Iñaki Bernaola Lejarza
Exprofesor

Alumnado extranjero y redes educativas

No olvidemos que entender la integración de personas migrantes en el sentido de «diluir» sus características propias de identidad dentro de los parámetros de vida propios de país de adopción es un punto de vista que, como es sabido, se entronca en políticas derechistas, cuando no ultraderechistas.

Ha saltado a la palestra últimamente una noticia que, de por sí, no es nueva: la abrumadoramente mayoritaria concentración de alumnado de procedencia extranjera en la red pública educativa de Vitoria-Gasteiz. Y, como tantas otras veces, ello ha acarreado una oleada de comentarios según el punto de vista de cada cual.

¿Es a priori bueno o malo que en la red pública haya porcentualmente mayor número de alumnado venido de otros países, o descendiente de personas con ese origen? Si somos acérrimos partidarios de la red pública en detrimento de la privada, podía pensarse que es bueno. Sin embargo, la mayoría de las valoraciones que se han hecho de este fenómeno citado han sido negativas.

Antes de nada, me gustaría dar un toque de atención sobre una característica del sistema educativo, y de la población en general, que nos obliga a huir de clichés establecidos y de ideas preconcebidas: la heterogeneidad y la pluralidad. No todos los centros privados son iguales, ni tampoco los públicos. No conozco al detalle la realidad educativa de Araba, pero sí bastante mejor la de otros territorios vascos. Conozco centros concertados de la órbita de Kristau Eskola con un numerosísimo alumnado de procedencia extranjera, con un nivel socioeconómico bajo, y que sin embargo realizan encomiables esfuerzos por dotar a ese alumnado de una enseñanza de calidad. Conozco ikastolas de la órbita de Partaide igualmente con alumnado de bajo nivel socioeconómico, y con una flexible política de gestión económica para dar salida a cualquier problemática familiar. Y conozco también colegios públicos que acogen principalmente a alumnado de nivel medio-alto, tanto económico como cultural, ubicados muy cerca de otros centros concertados como los que acabo de mencionar.

Tampoco son iguales todos los emigrantes. Y no me refiero sólo a lo económico, sino también a su cultura, a su identidad o a sus preferencias ideológicas. Todos sabemos que, a la hora de escoger un centro educativo, la ideología de las familias cuenta mucho, y esta afirmación no vale sólo para los autóctonos, sino para todo el mundo. Y al hilo de esto nos surge otra controversia: ¿Es mejor que el alumnado extranjero esté «repartido» entre centros diversos, para lograr así supuestamente una mejor integración de éste, o por el contrario sería preferible que algunos centros se especializaran en una oferta educativa que reforzara, o al menos que asumiera, la idiosincrasia de determinadas poblaciones, las cuales tienen también derecho a que el currículo educativo tenga en cuenta su identidad? He conocido personas con mayor conocimiento de la problemática de la población extranjera que yo, las cuales defienden tanto una postura como la otra.   

Por otra parte, no olvidemos que entender la integración de personas migrantes en el sentido de «diluir» sus características propias de identidad dentro de los parámetros de vida propios de país de adopción es un punto de vista que, como es sabido, se entronca en políticas derechistas, cuando no ultraderechistas.

Aun teniendo en cuenta todo esto, no puede negarse la existencia de indicadores que nos hablan de una realidad escolar necesitada de mejoras: que el acceso a determinados centros privados supone un elevado gasto no asumible por muchas familias, tanto migrantes como autóctonas, es un hecho constatado que requiere la adopción de medidas por parte de las autoridades educativas. Pero ojo: centros privados elitistas han existido desde siempre, y no son sino una consecuencia de la existencia de economías de libre mercado. Centros que, a la vez que sirven para concentrar una población escolar de nivel económico alto, ejercen a su vez un efecto recíproco sobre la realidad socioeconómica al configurar unos futuros ciudadanos adultos con una mentalidad acorde con su nivel social y con sus intereses de clase.

No cabe duda de que el sistema educativo debe, entre otras, cumplir la función de mitigar las desigualdades sociales de la población. Pero no dudemos tampoco que el cumplimiento de esta función no puede llevarse a cabo desde posturas esquemáticas que ignoren tanto la diversidad de personas y orígenes de las mismas como la realidad sociopolítica que, mal que nos pese, es la que tenemos. 

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