Kepa Ibarra
Director artístico de Gaitzerdi Teatro

Actos orquestados (A.O punto)

Me reafirmo en un dicho de Groucho Marx: la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Así, todo zanjado, no hay más que hablar, caso cerrado, a otra cosa mariposa y hágaselo usted mirar. Mil epítetos y un destino: A. O.

A. O. siempre me ha parecido un tipo genial, único, cargado de razones y un adalid de la retórica llevada a su máxima plenitud. Con una bis entre cómica y sarcástica, A. O. es capaz de ampliar sus miras hasta el más allá y además no parece excederse. Un descubrimiento.

Pero tiene un problema, un hándicap, una pequeña arruga en el pie derecho: no admite la cura de humildad. Labrado en un posfranquismo todavía muy cercano y aún con cierta vigencia, ha traído a todos los Santos al mundanal ruido, repartiendo abrazos ministeriales y «katxetes» abertzales, en una dicotomía tan elemental como imposible de digerir.

Comités de Empresa, sindicalismo al amparo del Free Trade Union Institute (FTUI), casual embajador sin embajada y hasta valedor de una juguetería mediática para decir de todo, despotricar con todos y quedarse ancho, tan ancho como le es imposible ocultar. A. O. es «txaskarrillo» y además nunca defrauda. Si no fuese porque a algunos nos remite a la sonrisa malévola y al juego de cuello (negando-afirmando), diríamos que aquello no tiene remedio.

Escuchando sus declaraciones, me parece todo un personaje que se aleja y aleja, que no comulga con nadie y en un alegato metafórico diría que en la parroquia, mientras recibe la hostia consagrada, anda mirando a un lado y a otro indicando contubernios, pactos no escritos y notando una carencia de adolescentes que prefieren la calle ardiendo al rezo reparador. Creo que en el fondo nos agrada su perfil, con esa proyección de voz que alarga la vocal, mientras afrenta la vista en su interlocutor, sentenciando sin despeinarse (¿?) hasta la saturación.

A. O. no es un genio, es una genialidad rampante (barón), y me atrevo a atestiguar que le necesitamos en foros de debate, en los bises y en cenáculos donde nos jugamos un destino sin radicalismos, derivas ortodoxas, gerencias abusivas o militancias de siempre que se sitúan en la disidencia y en el abandono más absoluto después de toda una vida siendo fiel a la causa y al Partido.

Con este bagaje, me reafirmo en un dicho de Groucho Marx: la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Así, todo zanjado, no hay más que hablar, caso cerrado, a otra cosa mariposa y hágaselo usted mirar. Mil epítetos y un destino: A. O.

(No, no es ni Angel Ortiz Alfau, ni Amancio Ortega ni siquiera Autonomia Operaia).

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