Iñaki Etaio y René Behoteguy
Militantes de Askapena

Algunas lecciones desde Bolivia

Solo la organización puede parar el golpismo. Si algo tienen pueblos como el aymara, el quechua o el guaraní, es su historia de lucha y resistencia.

Consumado el golpe de Estado y sumida Bolivia en un contexto de persecución y resistencia que evoluciona de forma vertiginosa, se pueden extraer una serie de enseñanzas de lo sucedido en el Estado Plurinacional de Bolivia (veremos cuánto tardan en quitar lo de «plurinacional»). Enseñanzas que, sin descubrir nada nuevo, sí que corroboran hechos, intereses y factores inseparables de la confrontación entre pueblos y capital. Más allá de las informaciones, videos y mensajes en redes sociales, es necesario ser conscientes de los actores e intereses tras lo que está sucediendo. El proceso boliviano, con sus dificultades, aciertos y errores (que no han sido pocos) no es sino un proceso paulatino de liberación de las mayorías, históricamente marginadas y explotadas por una élite económica local blanca de origen europeo y por el imperialismo yanqui. De forma abreviada y con la debida distancia, éstas son algunas constataciones tras el golpe de Estado:

- La amenaza es real. Aunque gran parte de la izquierda se acomode a una situación de relativa «paz social» y no mantenga la suficiente tensión en la organización, la formación y la preparación para defenderse frente a los ataques que vendrán, las contradicciones en las sociedades siguen presentes, siendo este choque de intereses mucho más perceptible en los procesos de transformación. Incluso en caso de lograr la izquierda una hegemonía social y discursiva, los enemigos del proceso de cambio continúan esperando su momento y maquinando en la sombra para acelerar ese momento.

- La respuesta no se puede demorar. Tras la renuncia obligada del Gobierno legítimo y tras los hechos de persecución, racismo y vejación (quema de wiphala incluida), multitudinarias movilizaciones en contra del golpe han tomado las calles. Miles de aymaras han bajado de El Alto a La Paz, el movimiento cocalero ha bloqueado carreteras y ha desfilado por Cochabamba, y otras marchas de pueblos originarios, mineros y otros sectores se han hecho presentes en otros lugares, ocupando el espacio que capitalizaron quienes denunciaban fraude electoral. La respuesta ha llegado, sin embargo, demasiado tarde. Cuando todavía Evo Morales detentaba la presidencia hizo reiterados llamados a la paz y al diálogo, y se evitó disputar la calle a los sectores de derecha (clase media en su mayor parte) intentando evitar un choque que se ha transmutado ahora en una confrontación en la que policías y militares disparan a población humilde desarmada.

 - Las concesiones al monstruo llevan hasta el revanchismo. Si bien el escenario postelectoral, en caso de no ganar las elecciones, había sido previamente planificado, la debilidad del Gobierno y las progresivas concesiones a la derecha no hicieron sino envalentonarla y mostrarle que podía seguir apretando y llegar hasta el final. El amotinamiento policial y el alineamiento de las Fuerzas Armadas con el golpismo fueron el toque de gracia. La aceptación de la auditoría vinculante de la OEA (arriesgadísima decisión posteriormente lamentada), el anunció de nuevas elecciones, la renuncia a la presidencia… no fueron suficientes para evitar el desastre, ni para detener la represión. Se ha evitado un enfrentamiento en las calles entre sectores opuestos (aunque es muy probable que los indignadísimos protestantes de clase media hubieran reculado rápidamente ante las organizaciones de masas populares), pero los muertos los siguen poniendo quienes se manifiestan contra el golpe. La cacería (término literal del ilegítimo ministro de Interior) de cargos del MAS y militantes sociales y el hostigamiento a periodistas y medios de comunicación continúa. La revancha y la humillación es una de las características de la ultraderecha cuando recupera el poder. En Venezuela lo saben; lo vivieron 3 días en 2002. Por eso el chavismo está dispuesto a defender con todo su proceso.

- Papel reaccionario y racista de la clase media. Como bien describe Álvaro García Linera en su artículo ‘El odio al indio’, la incorporación de grandes sectores populares (en su mayoría pueblos originarios) a los servicios públicos y, especialmente, a los puestos en administración y otras instancias ha afectado de forma notable la posición privilegiada de la denominada clase media urbana, reavivando un sentimiento de racismo y supremacismo frente al «indio» que osa optar a ocupar también ese espacio. Al mismo tiempo, se descuidó ingenuamente la necesaria ideologización de esos sectores pobres que, fruto de la mejora de las condiciones económicas, se incorporaron a la clase media. Ese vacío en las construcciones mentales fue ocupado por la ideología reaccionaria hegemónica en los medios de comunicación y entretenimiento. En palabras de García Linera, la clase social en Bolivia se visibiliza bajo la forma de jerarquías raciales, en lo que es la construcción de un Estado colonial. Ese supremacismo frente al «indio» se aprecia también en la contraposición de la Biblia a los incivilizados indios de bárbaras creencias y prácticas. Los y las golpistas han cambiado la espada de los colonizadores españoles por fusiles, pero han llegado de nuevo con la Biblia en la otra mano. Esos sentimientos, donde se mezcla el prejuicio, el racismo y el integrismo religioso, se han desatado en el seno de unos sectores con estudios universitarios, con cierta posición social y con un nivel de consumo medio/alto, pero manipulados de forma grotesca por los medios privados, sin un mínimo de conciencia de clase e incapaces de comprender el verdadero trasfondo económico y geopolítico tras los movimientos de la oligarquía boliviana.

