Sales Santos Vera y Julio Urdin Elizaga
Coautor de “Comunidades sin Estado en la Montaña Vasca” y autor de “Encuesta etnográfica de la Villa de Uharte”

Antropologías de una vida-en-común

Se dan cuando menos tres versiones de la visión del hombre según tengamos en cuenta su procedencia biológica, sociológica o mental. Son inclinaciones interpretativas en las que predomina el componente material, cultural e ideal, según. Más tratándose del hombre, todas ellas toman en consideración la singularidad de este producto de la naturaleza capaz de crear a partir de sus bases sugerentes mundos paralelos nunca del todo al margen del conflicto buscando la conciliación. Fruto de ello surge la comunidad, antes que el individuo, como realidad articuladora de la relación. Es la primera instancia surgida de la necesidad misma, contando con que toda necesidad tiende a naturalizarse en los modos, al menos, tradicionales de la vida, como vimos ocurre en la communitas existencial o espontánea, previa y subyacente, a la normativa e ideológica (V. Turner); confrontada, la última, en las visiones materialista e idealista no dejando de ser en ambos casos, sino una cuestión competente al interior de la esfera espiritual, es decir, cultural. Diríase, por tanto, su punto de encuentro.

Instalados como estamos en esa zona de confort del dualismo bipolar, de blanco o de negro, de las izquierdas o de las derechas, de lo material o de lo espiritual, facilitadora del contraste por fisión en toda decisión que tenga como objetivo, por sistema, la mera apariencia de un cambio constante para que todo siga siendo más o menos igual, bien pudiera considerarse conveniente el echar un vistazo al recién desaparecido pasado, injustamente sentenciado por la Academia en su obsolescencia. Razón de ser de una ciencia tan cuestionada como su instrumento, el de la etnografía, ausente de los anaqueles de la librería comercial dónde otrora llegara a contar con sección propia: la de la antropología. Motivo que, ciertamente, nos ha obligado a buscar en librerías de viejo, material del desecho cognoscente, encontrando en una de ellas un libro de síntesis sobre estas cuestiones desde el punto de vista filosófico: aquel del "El marxismo ante el hombre", de C. I. Gouliane, en la década de los setenta del siglo pasado director que fuera del Instituto de Filosofía de Bucarest.

(Por cierto, llama la atención la procedencia del expurgo: una zaragozana Biblioteca de Capuchinos sita en el Paseo de Cuellar, obrando, supongo, como consecuencia en su momento del manifiesto impulso ecuménico, la secularizada dialógica, que hoy en día tanto se echa en falta, aunque la procedencia, dicho sea por otra parte, se encuentre en una reciente fundación conventual cuyo origen fuera el homenaje del régimen fascista a la participación italiana en el conflicto de la guerra civil española).

El marxismo siempre ha tendido a contar con el «hombre» como centro de su praxis y reflexión. Aunque, en este sentido, sea una ideología que gira en torno a un eje más próximo a la ciencia antropológica, si es que esta existe, que a la tradición humanista. O eso, al menos, en el deseo. Hay, no obstante, una antropología para cada uso: biológica, política, social, económica, cultural y evidentemente también, como no podía ser menos, filosófica. La de este autor rumano se encuentra mediada por el pensamiento de Marx y de Engels, principalmente, asentada sobre el mundo de la necesidad y valor del trabajo. Algo que parece ser hoy se encuentra a distancia de las prioridades del papel a desempeñar por una supuesta clase revolucionaria abocada a cierto grado de nihilización. El trabajo como bien escaso, en buena medida a repartir, ya no viene a garantizar el horizonte de «felicidad» que en su día el socialismo demandase como bien patrimonial del sujeto que habría de emanciparse autonomizándose del capital. El «trabajador», figura señera y destacada del socialismo, que también lo hubo sido para un literato en las antípodas del mismo, Ernts Jünger, como tal, nunca en ningún lugar del mundo, ha abandonado el papel subalterno asignado dentro del proceso productivo, sea quien fuere quiénes lo dirijan beneficiándose al mismo tiempo de ello. Pero en su humana conditio otro era el papel considerado por los fundadores en el desempeño de un objetivo al alcance de su mano: cambiar la realidad del mundo heredado.

Partiendo de lo recogido en La ideología alemana, obra de Marx y Engels, Gouliane ratifica el hecho de que «hasta ahora, el hombre siempre se ha formado una falsa imagen de sí mismo, de lo que él es o de lo que debería ser». Para su corrección la filosofía marxista propone tener en cuenta el que «la necesidad de conocer y el valor que se atribuye al conocimiento han nacido de este conjunto de necesidades varias agrupadas en torno a la actividad material que implica la sumisión a la naturaleza... [Así] los valores espirituales nacieron con el hombre, y no es posible separar la génesis de los valores de la génesis de la humanidad... [Por lo que] según la concepción marxista, la antropología es una ciencia particular, independiente, a la vez biológica y social».

Pues bien, esta ciencia que parte de un uso interesado de lo material reserva asimismo un importante papel al actualmente banalizado, por otras circunstancias de cariz e índole política, folklore. El folklore viene a ser la filosofía del pueblo, de ahí su importancia cuando escribiendo sobre el mismo al principio de su ensayo de antropología filosófica indica que «incluso antes de la aparición de la filosofía en una sociedad dividida en clases, y en el curso de la historia de esta sociedad, las masas populares se forjaron espontáneamente una concepción del hombre, del sentido de la vida, del valor y del destino del hombre». Esta concepción: «Se nos manifiesta en la riqueza del folklore primitivo y del folklore universal. Esta concepción que las masas se hacían del hombre se fundaba, desde los tiempos más remotos, en las necesidades de la vida y del trabajo en común, lo cual le confirió siempre una cierta gravedad y le dio también fe en la vida y en el hombre».

Con cierta desmedida ambición, estas «antropo-logías», como visiones de la experiencia vital comunitaria, demandaron ser recogidas en los trabajos que hace años iniciáramos, reuniendo, en la medida de nuestras limitadas posibilidades, las vivencias en forma de información de la vida-en-común. Y decir esto, significa también, que al margen del uso político, relacionado con intereses colonizadores e imperiales dados, de esta ciencia denominada antropología, nuestro trabajo participa de esa otra acepción recogida por la antropóloga Kate Grehan, en su estudio sobre el pensamiento de Gramsci, de que «después de todo [sea] una disciplina que se desarrolló específicamente en torno a la cuestión de cómo se veían las cosas desde una perspectiva distinta de la de Occidente y de la modernidad, y de cómo se hacían las cosas en esos otros mundos», que –añadimos– en buena parte también fueran los nuestros recién desaparecidos.

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