Argala, gogoan zaitugu!
Tal día como hoy hace cuarenta y cinco años Argala era asesinado a manos del Batallón Vasco Español.
El 21 de diciembre de 1978, poco antes de las 09:00 horas, José Miguel Beñarán Ordeñana, alias Argala –en euskara «flaco», en alusión a su complexión física–, a la edad de veintinueve años, fallecía de inmediato al estallar una bomba lapa acoplada a los bajos de su Renault-5 en el parking de L'Orée du Bois en la localidad de Angelu, Iparralde. Pero, ¿quién fue realmente Argala, fuera del mito generado a lo largo de los años, y a qué se debe el trágico final recién expuesto? Mediante este artículo nos aproximaremos a la vida, el pensamiento y la acción de uno de los militantes más influyentes en las izquierdas soberanistas contemporáneas.
Nacía el 7 de marzo de 1949 en Arrigorriaga, Bizkaia, en el seno de una familia obrera con inquietudes abertzales y comunistas. No obstante, fruto de la educación de su tiempo, durante la infancia y parte de la adolescencia asumió los principios del Movimiento Nacional y el nacionalcatolicismo, idolatrando la figura de José Antonio Primo de Rivera, considerando a los rojos una horda de ateos, violadores y asesinos –en sus propias palabras– y sin prestar ningún tipo de atención a la cuestión nacional vasca ni a los conflictos sociales, incluso de su entorno más cercano, cuya mera existencia desconocía. Asimismo, tampoco hablaba ni entendía el euskara, lo que llegaba a dificultarle la comunicación con una parte de su familia, aunque no le generase complicaciones en el día a día, puesto que gran parte de la población de Arrigorriaga procedía de otras partes del Estado español.
Al igual que tantas personas, a través de la religión iniciaría su transformación ideológica, comenzando a militar hacia los diecisiete años en la Legión de María, una organización vinculada a la Acción Católica, involucrada en la miseria social, que le permitiría ir entendiendo la división de la sociedad en clases, conocer el sufrimiento de la clase obrera y poder ahondar en sus causas. En este proceso, integrándose en las luchas sociales y leyendo, acabaría perdiendo definitivamente la fe al ser consciente de la raíz del problema que atravesaba a la clase obrera, asimilando el antagonismo que subyace al modo de producción capitalista y abandonando la perspectiva vivencial e idealista para adoptar otra científica. En busca de soluciones posibles a la problemática social y herramientas de análisis pragmáticas, se acercaría al marxismo-leninismo. De esta etapa caben destacar especialmente sus reflexiones escritas a modo de diario, en ocasiones en forma de poemas de inmensa profundidad, práctica que le acompañaría siempre.
Al mismo tiempo, adquiría conciencia nacional vasca y asumía su sometimiento por parte de los Estados español y francés, coincidiendo con la aparición de ETA como organización patriota y socialista, ligada al resurgir social de esta conciencia nacional, también en su pueblo natal. Así pues, con pleno conocimiento de causa, decide ingresar en ETA, organización en la que permanecería hasta su asesinato, donde crecería como militante a todos los niveles, llegando a formar parte de la dirección de la misma.
Dentro de ETA, una vez hubo dado el paso a la clandestinidad, quizá lo más conocido, mitificado y en ocasiones desdibujado, fue su participación en el atentado contra Luis Carrero Blanco, considerado por muchos como heredero del Régimen, el 20 de diciembre de 1973, desde su gestación hasta la consumación, atribuyéndosele personalmente el accionamiento de la carga explosiva que acabaría con la vida del Presidente del Gobierno, su escolta y el chófer. Debido a ello pasaría el resto de su vida en el exilio.
Asumiendo estos hechos y su importancia, destacarlo como lo más relevante de su paso por la organización sería caer en un ejercicio de reduccionismo que no se puede permitir y debe ser combatido a base de teoría revolucionaria, puesto que probablemente lo más reseñable de su militancia en ETA fuese el papel que adquirió en la VI Asamblea cuando se planteaba el choque entre la cuestión social y la nacional, del mismo modo que se está produciendo desde hace unos años en el seno de diversas organizaciones juveniles soberanistas por todo el Estado.