La instauración de ese discurso racista y colonizado deja claro que el proyecto que se nos vende como un «gobierno de transición democrático» no es otra cosa que la restauración del Estado colonial y el modelo neoliberal.

- Policía y militares, nada nuevo. Sin una policía y unas fuerzas armadas formadas en la defensa del pueblo y del territorio frente a agresiones externas, sin un control efectivo desde dentro mediante mandos comprometidos con el proceso, sin una estructura de milicias en las que el pueblo sea partícipe de la defensa, es realmente complicado asegurar la obediencia de las instituciones que detentan el monopolio de la violencia en los momentos críticos de confrontación entre los sectores populares y la burguesía. Que se cuadren delante del presidente no asegura que mañana no se vuelvan en su contra. Los militares golpistas chilenos juraron fidelidad a Allende el día anterior al golpe. Existen excepciones como Cuba (una revolución en toda regla, donde las fuerzas armadas se constituyeron a partir del Ejército Rebelde) o Venezuela, donde el protagonismo de militares chavistas y auténticamente patriotas (Chávez, Diosdado Cabello, ministros, gobernadores…) y el desarrollo de la unión cívico-militar (que incluye las milicias) dificultan enormemente los intentos de la derecha y la inteligencia yanqui por organizar grupos golpistas entre los militares.

- Gobiernos y partidos europeos, tampoco nada nuevo. Los diferentes agentes del capital van dosificando la necesaria cobertura al golpe reconociendo el gobierno de la autoproclamada, tal y como hicieron algunos gobiernos con Guaidó. La Eurocámara rechazó calificarlo de golpe y muchos gobiernos y partidos europeos han aceptado explícitamente o de facto el gobierno surgido del mismo. Tras mostrar preocupación por las muertes y abogar por una nueva convocatoria de elecciones (habrá que ver en qué condiciones, ya que la burguesía no va a arriesgarse a perder lo que le ha costado 13 años recuperar), celebran en privado la interrupción de un proceso de empoderamiento popular y exploran las oportunidades de negocio en una nueva situación donde será posible optar a una mayor parte de pastel boliviano. «Aunque haya realidades claramente reprobables, no es de recibo pedir a un agente empresarial lo que mandatarios o la propia diplomacia política no es capaz de resolver», manifestó recientemente Arantxa Tapia en relación a las peticiones para que CAF no participe en la construcción del tranvía en territorios ocupados de Jerusalem. Entre negocio y derechos humanos y de los pueblos, las prioridades están claras para los representantes y gestores del capital.

-El golpe, la situación geoestratégica y los recursos naturales. La articulación gradual del golpe, que instala en la clase media la idea de un fraude para luego convertir sus manifestaciones en verdaderas guarimbas, el relevo en el liderazgo de las protestas de sectores más moderados (Carlos Mesa) por aquellos más violentos y oligárquicos (Camacho y Añez), la fina sincronización entre el motín policial, la filtración del informe preliminar de la OEA y la «sugerencia» de renuncia al presidente Morales por parte de las Fuerzas Armadas, dan certeza de un golpe de Estado, orquestado y planificado milimétricamente por el Departamento de Estado norteamericano; más aún si tomamos en cuenta dos elementos clave:

El primero, la necesidad de EEUU de recuperar el control de las riquezas de un continente que tradicionalmente ha considerado su patio trasero, en el contexto de su pugna con China y Rusia por la hegemonía mundial. En Bolivia cobra especial relevancia el gas natural, pero fundamentalmente las grandes reservas de Litio del Salar de Uyuni. El segundo, el escenario convulso de la región en el que las rebeliones populares contra el modelo neoliberal en Ecuador y Chile, la derrota de Macri y la liberación de Lula ponen en cuestión la hegemonía imperialista norteamericana.

- Solo la organización puede parar el golpismo. Si algo tienen pueblos como el aymara, el quechua o el guaraní, es su historia de lucha y resistencia. Contra el Imperio español, contra las dictaduras del siglo XX, en el movimiento minero y cocalero o contra los intentos de privatizar el agua o el gas a principios del siglo XXI. Esa historia de lucha es inseparable de una extensa organización de base. Ello ha permitido salvaguardar en gran medida su modo de vida y también llevar a un sindicalista cocalero aymara a la presidencia. Ese sentido de colectividad, esa tradición organizativa y ese espíritu aguerrido apegado a la Pachamama y a su cosmovisión alimentan la esperanza de que, a pesar de enfrentarse a la violencia estatal, la oligarquía boliviana y los intereses de EEUU por apropiarse de sus recursos, se pueda presentar resistencia e intentar dar la vuelta a la situación.

Lo que los golpistas deberían tener en cuenta es que, más allá del Gobierno de Evo con sus innegables avances y sus claras contradicciones, están los pueblos originarios y las clases trabajadoras a las que pertenecen que, después de más de quinientos años de resistencia, han dicho ¡basta! y echado a andar. Y esa marcha no se detendrá hasta conquistar la verdadera libertad, política, social y económica del Abya Yala.

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