Atención Primaria: ¿Bazar de enfermedades o Centro de Salud Integral?
El estrés se define como cualquier situación que amenace la estabilidad del medio interno corporal –temperatura, oxígeno, glucosa, iones…– y comprometa su funcionamiento y su supervivencia. El cuerpo responde a la amenaza con la activación del sistema nervioso simpático, adrenalina y noradrenalina y del sistema hormonal relacionado con el cortisol. Si bien la respuesta a esta amenaza puede producir síntomas que son motivo de consulta frecuente en atención primaria (AP), como cansancio, palpitaciones, desvanecimientos, mareos, lumbalgias, diarreas…, el estrés crónico a largo plazo puede favorecer el desarrollo de muchas enfermedades; el estrés en sí mismo no es una enfermedad, e incluso a una dosis moderada tiene un efecto activador positivo.
Los agentes físicos externos, como infecciones, traumatismos… activan la respuesta del cuerpo al estrés y estos, a su vez, generan los agentes psicológicos que interaccionan y modulan esa respuesta inicial provocada por el agente físico externo. Por ejemplo, ¿quién no sintió miedo, preocupación, incertidumbre, ante la infección por covid? ¿Se podría entender la respuesta del cuerpo a la infección, el estrés al que está sometido, sin tener en cuenta estos aspectos psicológicos?
Los agentes psicológicos (o físicos internos), como las emociones de miedo, angustia…, generadas, por ejemplo, por el covid o por pensar que el avión en el que viajo se va a caer, son suficientes para activar la respuesta al estrés. Y a su vez, son también capaces de modular la respuesta al estrés desencadenada por un agente físico externo. Así, por ejemplo, la desaparición del dolor que se produce tras la administración de un medicamento sin actividad farmacológica –conocido como efecto placebo– se debe a la liberación de endorfinas como la morfina endógena, debido al estado psicológico de confianza generado en el paciente. No es que el dolor no fuese real ni que se tratase de un síntoma imaginario.
La evidencia científica avala la necesidad de realizar un diagnóstico integral y sumativo que especifique el peso que cada factor físico, psicológico y social tiene en el síntoma y en la enfermedad del paciente. Esta integralidad es una de las razones de ser de nuestra especialidad. El médico de familia es el director de orquesta que da entrada a los distintos virtuosos, enfermeras, psicólogas, fisioterapeutas… Sin esta integralidad, los centros de AP se convierten en meros bazares donde se consume enfermedad y se compartimenta a la persona en especialidades.
El diagnóstico integral precisa por supuesto de más recursos. Y a cambio, realizará mayores aportaciones a la salud:
Primera. Mayor eficacia en la promoción de hábitos de vida saludable. Para empoderar a la ciudadanía en el cuidado de su salud necesitamos tener en cuenta a la persona en su etapa vital personal y en su contexto sociolaboral.
Segunda. Mejora en el diagnóstico precoz de situaciones estresantes, que pueden ser el primer aviso, síntoma, de escenarios muy complejos. Situaciones como la violencia de género o la de ese preocupante 60% de jóvenes que tienen pensamientos suicidas o autolesivos. Es poco creíble que estas personas, o sus familiares, no acudan repetidas veces a la consulta a causa de los malestares y síntomas producidos por la respuesta corporal al estrés.
El problema consiste en que el actual sistema dualista, que separa lo físico de lo psicológico y está cegado en la enfermedad, y que por supuesto precisa de menor tiempo de consulta (10 minutos pueden ser suficientes), no permite entender y contextualizar los síntomas y malestares que presenta el paciente en su contexto vital; por lo que ante la ausencia de enfermedad física o psíquica, se administran fármacos como analgésicos, antiinflamatorios, ansiolíticos… sin que se solucione el problema, forzando así a los pacientes a acudir repetidamente a la consulta y medicalizándolos infructuosamente. Un modelo sanitario que se basa en una AP centrada en el modelo dualista que pretende separar lo inseparable, biológico y psicológico, está condenado al fracaso.
Tercera. Mejora en el cuidado de la fase final de la vida. Esta última fase que finaliza con la muerte no es una enfermedad, y nos afecta a todas las personas, por lo que todas deberíamos ser atendidas en nuestras necesidades tanto físicas como psicosociales-espirituales, que muchas veces son comunes en todos: dolores, cansancio, inquietud, miedos, asuntos pendientes de arreglar… Casi la totalidad de los casos podrían ser manejados desde AP, pero hace falta recursos, tiempo, personal, organización…. Y para los casos más complicados ya disponemos de las unidades de cuidados paliativos hospitalarios.
Por supuesto, es y sería preciso evaluar los resultados en salud de estas actividades. Pero para ello, es necesario la creación de por lo menos un centro de excelencia de AP, compuesta no solo por médicos de familia, sino también por epidemiólogos, sociólogos, estadísticos… donde se creen indicadores de calidad adecuados y se puedan evaluar los procesos y resultados en salud (datos desconocidos hasta el momento en atención primaria) e impulsar las investigaciones necesarias para ello.
Los actuales gestores de Osakidetza coinciden con sus predecesores, en su compromiso de fortalecer una AP en la que la salud integral no es una prioridad. Solo así se entiende que una de cada cinco plazas de la OPE de estabilización de médicos de AP no tengan asignado un cupo propio, que imposibilita la atención continuada de los pacientes por un mismo profesional.
De momento, la única diferencia entre los gestores actuales y sus predecesores es el cambio de talante, lo que siendo de agradecer, no es de ninguna manera suficiente. ¿Qué opináis, que van a fortalecer el Bazar de enfermedades o acabarán por atender las necesidades de las personas y apoyarán el Centro de Salud Integral?