Eneko Herran Lekunberri
Licenciado en Sociología y vecino de La Ribera (de Deusto)

Another side of Zorrotzaurre

A día de hoy existe ya, al menos a escala del Gran Bilbao, una visión generalizada de un Zorrotzaurre idílico, una especie de tótem icónico que simboliza la tierra de las oportunidades, la promesa de un futuro esplendoroso, y, en definitiva, el desarrollo como inexorable progreso o avance con respecto a modelos y tiempos pretéritos.

Tal es la historia que te contarán si paseas en los barcos con guía oficialista o si hojeas por las hemerotecas de los múltiples diarios y revistas que se han hecho eco de esta suerte de guinda de la modélica reconversión postindustrial de esta «nuestra capital del mundo».

Más de 10 años de propaganda institucional y mediática (no sé si hoy día merece la pena tal distinción) han dejado su huella en el subconsciente colectivo de una ciudad ya de por sí tendente al ensimismamiento, de tal forma que ya nadie quiere mirar más allá de lo que le muestran. Y lo que nos muestran es todo beautiful, wonderful… Una maravilla hacia la que avanzamos de hito en hito, es decir, de maqueta en maqueta, de plano en plano, de plazo en plazo (todos ellos incumplidos, por cierto). Y así, entre engaños y medias verdades (el marketing y el papel lo aguantan todo) nos plantamos en una isla con dos puentes. De puente a puente, y tiro porque me lleva la corriente.

Así que esta historia es otra bien distinta, y no la encontrarás en los folletos propagandísticos ni en los dossieres municipales y paramunicipales diseñados para la caza de ingentes fondos europeos y/o jugosas subvenciones en el arte de vender humo. Si el idilio, el encantamiento, responden al eslogan del «Zorrotzaurre Creativo y la Isla del Conocimiento», ésta es más bien la historia del «ZorroFraude Kreatimo y la Isla del TodoCemento».

Pero empecemos por situarnos, que hasta para eso hace falta huir de un discurso oficial que hincha papada con palabras como «memoria histórica» mientras, desde un primer instante, se empeña en enterrar cualquier rasgo que implique arraigo y memoria, empezando por el propio nombre del lugar donde juegan a emplazar el futuro… Cualquier futuro.

Así, mediante una ceremonia de la confusión bien orquestada y mejor difundida que comienza con los conciertos de Aste Nagusia (qué mejor altavoz para divulgar la impostura) y la transformación de la explanada de Botica Vieja en la explanada de Zorrotzaurre por arte de birilibirloque, se consigue que el barrio de La Ribera pierda su nombre por el camino. Porque es La Ribera, o Ribera de Deusto si se prefiere, el nombre del barrio con más de 200 años de historia que formara parte de la Anteiglesia de Deusto hasta su forzada anexión a la Villa de Bilbao, allá por 1925. La misma Ribera que a mediados del siglo XX, con la construcción de un Canal que se quedó en dársena, sufrió el hachazo que la desgajó del resto de Deusto y, amputando alguno de sus barrios internos, como el de Euskalduna, desplazó a buena parte de sus vecinos para nada o bien poca cosa. Esa Ribera que a comienzos de los 80, con la caída del sector naval y la excusa de la crisis, quedó presa de una eterna promesa de futuro, detenida en el tiempo sine die.

Y es que fue ya por aquel entonces cuando se comenzó a evocar la figura de un Plan Integral de Actuación en toda la zona. Las mentes preclaras y lúcidos políticos de los primeros años del postfranquismo estaban ya en ello (la supuesta modernidad del desarrollismo es tan vieja como su propia existencia). Una promesa de futuro que a nosotros, los habitantes de la zona, lleva ya más de 30 años negándonos toda oportunidad de desarrollo presente: cualquier mejora en las infraestructuras del barrio quedaba supeditada al desarrollo de esa Actuación Integral siempre inminente y siempre postergada.

Pero no todo va a ser lamentaciones… Ese ostracismo también nos dio la oportunidad de vivir en un paraje singular y con un ritmo propio, ajeno al pulso acelerado de una ciudad que seguíamos teniendo al alcance de la mano; a forjar comunidad y poder (con)vivir de forma más propia de un pueblo que de una urbe; a sentirnos cómodos a pesar de las múltiples carencias porque, de alguna manera, el lugar nos pertenecía casi tanto como pertenecíamos a él. «Qué bonito ser de Deusto y vivir en La Ribera…» (Aunque no quedaran barcos, ni tampoco galleteras).

Todo eso es lo que, junto con el nombre, la marca «Zorrotzaurre» viene a llevarse por delante desde su irrupción con la entrada del nuevo siglo. Y lo hace como se hacen las cosas en estos «nuevos» tiempos, mediante el marketing y la propaganda acompañados de una planificación que no asume que entre el discurso de venta y el producto que se oferta puedan existir flagrantes contradicciones. Han aprendido que la publicidad no está sujeta a los límites de la realidad, así que utilizan su lenguaje sin disimulo. Al fin y al cabo, entienden la ciudad como un mero producto de compra y venta. Y además, qué ostias… Somos de Bilbao, ¡que no se diga!

