualda.

¿Qué hacer? He ahí la cuestión. No querían quedarse cruzados de brazos, contemplando tras las celosías el desfile ostentoso de los arrogantes conquistadores. Pero tampoco podían enfrentarlos a pecho descubierto; detrás de cada cantamañanas que se presenta como defensor de España, hay batallones de brutos y armados, de tertulianos vociferantes, de obispos apesebrados y de jueces con atuendo militar. La vecindad de Altsasu dio vueltas al magín y llegó a la conclusión de enfrentar a los prepotentes intrusos con la astucia; el recurso que suelen utilizar quienes se defienden en desventaja y al que tantas veces ha tenido que recurrir nuestro pueblo. Gracias al emboscaje, conseguimos en Roncesvalles ahuyentar a los francos; otro tanto hizo el Corso Navarro de Xavier Mina con las tropas napoleónicas; o los labriegos navarros, conducidos por Zumalakarregi con los soldados liberales en las Peñas de San Fausto. Y ¿qué decir de los tiempos más recientes? Sarrionaindia se fugó oculto en un bafle. Y Belén González se hizo pasar por una joven asustadiza para que le ayudaran a escapar los mismos policías que intentaban detenerla.

Altsasu encontró formas muy ocurrentes con las que expresar su rechazo a los conquistadores del día 4. Nadie dirigía el operativo pero cada quien desplegaba su ingenio. La masiva marcha del día 3 dejó muy claro a las huestes rancias de Ciudadanos que todavía no han conseguido convertirnos en población colonial. Al día siguiente, la imaginación desatada dio para mucho: alguien descargó fiemo en el lugar reservado a los intrusos («a tales señores, tales honores»); otras gentes tocaban la trikitixa, improvisaban versos o levantaban muros culturales que les venían grandes a los advenedizos; gentes de bien y peto amarillo se prestaron a moderar los arrebatos; el improvisado campanero sorprendió a la concurrencia con un interminable repique de arraigo medieval; los antifascistas, multitudinarios y enérgicos, abuchearon a los imperialistas y a los policías que les daban cobertura. Creatividad popular de todos los colores.

En mi infancia, conocí a Juan Miguel; aldeano parco en palabras y muy digno, corto en kilos y largo en agudeza. Cuando captaba que alguien quería mofarse o aprovecharse de él, cortaba el trance por la tremenda. Encendía su mirada, utilizaba un vozarrón inusual, extendía el brazo hacia cualquier sitio y le espetaba al insolente: «¡vete a la ‘fusié’!». No sé de donde había sacado aquel supuesto galicismo pero el impertinente entendía que le tocaba largarse. El día 4, Rivera y sus doscientos rapatanes, optaron por una retirada rápida. Mientras salían de Altsasu, tuvieron que oír el mismo mensaje en diferentes versiones: «Alde hemendik», «Que se vayan de una puta vez». Cuando les vi largarse escoltados y, pese a ello, despavoridos, me vino a la memoria el dicho de Juan Miguel.

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