A vueltas con los pactos
De nuevo estamos en campaña. Estrategias electorales, ideas fuerza repetidas hasta la saciedad, actos, machaqueo comunicativo… Uno de los criterios básicos que tengo claro es tratar de no confrontar con quienes considero aliados. Ni siquiera en época electoral. Prefiero debatir con ellos las diferencias sin perder de vista que tenemos mucho en común y que debemos cooperar mucho más que competir; aunque en campaña toque más esto último.
Pero no confrontar, o hacerlo con el tacto suficiente como para no herir susceptibilidades o aumentar distancias, no quiere decir que demos por bueno todo lo que esos aliados digan de nosotros. En este artículo me voy a referir a algunas ideas que han ido saliendo estos días y que parece que van a ser líneas estratégicas de la campaña de algunos partidos. Me refiero al tema de los pactos, a la capacidad o no de pacto, a la responsabilidad de que no haya habido acuerdos para la formación de un gobierno tras el 20D, a la cultura del pacto…
A Podemos se nos ha acusado, de manera general en el Estado y de manera particular en Navarra, de falta de capacidad o de voluntad para pactar, se nos atribuye la responsabilidad de que no se conformara un gobierno en el Estado y de que tengamos que ir a una segunda vuelta electoral. Entiendo que haya fuerzas –que yo considero aliados o posibles aliados- cuya estrategia se base en la confrontación con Podemos en época electoral. De hecho, hoy prácticamente casi todas las opciones electorales tienen como uno de los ejes fundamentales de su campaña esa confrontación, lo cual hace pensar que Podemos debe haber ocupado una centralidad e importancia claves para el futuro del país. Pero trataré de argumentar que esas estrategias no se basan en la realidad, ni pasada ni presente.
La responsabilidad de que no se haya llegado a formar gobierno en el Estado no ha sido de Podemos. Así lo entiende la mayor parte de la ciudadanía a la vista de las encuestas recientes en las que se ha preguntado sobre ello. Sin embargo, parece que se va a seguir insistiendo en ello con el fin de conformar en este sentido la opinión pública. Podemos advirtió desde el principio que no había más que dos posibilidades de formar gobierno: o gran coalición con o sin Ciudadanos, o gobierno de progreso conformado por Podemos, confluencias e IU con el PSOE. Sobre esa base, dejó bien clara su posición desde el principio: acuerdo programático para un cambio real, y gobierno de coalición con representación y responsabilidad proporcional al apoyo ciudadano de cada fuerza. Esto es lo fundamental, y no los detalles anecdóticos con los que tanto ruido interesado han hecho algunos. Es decir, el gobierno se tenía que basar en un programa de cambio real que favoreciera claramente a la inmensa mayoría de la gente, y se debían establecer garantías para su cumplimiento mediante la implicación de todas las fuerzas firmantes.
¿Por qué no fue posible? Pues porque el PSOE, por causas internas y/o externas, no quiso o no pudo. Inmediatamente se orientó a negociar con Ciudadanos y pactó un programa que en lo socioeconómico apenas cambiaba las políticas que se habían estado aplicando y que nos han traído a la situación en la que nos encontramos. ¿Y cuál tenía que ser el papel de Podemos? Solamente apoyar, sin ningún margen de negociación ni participación, es decir, sumisamente, el programa y el gobierno PSOE-Cs; con el argumento, y a la vez amenaza, de que de lo contrario se le acusaría de la continuación de Rajoy y de unas posibles nuevas elecciones. Podemos, las confluencias e IU hicieron varios intentos de aproximación disminuyendo su punto de partida programática y de formación de gobierno en la negociación, pero el PSOE tenía ya la decisión tomada y optó por seguir con su estrategia de culpabilización de Podemos. Las bases de Podemos entendimos perfectamente la situación y, en la consulta, apoyamos de forma abrumadora a los compañeros y compañeras responsables del proceso negociador.
Pero no sólo no tiene base la supuesta responsabilidad de Podemos en el fracaso de la formación del gobierno del Estado; tampoco la tiene la sugerencia de falta de capacidad o de voluntad de pacto. Produce cierto sonrojo ajeno que se pueda acusar a Podemos de esto, ya que es, con gran diferencia, la fuerza política que más capacidad de pacto ha demostrado. Me parece imposible que se pueda hacer olvidar a la gente el Acuerdo Programático para el Gobierno de Navarra; el montón de ayuntamientos en los que pactamos y trabajamos con otras fuerzas en Navarra; los ayuntamientos del cambio de Barcelona, Madrid, Cádiz, Santiago, A Coruña y muchísimos más; otras Comunidades Autónomas como Valencia, Aragón, Castilla la Mancha, Extremadura…; las confluencias con otros partidos y personas en Cataluña, Valencia, Galizia, Baleares y ahora con IU y Equo; el trabajo diario de miembros de Podemos con gente de sensibilidades muy diferentes en organizaciones y movimientos sociales en Navarra; etcétera.
Aunque se nos acuse de radicalismo o extremismo, en Podemos, y también ahora en Unidos Podemos, confluimos gentes de muy diversas sensibilidades. Eso sí, todas queremos cambiar de verdad esta sociedad tan inhumana que tenemos. En una situación socioeconómica, política y ecológica tan dramática como la actual, tildar de extremistas y radicales a programas y reivindicaciones tan básicas como las que se hacían a finales del siglo XVIII para superar la Edad Media parece un sarcasmo. Principios y valores como libertad, igualdad, fraternidad, derechos humanos, democracia real, separación de poderes… forman la base del «extremista» programa de Podemos, de las confluencias y de Unidos Podemos. Ese es el programa sobre el que es posible poner de acuerdo a tanta gente y tan diferente. Por eso es una falacia la supuesta incapacidad de Podemos para el pacto. Nos han hecho tal contrarrevolución los poderes fácticos y los gobiernos, políticos y medios a su servicio en estas últimas décadas que algo tan básico y humano como eso suena a muy revolucionario en la situación actual. Para ellos, lo normal parece ser que volvamos rápida y sumisamente a una especie de neo-esclavismo. Y precisamente esa contradicción entre su extremismo y nuestro sentido común es lo que nos une a tanta gente y tan diferente.
Quienes tenemos cultura política de pacto somos nosotros, aunque se repita hasta la saciedad lo contrario. Eso sí, también sabemos que tanto los acuerdos como los conflictos forman parte de la vida, y que tenemos que gestionarlos ambos en cada momento de manera que se favorezca la consecución del mayor bienestar para la mayoría. Y sabemos, sobre todo, que el pacto tiene que tener un claro por qué y para qué. Porque el pactar por pactar a veces se confunde con la sumisión. Como ha pasado ahora.