Axun Arana, Joxin Arruti, Juanjo Aristizabal, Maria Angeles Artola, Kepa Viles, Juan Carlos Arriaran, Arturo Cubillas, Koldo Zurimendi, Enrike Pagoaga, Gabriel Segura y Koldo Saralegi

Agur eta ohore, Txetxu

Esta nueva muerte a miles de kilometros de Euskal Herria nos recuerda, con mayor fuerza, que aún quedan compañeros y compañeras en la deportación, y nos interpela a nosotros en primer lugar pero también a la sociedad vasca en su conjunto para exigir que se ponga fin de una vez a semejante castigo.

Se consideró a la deportación el mal menor. Nos deportaron y nos condenaron sin juicio ni proceso alguno, ni sustento en ninguna jurisdicción internacional a cumplir una condena sin final. Se nos deportó a varios países del mundo, todos muy alejados de nuestra tierra y de nuestras familias y amigos, como otro más de los experimentos represivos para acabar con la lucha en Euskal Herria. Los gobiernos de España y de Francia decidieron así nuestro destino en la orgía represiva que se desató contra el pueblo vasco en la década de los años 80.

En un limbo jurídico total, sin documentos, sin reconocimiento oficial de ningún tipo, tuvimos que adaptarnos a sociedades muy diferentes a la nuestra, en condiciones que, a veces, incluso hicieron difícil nuestra propia subsistencia como personas y que sólo fuimos capaces de superar gracias al apoyo solidario que recibimos desde Euskal Herria y, poco a poco, a medida que nuestra realidad era conocida, también desde gente solidaria de los países donde estábamos.

Intentamos y muchas veces lo conseguimos, integrarnos en esas sociedades tan diferentes a la nuestra, a miles de kilómetros de casa. Algunos incluso formamos familias allí donde la represión nos había enviado para cumplir una cruel e interminable condena, pero sobre todo como castigo a nuestras familias, a nuestro entorno social. Vivimos las realidades de esos pueblos, hicimos nuestras sus alegrías y tristezas, sus luchas, sus sueños que, al fin y al cabo, no son tan diferentes a los nuestros, a los del pueblo vasco: ser dueños de su futuro.

Aun así, nunca renunciamos a nuestro derecho a regresar a Euskal Herria y así pasamos de asumir «que la deportación era el mal menor» a entender que era un espacio más de lucha y que era necesario «romper la deportación», como en diferentes momentos y coyunturas muchos pudimos hacerlo.

Cuando se cumplen cuatro años del fallecimiento de nuestro compañero Miguel Angel Aldana (Anjelin) hoy, nos llega la triste y dolorosa noticia de la muerte de otro compañero Txetxu (Jesús Ricardo Urteaga Repulles), en la República Bolivariana de Venezuela a los 61 años, después de haber sufrido una penosa enfermedad. Esta nueva muerte a miles de kilometros de Euskal Herria nos recuerda, con mayor fuerza, que aún quedan compañeros y compañeras en la deportación, y nos interpela a nosotros en primer lugar pero también a la sociedad vasca en su conjunto para exigir que se ponga fin de una vez a semejante castigo.

Txetxu ha tenido una vida muy semejante a la nuestra propia. Fue deportado a Venezuela por el gobierno francés el 1 de mayo de 1984, sin haber sido acusado o condenado por ese Estado. Policías franceses lo escoltaron hasta el aeropuerto de Caracas y lo entregaron a las autoridades de Venezuela que cumplían así, su parte en los acuerdos que habían alcanzado con el Gobierno español para mantener en su territorio a militantes vascos, a cambio de apoyos en materia económica. En esos momentos Venezuela atravesaba una crisis política, económica y social que desembocó en la rebelión popular conocida como «El Caracazo» que se saldó con una represión feroz que dejó más de 2.000 muertos y cientos de desaparecidos. Eran los oscuros tiempos de Carlos Andrés Pérez y Felipe González, presidentes de ambos países y socios comerciales.

En esa coyuntura política y social, y mientras en Euskal Herria los GAL asesinaban a decenas de refugiados políticos vascos, comenzó Txetxu una nueva etapa de su vida. Era consciente además de que todos los ojos de la policía venezolana estaban puestos sobre él y sobre el resto de deportados, éramos para esa época simples rehenes en manos de dos gobiernos que nos utilizaban a su antojo. Y así se demostró cuando pasada más de una década el gobierno español solicitó su extradición, junto a la de tres compañeros. Volvía para Txetxu y estos compañeros los días lejanos de la clandestinidad, el miedo, la incertidumbre... pero esta vez, a más de 8.000 kilómetros de Euskal Herria.

Hasta que por fin cayó la IV República corrupta y sumisa a los intereses de gobiernos extranjeros y con el triunfo de la revolución bolivariana llegaron nuevos tiempos para el pueblo venezolano y también para nosotros. Txetxu vio ahí la oportunidad de cambiar su condición y volver de nuevo a «una vida normal». Pero más que eso vio la oportunidad de empezar a construir junto a sus amigos, junto a sus vecinos, ese sueño esa utopía que de la mano del comandante Hugo Chávez parecía posible. Y así, en el corazón de Venezuela, entre los campesinos pobres donde había reorganizado su vida arrebatada por represión, se sumó a la organización popular de los Consejos Comunales, que se convirtieron en referente de la mejora de las condiciones de vida de los más desfavorecidos de Venezuela. Con ellos dio vida a las redes de abastecimiento campesino, a los Comités Locales de Alimentación y Planificación (CLAP) demostrando que su compromiso de vida era sincero. Pero sobre todo demostrándonos a todos que él, al igual que el resto de compañeros habíamos derrotado a la deportación. Pese a ello nunca renunció a regresar a Euskal Herria, y cada vez que podía conversaba con los compañeros y compañeras así fuese solamente para escuchar su lengua, el euskara que lo regresaba a Azkoitia y tambien a esa Ipar Euskal Herria donde tambien vivió unos años. Y pasó el tiempo y en aquellas tierras caribeñas formó una familia que hoy le llora como también lo hacen la de Azkoitia y la de Ipar Euskal Herria. Pues una de las cosas que dice mucho de lo que fue Txetxu es el afecto y el cariño que permanece en todas aquellas personas con las que ha compartido su vida. Y sí, su corazón, como el de todos y todas nosotras que hemos conocido la deportación en Venezuela, tambien estuvo roto en dos pedazos, en dos patrias que queremos libres y soberanas.

Su muerte tan lejos de la tierra que le vio nacer coloca de nuevo frente a todos la necesidad de acabar de una vez por todas con ese injusto castigo que hoy siguen sufriendo un grupo de vascos y vascas y les sigue condenando a cumplir una condena de por vida. Unas medidas represivas que tienen que ver con recetas de un tiempo, que para que sea pasado, deben desaparecer. Si vamos a construir un nuevo futuro este tiene, irremediablemente, que ser sin deportados, sin exiliados, sin presos.

Gora gu ta gutarrak! Agur eta ohore, Txetxu.

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