Félix Placer Ugarte
Teólogo

Ante la vulnerabilidad global, solidaridad planetaria

Estamos ahora ante una de esas situaciones que está alterando nuestras habituales formas de vida y de relación y nos muestra la fragilidad de nuestra existencia.

Vivimos en un mundo interconectado para el bien y para el mal, donde todo está interrelacionado: las personas, los grupos y las cosas. Existir es convivir con los demás,  con la naturaleza, en el cosmos. Somos una inmensa red de relaciones, de energía comunicada donde dinamismos positivos y negativos nos invitan, como seres conscientes, a preguntarnos por nuestra forma de comprender y asumir esa energía que fluye y es nuestra vida.

Cuando todo parece ir favorablemente para el bienestar personal y social es necesario valorar nuestra capacidad y uso de los factores que lo originan para no acumular o malgastar lo que somos y tenemos. Pero esa actitud es especialmente importante cuando surgen problemas, dificultades, crisis que alteran nuestro modo de vivir y de entender la vida. Saber asumir, aceptar, gestionar esas situaciones no deseadas para hacerlas también un factor de  dinamismo, de creatividad es decisivo para nuestro proceso vital.

Estamos ahora ante una de esas situaciones que está alterando nuestras habituales formas de vida y de relación y nos muestra la fragilidad de nuestra existencia. La actual pandemia del coronavirus, tan rápida e imprevisible, nos ha situado ante la experiencia de nuestra vulnerabilidad. Nadie está inmune; afecta a un porcentaje muy elevado de personas, con mayor o menor riesgo de gravedad, pero con preocupantes consecuencias sanitarias, sociales, políticas, económicas locales y globales.

La vulnerabilidad, propia de la condición humana, adquiere significados y consecuencias diferentes según los contextos en los que se manifiesta. Hoy lo hace dentro de la globalización capitalista que constituye la pandemia más peligrosa y poderosa, ante la que nuestras defensas son muy limitadas. En efecto este virulento sistema ha impuesto e inoculado en la humanidad la preeminencia de  los intereses de quienes buscan acaparar los beneficios financieros a costa de una producción ilimitada, explotadora de la tierra y de la mayoría de quienes la habitamos. Su virulencia sistémica es implacable y mata.

Ante el coronavirus, hay un acuerdo generalizado de la necesaria conjunción de esfuerzos sanitarios, sociales, mediáticos, individuales y colectivos que, aunque con retraso, se están aplicando ya con sentido cívico y responsabilidad compartida.

Pero no ocurre lo mismo con la globalización capitalista que, a pesar de su fragilidad, no solo no se reduce, sino que aumenta su potencial local y mundial. Mientras hay voluntad política y social para erradicar la pandemia del coronavirus, el sistema generador de beneficios para una minoría a costa de una mayoría se autoafirma como la única fuerza válida para el progreso e impide alternativas para llegar a un «buen vivir», a la igualdad y la justicia para personas y pueblos. En consecuencia aumentan sus perjudiciales efectos entre los que el calentamiento global es uno de los más alarmantes para el conjunto de un planeta profundamente vulnerable por su sensible y delicado ecosistema.

Formamos un todo. Somos una red inmensa de relaciones interdependientes. Nos atraviesa una energía vital que da vida y conecta todo lo que existe. Pero esta formidable potencia vital no es inmune, sino altamente delicada. Puede alterarse de muchas formas y por múltiples causas endógenas y exógenas. Su vulnerabilidad se muestra hoy, entre otros síntomas aún más graves (hambre, pobreza, mortalidad infantil…), con la epidemia del coronavirus. No es la primera vez que una pandemia se extiende, pero las anteriores han sido locales o zonales; hoy es global y desde un lejano lugar de China ha afectado a todos los continentes.

Ante esa situación pandémica y en el contexto globalizador de un sistema tan negativo para el progreso y desarrollo armónico de la humanidad y sostenimiento del planeta la pregunta clave es ¿afrontamos nuestra vulnerabilidad con responsabilidad ética, política, social, cultural? Lo estamos haciendo ante el caso epidémico, pero no ante el sistema neoliberal que conduce las decisiones de los países poderosos y su beneficio excluyente.

Las respuestas son urgentes y de amplio alcance. No pueden limitarse a las necesarias medidas ante el coronavirus. La primera es planetaria: tomar conciencia de que nuestro planeta tierra –Ama lur– es una casa común en la que vivimos, convivimos y estamos unidos en un común proceso. La segunda es ecológica: cuidar la casa común –desde los cimientos que la sostienen hasta la capa de ozono que la cubre– y a quienes la habitamos, donde personas y pueblos tenemos derecho a vivir con dignidad. La tercera respuesta es holística: sentirnos miembros de un todo que nos interrelaciona en una profunda energía vital que nos hace mutuamente dependientes y cuya conectividad nos abre a un hondo sentido de comunidad planetaria.

Estas respuestas, de inmediatas aplicaciones prácticas, nos llaman a buscar una nueva civilización que, superando el camino erróneo explotador y devastador impuesto por intereses egoístas, nos lleve a vivir en una Tierra, casa común; al mutuo respeto y colaboración entre pueblos; a una economía guiada por las leyes de esa casa compartida; a relaciones interculturales de mutuo aprendizaje; a recuperar tradiciones y modos de vida que han quedado olvidados en la tecnológica sociedad del conocimiento del 4.0. y del progreso ilimitado. En definitiva, son necesarias nuevas actitudes donde la sinergia, la cooperación, la igualdad, la justicia la empatía, el cuidado de la naturaleza sean valores básicos para tejer una urdimbre de calidad de vida. En los actuales y preocupantes circunstancias tales actitudes y comportamientos nos aportarán coraje, libertad, fuerza, ayuda, motivación, esperanza y, sobre todo, un nuevo espíritu para superar no solo la pandemia del coronavirus, sino para construir una civilización que personas, grupos, pueblos anhelan y están realizando con múltiples iniciativas.

La crisis actual puede ser un especial momento de reflexión, un signo de los tiempos que nos descubre e invita a recorrer nuevos caminos y a adoptar comportamientos y formas de vida para una solidaridad planetaria.

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