Josu Iraeta
Escritor

Bailan con los bancarios, pero se acuestan con los banqueros

Una vez más nos encontramos ante la necesidad de ofrendar el modesto estatus social adquirido durante muchos años de lucha y trabajo, observando cómo las generaciones de vascos con mayor cualificación académica de nuestra historia son abandonados en un «limbo» que conduce a un futuro más negro que oscuro.

No es frecuente que yo lea atentamente artículos de prensa –no importa el autor– ya que normalmente me limito a saltar de un párrafo a otro, tratando de extraer el «jugo» con poco esfuerzo.

Uno de los pocos que últimamente me he «tragado» entero, es uno publicado en zuzeu.eus firmado por Adolfo Muñoz «Txiki».

Quiero aclarar –por si fuera necesario– que el hecho de que no sea «feligrés» de ELA, nunca ha sido impedimento para prestar atención a sus mensajes. Y, créanme, lo he venido haciendo a lo largo de los años.

El núcleo, la «muña» del artículo de Muñoz, es una reflexión, una realidad que he analizado en varias ocasiones.

Es cierto que un importante sector de nuestra sociedad, con formación suficiente para observar, analizar y llegar a conclusiones certeras de la situación, de lo que está ocurriendo y lo que se presume puede llegar, parece estar levitando. Ajeno a su entorno, a la sociedad de la que es parte importante. Sinceramente, tengo la esperanza –no la convicción– de que se sumen, de que dejen de ser espectadores en el naufragio general de valores en el que nos vemos sumidos desde hace mucho, muchísimo tiempo. Amenazados por un futuro manifiestamente sombrío, que me induce a recordar a un laureado y eficaz «ingeniero emigrante» llamado José Ignacio López de Arriortúa, experto en diseño y fabricación de automóviles, que acuñó la tan cínica como desafortunada frase: «señor trabajador».

Hoy, ante el evidente desmantelamiento gradual del poder del Estado y de sus instituciones sociosindicales, fruto inequívoco de la cruel y victoriosa ofensiva del «mercado» y la especulación financiera incontrolada e incontrolable, opino que nos están llevando –sin muchas sutilezas– a una situación que bien pudiera considerarse, próxima a la «década de los setenta» del pasado siglo.

No podemos negarlo, somos parte de un universo entregado al credo intangible del enriquecimiento, la competitividad y la satisfacción individual. Hoy los herederos del ultraliberalismo, la mundialización y el mercado global, artífices y gestores de la «anemia de clase» que actualmente padecen los trabajadores, observan cómo, persisten «todavía» ofreciéndose para lograr el fin de nuestras desdichas. Para ello y ante la incredulidad de sus víctimas, mantienen su discurso; es necesaria la multiplicación de los bienes de consumo, la modernización y la mayor fluidez de los circuitos de distribución de riqueza.

Esto que nos ofrecen, hace imprescindible el mayor desarrollo de las posibilidades «creadoras» del poder financiero, tecnológico e industrial de las élites. Lo que supone desembarazarse de las trabas del proteccionismo, del costo insoportable de los programas de ayuda social, y de las leyes «caducas» respecto a la seguridad del empleo.

Volviendo a las diversas élites que componen el famoso y repugnante «mercado» continúan afirmando que para crear nuevo empleo hay que liberalizar más –todavía más– la actual regulación del mismo, favorecer la competitividad de la industria mediante el libre despido, los contratos laborales por horas –incluso dos diarias– la deslocalización y el flujo de capitales sin restricciones.

Ya lo ven, una gran parte de la sociedad deberá analizar si su nivel de vida es el que «le corresponde». Una vez más nos encontramos ante la necesidad de ofrendar el modesto estatus social adquirido durante muchos años de lucha y trabajo, observando cómo las generaciones de vascos con mayor cualificación académica de nuestra historia son abandonados en un «limbo» que conduce a un futuro más negro que oscuro.

Soy consciente de que la salida debe ser muy estructurada y que un sector de la sociedad, por importante que fuera su peso específico, no será determinante, pero, el acojonamiento y silencio de numerosos intelectuales ante esta sucesión de verdaderas catástrofes sociales, unido a su incapacidad de analizarlas sin recurrir a esquemas simplistas que apestan a pesebre, son –en mi opinión– no sólo denunciables, creo que algo más merecen. No debiera extrañar pues, que esta actitud pasota y vergonzante sea recibida con aplauso en el ámbito intelectual de la derecha, sea ésta, vasca o española.

Lamento decirlo, pero, creo firmemente en la depredación –uniformemente acelerada– y el envilecimiento de una parte de esta sociedad sin criterios. Tampoco quiero olvidar que el refugio en la ética individual no es suficiente. No es suficiente porque no permite «por sí sólo» la elaboración de una estrategia articulada de resistencia y enfrentamiento, ante el futuro decadente que se aproxima.

Están consiguiendo que vayamos licuando la realidad y la noción de lo que es trascendente de nuestro propio horizonte como personas, como individuos. Nos alejan del progreso y la utopía puramente humanos.

Esto viene de lejos, no es fruto de un día, tampoco de una ni dos legislaturas, de uno u otro gobierno, desgraciadamente es mucho más profundo. Se está dando una metamorfosis escalonada de la sociedad en el Estado español, incluidos nosotros, los vascos.

Porque a pesar de cómo vendemos las bondades de nuestro tejido industrial, las nuevas tecnologías que se emplean y de la buena formación técnica de nuestra juventud –parte de la cual está aprendiendo alemán en cursos intensivos– no podemos negar que somos parte de los países pobres, eso sí, integrados en el nuevo circuito de distribución de bienes y capitales, pero víctimas directas, con muchos miles de familias en situación precaria y un creciente sector de indignados ciudadanos socialmente desprotegido.

Se aproxima «otra» campaña electoral y el método no varía, vuelven a utilizar el miedo como arma política ante una sociedad que observa con incredulidad el bombardeo inmisericorde de cifras y datos que «demuestran» la bonanza económica fruto de su gestión.

Les sugiero una pequeña reflexión. Recordemos que el dinero carece de ideología y se muestra tal como es en todas partes. Por eso los gobernantes pueden variar, y sus discursos ser diferentes, pero «mandar» –no gobernar– siempre manda el mismo, el poder económico.

Es ahí donde estos hábiles vendedores de populismo demagógico son vulnerables. La derecha –sea esta vasca o española– siempre basa su discurso en las bondades de su capacidad de gestión. Ese es el «ropaje» del que hay que despojar a quienes una y otra vez, bailan con los bancarios, pero se acuestan con los banqueros.

Por duro que parezca, la historia nos dice que la vieja derecha vasca es de «piñón fijo». Es por eso que, lamentablemente, nos enfrentamos a personas con las que no sirve de nada introducirles una idea en el cerebro, y no sirve, porque el resultado siempre es el mismo; la idea se muere de soledad.

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