Josu Iraeta
Escritor

Aurrera bolie

Probablemente el señor Rajoy carece de la necesaria preparación para asumir una responsabilidad histórica como la presente, o en su defecto, quienes le mantienen en la Moncloa no se lo permiten. Da lo mismo. Lo cierto es que el conjunto de la sociedad abertzale percibe que ha llegado el momento de tomar decisiones y llevarlas a la práctica. Decisiones acertadas, serias e irrevocables. Decisiones que deben sumar lo necesario para llegar donde queremos.

La aceptación de una serie de verdades, reales o supuestas, sin otra base que la autoridad o la confianza que se otorga a quien las comunica, es tan habitual, resulta tan ineludible en la adquisición de conocimientos, que bien podría calificarse como un «acto de fe laico».

De ahí lo asombrosa que va resultando la propensión que tienen muchas personas a entender la realidad, no como la ven o perciben, sino como se la cuentan otros. Así pues, el acto de fe no es ya creer lo que no vemos, sino creer que lo que estamos viendo es como nos lo cuentan.

Esta reflexión puede derivar, claro, pero yo pretendo subrayar que este «acto de fe laico», tiene su génesis en la desconfianza personal, en la falta de criterio, en la debilidad y falta de madurez de uno mismo. Aceptando siempre la supuesta autoridad externa. Y esto es peligroso, muy cómodo cierto, pero peligroso.

Otra derivación sumamente importante, y esta no personal pero sí de nivel social, se está dando durante las últimas décadas, en la aceptación del evidente divorcio entre el mensaje y la praxis de la derecha abertzale en el sur de Euskal Herria.

Es dañino y peligroso, porque se prescinde de la propia capacidad, aceptando y adoptando como verdad lo que nos va entrando por la puerta de la falsedad, que nosotros, de manera displicente mantenemos abierta.

Algo semejante ocurre cuando el señor. Rajoy asegura no tener conocimiento alguno de la podredumbre que impera en su partido, está tejiendo estrategias regidas lejos del cultivo de la inteligencia y el sentido común. Busca cumplir con una conciencia que sólo es fiel al imperativo categórico del poder. Razón suficiente para que él y su gobierno –experto como su maestro Aznar– en violar derechos y aplastar libertades, haya olvidado que el simple hecho de votar es condición necesaria en democracia, pero no suficiente para asegurar la calidad moral del sistema.

Una democracia constitucional debe sustentarse en la pluralidad de partidos, en elecciones libres y competitivas, en la división de poderes, en la soberanía popular. Es decir, en la garantía de los derechos fundamentales y libertades públicas.

En el sistema que opera hoy en el Estado español, la historia de los últimos cuarenta años demuestra que la elección de sus gobiernos no se proyecta desde el plebiscito de las masas, sino en la supuesta imparcialidad de los jueces.

Los parlamentos que suponen la médula del sistema, son simples apariencias, sucedáneos, que sirven como eco al poder insaciable.

La división de poderes, en la práctica política queda absolutamente difuminada, muy lejos de la realidad. En cuanto a garantía de derechos y libertades, en un lugar como el Estado español, donde escasean los jueces independientes, es imposible que la justicia que imparten pueda ser justa.

Es por todo esto que, en estas condiciones, una llamada a las urnas, es mofarse de la democracia, y sólo sirve para saciar, legitimar y proteger al imperativo del poder y sus colaboradores.

Desde mi óptica, situado aquí en Navarra, es evidente que en este conflicto político casi nada es lo que parece. Para el gobierno de Mariano Rajoy, la táctica «aznarista» sigue siendo válida. Así pues, no existe el llamado conflicto vasco, cuando lo cierto es que, el conflicto radica en que tanto ellos como sus colaboradores, pretenden ignorar que la mayor parte de los vascos afirman no ser españoles, añadiendo que quieren ejercer de lo que son, vascos.

En un sistema que se dice democrático es inaceptable, es vergonzoso, cínico, incluso teatral, plantear a estas alturas del saber y el conocimiento, que el nudo gordiano de la convivencia entre dos países vecinos como España y Euskal Herria, y habiendo «desaparecido», ETA como organización, político-militar, radica en una imperiosa necesidad ética: el «relato», el suyo, con lo que pretenden ocultar las carencias del régimen que imponen desde Madrid.

Debo reconocer que me resulta lamentable, el que, desde tribunas de prestigio, desde posturas consideradas doctas y sapientes, se defienda un proyecto que impone un determinado nacionalismo –el español– y sin sonrojo alguno, calificar de excluyente al que exige el reconocido derecho a ejercer la libre determinación.

Quiero recordar que el recurso permanente a la memoria selectiva conlleva el riesgo evidente de generar atrofia cerebral, por prescindir deliberadamente de parte del mismo. Es sin duda un riesgo aceptado por algunos intelectuales, lo que en mi opinión evidencia que lo consideran rentable. Sin duda es cuestión de principios.

Algo similar le ocurre a este señor. Rajoy –contumaz manipulador de la Constitución–, que «todavía» reside en La Moncloa. Quizá debiera recomendarle la lectura de "El Arte de la Guerra". Una obra del general chino Sun Tzu, considerado el mejor libro de estrategia de todos los tiempos.

Este libro de dos mil quinientos años de antigüedad, es uno de los más importantes textos clásicos chinos, en el que, a pesar del tiempo transcurrido, se demuestra su vigencia y utilidad actual. Máxime si extrapolamos las estrategias bélicas que aporta, al mundo de la política, que es de hecho, el deseable campo de batalla del presente.

Esto se debe a que la obra del general chino no es únicamente un libro de práctica militar, sino un tratado que enseña, la estrategia de aplicar con sabiduría, el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. Es pues, una obra para comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución.

Probablemente el señor Rajoy carece de la necesaria preparación para asumir una responsabilidad histórica como la presente, o en su defecto, quienes le mantienen en la Moncloa no se lo permiten. Da lo mismo. Lo cierto es que el conjunto de la sociedad abertzale percibe que ha llegado el momento de tomar decisiones y llevarlas a la práctica. Decisiones acertadas, serias e irrevocables. Decisiones que deben sumar lo necesario para llegar donde queremos.

Un viejo amigo, guipuzcoano, buen deportista y mejor persona, que murió lejos de los verdes bosques que tanto quería, antes de abandonarnos para siempre, nos «regaló» una frase, una frase con la que hoy he querido prestigiar la cabecera de mi artículo: «Aurrera bolie».

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