En este sentido, al someterse a debate la compatibilidad de las luchas por la liberación nacional y por la revolución socialista, así como la necesidad de dar prioridad a una de ellas, Argala despunta planteando el independentismo vasco desde un análisis marxista bien argumentado que sostenía la precisión de la unidad en la lucha, partiendo de la asimilación del carácter internacionalista intrínseco a la lucha de clases y la práctica de la solidaridad de clase. Sucedería lo mismo con la disputa suscitada acerca del empleo de la violencia revolucionaria, tildada por el sector obrerista –de corte trotskista– como una herramienta de lucha pequeñoburguesa. Él, sin embargo, como Marx y Engels en el mismo Manifiesto comunista, la concibe como necesaria, asumiendo el dolor que genera para todas las partes que se ven afectadas por su desarrollo. En este contexto destacan especialmente dos frases icónicas: «Los trabajadores vascos no somos ni españoles ni franceses, sino única y exclusivamente vascos, y lo que nos une a ellos no es pertenecer a una misma nación, sino a una misma clase» y «la burguesía recurre a las armas cuando ve en peligro sus privilegios, lo que induce a pensar que si la clase obrera no se plantea el problema en términos semejantes, tendremos ocasión de presenciar muchas matanzas y pocas revoluciones». Con todo y con eso, consciente de la complejidad que supone la lucha armada, defendió fervientemente la labor de KAS como instrumento de cohesión para organizar a la clase obrera vasca, que consideraba como el auténtico sujeto político verdaderamente revolucionario.
Otra frase que nos permite resumir muy brevemente su pensamiento es: "La mejor forma de cultivar el internacionalismo es avanzar el proceso revolucionario y social allá donde haya condiciones para ello". Aunque seguramente la cita más famosa de Argala sea: «Denok eman behar dugu zerbait gutxi batzuk dena eman behar ez dezaten», que personalmente, pese a que no sea literal, me gusta traducir como: «todos tenemos que dar un poco para que unos pocos no tengan que darlo todo».
Y es que Argala fue una de esas personas que lo dio todo, hasta la vida, una vida entregada plenamente a la lucha por Euskal Herria y la clase obrera, con los medios que tenía a su alcance en una situación determinada y una capacidad de estudio y análisis envidiable, hasta llegar a las últimas consecuencias, matar y morir. De este modo se tornaría una figura simbólica que representaba la caducidad del sistema, que había conseguido atentar contra la estabilidad del Estado en plena dictadura franquista y se convertía en motor de conciencia frente al orden social en los inicios de la Transición. Así pues, ya no era un revolucionario más, sino un icono peligroso, por lo que, a modo de homenaje a Luis Carrero Blanco, cinco años y un día después del atentado, acaba siendo asesinado por un grupo de mercenarios a sueldo.
No obstante, su muerte no supuso su eliminación; al contrario, sirvió para que su recuerdo fuese imborrable. Miles de personas se reunieron para despedirle en diferentes puntos de Euskadi durante los siguientes días en manifestaciones que acababan siendo disueltas mediante brutales cargas policiales. Argala había pasado a convertirse en patrimonio; no del Pueblo vasco; ni tan siquiera del independentismo; tampoco del marxismo en específico; sino de la clase obrera a nivel internacional, y ahí quedarán siempre todos los documentos que rodean la VI Asamblea y nos ayudan a realizar análisis de coyuntura todavía hoy, así como tantos testimonios de quienes compartieron vida con él que nos hablan de una persona sencilla, sensible, con una profunda vida interior y, ante todo, comprometida desde los aspectos más simples de la cotidianidad.
Este artículo es solo una introducción. A quien desee profundizar en la vida, el pensamiento y la acción de Argala, le recomiendo la lectura y el estudio de "Los vascos, de la nación al Estado", autobiografía política publicada en francés como prólogo al libro "Nationalisme et question national au Pays Basque" de Jokin Apalategi, fuente de consulta principal para la redacción de este artículo; el estudio exhaustivo de la diputada de EH Bildu por Gipuzkoa Mertxe Aizpurua editado por Astero bajo el título "Argala pensamiento en acción: vida y escritos"; el libro “Operación ogro”, escrito por Eva Forest tras entrevistar a los integrantes del Comando Txikia y publicado con el seudónimo Julen Agirrre y el número 156 de la revista "Punto y hora de Euskal Herria", dedicado al primer aniversario de su muerte. Asimismo, cabe prestar atención al último documento de audio interno de las Gestoras Pro Amnistía grabado por Argala con fines formativos el día anterior a su asesinato, en el que realiza un análisis minucioso del proceso de Transición y plantea una hoja de ruta revolucionaria a seguir.