Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

Apuntes para una república vasca. Jóvenes y mayores

En toda época, el paisaje demográfico ha sido difícil de analizar. En general, guerras y enfermedades parecían programadas constituyendo un efecto normalizador lineal de la supervivencia, fenómeno natural de cualquier colectivo viviente, animal y/o vegetal.

Desde el comienzo de la I Guerra Mundial, la demografía conoce la aceleración de fenómenos de modificación imprevisible de la población de la Tierra. La mujer hasta el final de la II Guerra Mundial se empodera progresivamente de su papel de reproductora después de aclarar su papel en la sociedad batiendo felizmente al patriarcado que, hasta entonces, exigía a la mujer cumplir, sin opinar, con su papel de prolificadora. La producción de productos reguladores de la reproducción de la especie facilitó esa reacción social. El resultado es hoy el de una población más longeva difícilmente compensable por jóvenes generaciones, razón por la que la determinación presupuestaria de los Estados cambia de orientación.

En un reciente artículo, Joaquín Estefanía diserta sobre el interés relativo puesto, por la sociedad política, en satisfacer «voraces viejos» frente al «atraco de los jóvenes». Toda la política está definida en función del número de votantes, lo que conduce a preocuparse más de ayudas a mayores, cada vez más longevos, lo que supone economías en las ayudas a los jóvenes.

Las eras de la historia estaban delimitadas por sucesos marcantes para la humanidad, tales como las primeras escrituras, la difusión de obras impresas, el descubrimiento de América, la Revolución Francesa. El final de la II Guerra Mundial, generadora de alianzas entre bloques doctrinalmente tan diferentes como los USA y la URSS con China más tarde, marca el comienzo de una nueva era.

Generaciones de cortos períodos de duración dieron y dan lugar a perfiles demográficos inmaterialmente variables.

La generación Silencio (1930-1948) es la de personas que cultivan valores de respeto y lealtad. Quizá demasiado conservadores. Practicantes del ahorro, son respetuosos con las reglas.

La generación Boomer (1949-1968) sería comprometida, autosuficiente y competitiva, generadora más de líderes que de élites.

La generación X (1969-1980) creció con avances tecnológicos. Vidas activas, equilibradas que acabaron con la clase media conformista.

La generación Y, habitada por los millennials (1980-1993), ecoboomers que recogen la herencia de sus padres, baby-boomers. Se han familiarizado con las tecnologías digitales. Representarían cerca del 20% de la población y buscan el equilibrio entre el trabajo y la vida personal. No desean periodos largos en el mismo trabajo y prefieren el trabajo en equipo. El alto coste de la vivienda acrecienta su frustración de no poder alejarse de la dependencia familiar. Si una encuesta de 1992 reveló que el 78% de las mujeres planeaban tener hijos, veinte años después solo el 42% lo deseaba (encuesta Wharton). En cuanto a la vivienda, el 50% de la generación desea vivir en grandes ciudades o en colonias urbanas (encuesta Nielsen).

La generación Z (1995-2000) se siente solidaria de la tecnología y de la práctica normalizada en todos los medios sociales con una disminución de la clase media, lo que corresponde al crecimiento de la clase alta pero también de la clase baja. El acceso a internet se realiza a edad temprana, así como a teléfonos inteligentes que corren el riesgo de frenar el desarrollo infantil. El uso de redes sociales se agrava, el 80% de personas que acceden a ellas piensan detenidamente lo que esas redes publican (Walter y Thompson). El 80% de la generación Z cree que es necesario obtener un título universitario para alcanzar sus metas.

La generación Z prefiere el contacto persona-persona a la interacción en línea, y buscan en el trabajo un sentimiento de emoción que ayude al mundo a avanzar.

Entramos en la próxima generación, la generación Alpha, que está prevista como la más dotada de tecnología y, probablemente, la más rica de todos los tiempos (Alex Williams, "The New York Times").

Volviendo a la generación Z, sorprende el desfase permanente entre variaciones de parámetros diversos representativos de nuestra civilización de las más globales como el hecho que nos sigan enseñando la física newtoniana en pleno espacio cuántico. La sociedad parece confiar su poca disposición a variables estructurales por ella incontrolables.

Seguimos en un mundo en el que las nuevas lógicas están en cada esquina. Es así como encontramos personas jubiladas mayores que desean seguir trabajando por el placer de trabajar junto a otras que encuentran la edad de la jubilación demasiado retrasada. La sociedad debe saber asimilar cualquiera de los dos deseos.

El edadismo genera toda clase de especulaciones debidas a la relación imprevisible entre la edad y el final de la vida. A principios del pasado siglo la esperanza de vida estaba en 43 años, ahora en 83. La esperanza de vida al jubilarse en los años 60 del siglo precedente era de 5 años, ahora es de 21 años.

La generación Alpha aparece planteándose una pregunta de carácter social: ¿cómo gestionar políticamente la variabilidad de un dato estructurante como la duración de la vida? En ningún caso con la prioridad al mayor de edad que provoca la sensación de indiferencia al joven en un mundo en el que la longevidad acrecienta la convivencia entre generaciones.

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