José Ignacio Camiruaga Mieza

A vueltas con las preguntas

«Si solo tuviera una hora para resolver un problema del que dependiera mi vida, dedicaría los primeros 55 minutos a decidir qué pregunta hacer, porque, una vez identificada la pregunta correcta, resolvería el problema en menos de cinco minutos» (Albert Einstein).

«¡El que pregunta, manda!» Es un eslogan muy extendido, pero su eficacia también depende del contenido. Quienes rigen el método saben estimular la atención y generar interés, allanando el camino hacia su objetivo. Hay muchos y diversos tipos de preguntas. Hacer preguntas requiere entrenamiento y práctica disciplinada. Hacer preguntas es un arte. Para obtener la respuesta que satisfaga los intereses en juego es necesario saber cómo hacer las preguntas correctas, y las preguntas son correctas cuando se hacen a la persona adecuada, por la razón correcta, en el momento correcto, de la manera correcta, en la forma correcta, en el contexto correcto... correcto es decir todo lo que sea congruente, en ese momento, con los propósitos propios y ajenos. No está dicho que el arte de preguntar sea solamente innato... como ningún arte: hay un elemento innato y otro que hay que aprender, desarrollar, mejorar... En el arte de preguntar está también el arte de saber escuchar para hacer preguntas efectivas. Lo que preguntamos guía los pensamientos de quienes son preguntados o nos escuchan. El cómo preguntamos −tono, volumen y ritmo de la voz, postura...− influye en el estado de ánimo de quien es preguntado. Desde dónde preguntamos (la ubicación física y también el nivel de nuestra relación) influye en la cantidad y calidad de las respuestas. Si, por hipótesis, puede haber respuestas impertinentes; por hipótesis también puede haber preguntas no pertinentes. Si es verdad que hay un arte de preguntar, no es menos verdad que existe el otro arte, me refiero al arte de escuchar, por ejemplo, preguntas y al arte de responderlas.

La calidad de las preguntas determina tanto el aprendizaje de cosas útiles como el inicio de acciones efectivas. Las preguntas abren la puerta al diálogo y al descubrimiento, son una invitación a la creatividad y al pensamiento innovador; pueden estimular intervenciones sobre cuestiones clave y, al generar percepciones creativas, iniciar cambios. O... pueden ser justamente lo contrario. Si es esencial hacer una buena pregunta, ¿por qué la mayoría de nosotros no dedicamos más tiempo y energía a descubrirla y formularla? Quizás una razón resida en el hecho de que la cultura occidental, y la norteamericana en particular, se centra principalmente en obtener la «respuesta correcta» en lugar de descubrir la «pregunta correcta». Rara vez se nos pide que descubramos preguntas tentadoras, del mismo modo que no se nos enseña por qué sería importante hacerlas.

El hecho de que nuestra cultura esté en contra de hacer preguntas creativas está relacionado tanto con la importancia que se da a encontrar soluciones rápidas como con una fuerte preferencia por formas de pensar alternativas, como negro/blanco, esto o lo otro. Además, el ritmo cada vez más acelerado de nuestra vida y de nuestro trabajo no nos brinda a menudo la oportunidad de participar en intercambios reflexivos en los que, antes de tomar una decisión, se examinan cuestiones estimulantes y nuevos potenciales. Estos factores, combinados con la idea predominante hoy en día de que el «trabajo real» consiste sobre todo en análisis detallados, decisiones inmediatas y acciones rápidas, contradicen la visión según la cual el «trabajo inteligente», para ser eficaz, se basa en pedir profundidad y en mantener amplios conocimientos e intercambios sobre cuestiones sustantivas. Incluso la forma en la que se hacen algunas preguntas tiene un gran impacto en su capacidad para hacer profundizar en los temas y, llegado el caso, incluso avanzar.

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