Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Alguien te rescatará, Bittor

De nuevo, enero transcurre entre la luz y las sombras de la historia. Cada invierno tiene el suyo, y en todos ellos alguien continuará rescatando a Bittor de la impunidad de su asesinato.

Enero es un mes de invierno. Los días van equilibrando la ecuación de luz y noche, aunque de forma imperceptible. Ya a finales, habrá una tarde, de las que no se dejan acoquinar por la niebla, en la que el sol se irá a dormir con el guiño de avance en las agujas del reloj. Siguiendo el ciclo, para cuando nos demos cuenta, otra estación acercará sus pasos, una vez más abriremos de par en par las ventanas a la primavera.
 
Antes de que eso ocurra, habremos tenido que caminar las fechas anteriores, rescatar nombres que la dictadura y los aparatos del Estado dejaron sin voz. Nombres como el de Bittor, a quien un cabo de la Guardia Civil, vestido de paisano, disparó dos tiros por la espalda, a escasos metros de distancia, cuando se dirigía al trabajo. Su única arma, la militancia antifascista, la palabra, la acción revolucionaria de un soñador internacionalista. Activista de la libertad, su credo fue luchar en pos de la justicia social en el mundo, en su país. Pan y derechos siempre para el pueblo.

Vendavales de memoria zarandean el presente al despertar el alba: retrospectiva a bordo de un tren de cercanías con una carpeta plena de pequeños mensajes subversivos, que reivindican el mismo pulso de identidad de clase que Bittor, pegada a mi cuerpo, bajo el temor de que alguien que no deba husmee en ella. Un Zazpiak bat de la época me sonríe, a cobijo entre el material de instituto. Aulas convertidas en espacios de decisión, respiran a mi lado, avistan aún el horizonte huelgas y manifestaciones que asoman a los balcones del recuerdo. Rebelión antifascista en las escaleras de aquel Instituto de Enseñanza Media Mixto, hoy llamado Dolores Ibarruri; no en vano, germina semilla guerrillera a las faldas de los montes de Triano. Lo más duro, la presencia de grises a caballo en las calles de Bilbo...

Por la diferencia de edad, conocí la existencia de Víctor Manuel Pérez Elexpe tiempo después de su ejecución, sumida en el movimiento asambleario. Natural de Repélega (Portugalete), el joven de 23 años militaba en el Partido Comunista Internacional. Repartía octavillas, en solidaridad con los mineros en huelga de Potasas de Navarra, el amanecer que Narciso San Juan del Rey –vecino del mismo barrio–, acabó con su vida, repito, disparándole por la espalda a escasos metros de distancia. Tan cerca, podría haberlo detenido: unos cuantos golpes en plena calle, esposas a las muñecas, cuartelillo y el protocolo de interrogatorio y tortura habitual del Régimen. Hoy, podría estar vivo. Solo se me ocurre un porqué razonado al brutal asesinato: es más que probable que supiera la ideología de Bittor, que, al volver de un turno de noche y encontrarlo, persiguiera algún reto personal. Aún más probable que su objetivo no fuera en sí arrestarle, sino el fatal desenlace mortal.

El pensamiento ancla red asociativa: me veo repartiendo octavillas, como Bittor; corriendo delante de «caballeros» uniformados, todos sujetos victimarios. Cambian las insignias, idéntico el cometido. Estructuras armadas de la dictadura ambas. Emblemáticas figuras de poder y represión, algunas firmes aún entre nosotras.

Tuvieron que cumplirse 35 años para que el Gobierno español reconociera formal y públicamente a Bittor víctima del franquismo. No así otorgarle la equiparación concedida a otro modelo de víctimas. En este caso, verdad, justicia y reparación del daño causado conjugan un dolo añadido de victimización secundaria, al ser discriminado por el sistema, que establece particulares obstáculos en el ciclo político de sanación. No pertenecen al decálogo de enmienda propio de este crimen. El nombre de Bittor no engrosa, por tanto, el listado de Atención a las Víctimas de Terrorismo.

San Juan del Rey fue trasladado de inmediato fuera de Euskal Herria en la misma mañana, y quedó amparado por la ignominia de Franco y su séquito mientras se llevaba a efecto una trama conspiratoria contra Bittor digna de un escenario de Kafka. Su autoría en el asesinato, flagrante, sin controversia sostenible ni verosímil, fue avalada por testigos presenciales, trabajadores también que vieron cubrir de luto aquella jornada, aún anochecida.

Como las variables de un algoritmo matemático, la capacidad y voluntad de solución de conflictos políticos establecen correlación mutua sine qua non, únicamente queda discernir cuál de ellas es el elemento dependiente. Un Estado incapaz de restañar el daño provocado a sus víctimas no puede considerarse democrático, por mucho que lo predique su Constitución, nutrida en el seno «indivisible» de «Patria común»: secuelas de yugo y flechas en formato normativo ratificadas por el sucesor de Franco.

En la arbitrariedad del contexto actual, herederos de una falaz transición niegan a Víctor Manuel Pérez Elexpe su derecho a la restauración. A mayor tardanza en pedir perdón, mayor la irresponsabilidad institucional. Cuantos más 20 de enero contemplemos sin respuesta, desde aquel de 1975, mayor la debilidad que subyace en la alquimia de Estado. Demasiados duelos en la espera hacia la equidad.

Sistémico y sistemático comparten raíz etimológica, dos derivadas de una función política-jurídica que no resuelve de manera integral el amparo a las víctimas cuando se trata de crímenes de lesa humanidad ejercidos por el Estado. Áreas competenciales despliegan el cartel de «prescrito», burdo en su inconsistencia legal: broche de cierre de un capítulo inconcluso, a sabiendas de que este tipo de crimen no prescribe ante ninguna circunstancia.

De nuevo, enero transcurre entre la luz y las sombras de la historia. Cada invierno tiene el suyo, y en todos ellos alguien continuará rescatando a Bittor de la impunidad de su asesinato hasta que la justicia deje de jugar a ser cómplice, hasta la sentencia del verdugo. Le rescatarán de todos y cada uno de los casi cincuenta años soportados sin que el poder judicial determinara encausar y condenar a un hijo de la dictadura.

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