José María Pérez Bustero
Escritor

¿Aberri Eguna? Mucha tarea por delante

¿Qué implica amar a un país? Hay un punto básico. Así como amar a otra persona exige conocerla, amar a nuestro país también requiere conocerlo. Pero, ¿qué debemos conocer de nuestro País Vasconavarro?

Ya que estamos en fechas del Aberri Eguna, cabe recordar que se celebró por primera vez el 27 de marzo de 1932, que fue prohibido tras la guerra civil del 1936-39, y convocado de nuevo el 1964. Masticando el hecho básico de que los vasconavarros somos un pueblo que tiene una tierra-una patria a la que adherir y amar.

Con esta afirmación en la mano, vale la pena hacernos una pregunta simple: ¿qué implica amar a un país? Hay un punto básico. Así como amar a otra persona exige conocerla, amar a nuestro país también requiere conocerlo. Pero, ¿qué debemos conocer de nuestro País Vasconavarro? Hay tres campos imprescindibles.

En primer lugar, su proceso. Saber que los vasconavarros, asentados en nuestra tierra, hemos sufrido durante siglos un conjunto de guerras y políticas invasoras que nos han dejado profundas lesiones. Puestos a recordar, nos toca mencionar que la ciudad de Vitoria resistió durante ocho meses al asedio del ejército del rey castellano, pero fue tomada el 25 de enero de 1200, y que desde entonces gran parte de Araba quedó –junto con Gipuzkoa– bajo la corona castellana. Y fragmentado el país de los vascos.

Vamos adelante y encontramos otra nueva fractura: el año 1512 Navarra fue invadida por tropas castellanas. Las gentes siguieron realizando contraataques y alzamientos por una y otra parte, hasta el año 1522. Pero solo permaneció libre Behenafarroa.

Dos siglos más y miramos al norte del Pirineo: el año 1794 miles de habitantes de diversas poblaciones de Lapurdi fueron arrastrados hacia las Landas por no aceptar al gobierno de la Revolución Francesa.

Entramos en el siglo XIX. Tuvieron lugar las guerras carlistas que no lograron quitarse de encima el centralismo de los Borbones y liberales.

Llegamos al siglo XX: la guerra civil de 1936-1939, y la época del dictador y sus herederos. Con miles de torturados, asesinados y huidos vasconavarros, más la condena a cárceles lejanas –todavía en marcha– de centenares.

Pasamos a un campo distinto: conocer-asumir la diversidad de nuestra procedencia. Junto a las generaciones de habitantes asentados desde hace siglos en esta tierra, tenemos la llegada de trabajadores que iban asentándose y mezclándose con la población vasconavarra. Desde los atraídos por el desarrollo industrial a finales del siglo XIX, hasta hoy día. Entre 1950 y 1975, el nuevo impulso económico y demanda de trabajadores marcó el camino para muchas gentes de Galicia, de Andalucía, de Extremadura, entre otras, que echaron raíces en el País Vasco. Y a ellos se suman hoy día la llegada de nuevos inmigrantes: de Latinoamérica, del Magreb, de Rumanía... Así que, con unos y otros, la actual población de Bizkaia alcanza los 1.152.600 habitantes; la de Gipuzkoa: de 727.000, la de Araba, 329.800; la de Nafarroa, 661.000; la de Iparralde, 309.700 personas.

Además de mirar ese proceso, amar a esta tierra exige conocer y asumir otra diversidad: la geográfica. Es decir, las sierras que miran a la costa, la franja de sierras que van desde el Pirineo hasta Cantabria, el pasadizo que viene desde Aragón, cruza la Cuenca de Pamplona, pasa entre montañas y se abre a la Llanada alavesa, las tierras que miran al Ebro. Además del diferente urbanismo de las ciudades con sus barrios y las zonas rurales.

Hay que tener en cuenta otra diversidad: la de expresiones culturales. Unos somos castellano-parlantes, otros estamos en proceso de euskaldunización, otros son euskaldunes desde niños. Tenemos bertsolaritza y jotas. Y, asimismo, una desigual valoración del aparato político central con su actuación legislativa, policial, judicial y penal.

Mirando estos campos, cabe preguntarnos ¿qué tarea nos queda a los autodenominados abertzales? Es necesario citar tres.

Primero, asumir la diversidad. Quitar de nuestra mente que los abertzales somos los auténticos vascos. En este país no hay castas.

Una segunda tarea consiste en cultivar con mayor intensidad la vecindad interna. Hablar, charlar, comunicar entre nosotros, seamos iguales, parecidos o diferentes. Todos somos vasconavarros. Y, asimismo, incrementar la relación y el apego entre las diferentes zonas. Hablar en nuestros escritos, prensa y análisis políticos de Iparralde, de las tierras junto al Pirineo, de las que miran al Ebro, de las ciudades, de los pueblos, de lo urbanístico y de lo rural. Organizar relaciones, visitas, mensajes. No funcionar de «kostalandia».

Cuál es la tercera labor? Cultivar las relaciones vecinales con las otras zonas peninsulares: Cataluña, Galicia, Extremadura... Conscientes de que la mitad de los vasconavarros son (somos) venidos de fuera o hijos o nietos de venidos de fuera. Y que las demás tierras han experimentado también la invasión y represión de reyes y cómplices. Además, y sobre todo, explicar que nuestra búsqueda de independencia se refiere exclusivamente a no depender de un gobierno central. ¿Qué rol le queda a esa gestión central? Ejercer de simple coordinador entre los gobiernos de las zonas. Pero en modo alguno ejercer como gobernante, como si fuera heredero de reyes, y de franquistas.

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