Ahora, con la aprobación de un Proyecto de Urbanización que es un atentado contra toda lógica de regeneración así como una oda a la más pura lógica del negocio (business is business), se anunciará un nuevo hito en esa interminable sucesión de los mismos que amenaza con perpetuarse hasta el fin de los días. Volverán a contarnos las mil bondades del proyecto y a pasear ante nuestros ojos diversos fotomontajes de lo que llaman resultado final, pero no hablarán de que un gran trozo en la zona central de la futura isla (donde, por cierto, hay casas y gente viviendo) queda excluida en este documento, y por tanto postergada aún más si cabe, aun cuando se trata de la parte más degradada y con más necesidad de intervención. Una y mil veces nos hablarán de «movilidad sostenible» y para ello se apoyarán en la existencia de un único eje viario que atraviesa la isla de norte a sur y del tranvía como medio de transporte público, pero nadie mencionará que la ejecución de dicho eje y, por ende, la circulación del tranvía resultarán inviables hasta el final de los finales merced a la demencial programación de obras que avalan con este documento. Diseñan los dos puentes en las puntas de la futura isla para garantizar su autonomía rodada y el desarrollo del proyecto según las prioridades del volumen de negocio (léase, nueva edificación).

Se aprovechará para mencionar de nuevo los 20 pabellones que «preservarán la memoria industrial del barrio», obviando eso sí que la política seguida ha sido (y es) la de abandonarlos a su suerte y permitir que muchos de ellos estén ya irreconocibles y destrozados. Además, teniendo en cuenta que la mayoría se sitúa en las zonas más postreras de la ejecución… Resulta incomprensible que no se les haya dado un uso, aunque sea temporal, para lograr al menos un doble objetivo: el de su preservación (si es que de verdad se pretende mantener algo que evoque lo que fueron) y dotar de un poco de vida a las zonas más despobladas y abandonadas del barrio. Parece más bien que simplemente les da vergüenza ser ellos los encargados de certificar su demolición y prefieren que lo haga el propio paso del tiempo, junto a un más que previsible pillaje.

Curiosamente, sí que harán mención al tema de las naves industriales y los nuevos usos, pero lo harán para hablarnos de la «Isla Creativa», otro elemento importante de la planificación diseñado para hacer más entretenida la larga espera (el «mientras tanto») y aumentar caché y precios ante la futura clientela. Un modelo y un discurso clonado en mil rincones del planeta y que, al menos en nuestro caso, se construye una vez más sobre mentiras y medias verdades. Mentiras como la reutilización de naves en desuso, algo que en la práctica totalidad de los casos es radicalmente falso. Y en cuanto a la apuesta por la creatividad… Resulta muy difícil tomársela en serio cuando no se ha permitido su desarrollo en aquellos pabellones que, al menos sobre el papel, se salvarán de la piqueta, y donde, como decíamos, podía haber cumplido al menos un doble objetivo. Pero nada de eso… La «creatividad» se ha inoculado en torno a las actuales viviendas e insertado en el núcleo central de la comunidad existente, y, por más énfasis que se ponga en vociferar sobre la vida que está aportando al barrio, no recupera ni pabellones en desuso ni zonas degradadas, y eso que, por desgracia, en la actual península las hay a patadas. Sus repercusiones sólo tienen incidencia en la zona con vida previa, ocupando sus espacios y alterando sus ritmos, y quizás hay radique el encanto que tiene para quienes planifican y diseñan la transformación urbanística: interesantes en tanto agentes potenciadores de una especie de gentrificación lenta y amable, de carácter subliminal pero igualmente efectiva.

De un modo más obvio, esta colaboración apenas disimulada entre los planificadores y los nuevos gurú del arte como emprendimiento, este co-working entre las instituciones, grandes promotoras y diseñadores de experiencias estereotipadas sirve para que el espacio interior de la futura isla siga ejerciendo un papel de reclamo, de valor activo capaz de potenciar el interés por las primeras viviendas que se alzarán fuera de la misma, en la zona baja de Deusto y San Inazio. En definitiva, hoy son útiles como altavoz de la marca «Zorrotzaurre». En un futuro, quizás, lo sean como germen para encajar en la «parte vieja», en los bajos y en el entorno de las viviendas existentes, la totalidad de la oferta de ocio que la nueva miniurbe proyectada necesitará, sin duda, de llegar a realizarse.

Sea como sea, esta vanguardia de la ciudad clónica y esta cadena de hitos que se suceden los unos a los otros tratan de recordarnos que, de alguna forma, «el futuro ya está aquí». Es un mensaje fácil de digerir por parte de quienes desconocen el lugar o acuden al mismo de forma puntual. Es lo suficientemente amable como para que también tenga una buena aceptación entre los propios parroquianos. Pero la realidad es tozuda, y la reciente aprobación inicial del documento de Urbanización (con sus fases y desfases) viene a confirmar que, para los habitantes de La Ribera, para quienes día a día desarrollamos aquí nuestras vidas, el futuro seguirá siendo eso que, de momento «ni llega, ni se le espera».

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